Antes de conocer a Leonardo Antonio Pardo Pérez... era como el mar que golpea a las rocas sin
pena, como la piedra que se convierte en arena fina tras muchos años de malos tratos recibidos
por las olas, como el amanecer en el horizonte de la playa de Riazor o Santa Cristina, como el
cielo gris y muy amenazante de un día de gran tormenta, como los árboles que son movidos por
el poder inconfundible del viento, como un huracán con nombre de mujer en una isla solitaria
que nadie recuerda, como un tsunami de cuarenta metros, como un terremoto poderoso y triste...
así fueron pasando mis días mientras no te conocí Leonardo.
Después me convertí: en un ángel vestido de blanco y rosa que besa el cielo, en una amapola
roja en una hermosa pradera que todos cuidan, en un trébol de cuatro hojas que trae la mejor
de las suertes, en el almíbar del melocotón enlatado, en un caramelo de fresa y nata o de café
con leche, en el chocolate con churros de una noche de invierno en la que hace frío, en el
león de nuestra selva, y en tu gran amor, mi Leonardo. Desde que te conocí, Leo, creció en mí
la ilusión, no quisiera que se apagara esta luz, pero si tiene que suceder, deseo que me
inyecten morfina para no sentir el dolor de perderte.
La inquietud del escritor se despierta en mí, pero no será para siempre, lo juro, no me
interesa que así sea. ¿Dejar de escribir?, sé que dejaré de hacerlo cuando parta el magnífico
amigo, no deseo que se vaya pero la dama manda desde su morada llena de flores silvestres,
hace temblar a ese pobre hombre que acabará yéndose, atravesará el bosque, contará las
mariposas rojas de tul, se encontrará con el lobo feroz y la caperucita naranja.
Ella es caprichosa, dominante, salvaje, pero buena. Perfeccionista, elegante, cuidadosa en el
hablar, sencilla y con mucha fuerza. Esa es su naturaleza divina, distinta e inesperada, no
importa su escasa inteligencia o si tiene gran belleza, no le impedirá su torpeza hacerse con
el trono. Es una asistente al funeral de quien ama la pluma y el papel, todo se acaba. El
escritor y la dama se sacan mutuamente la vida en un duelo sin espada.
El escritor es más sociable, tiene amigos, influencias, éxitos, vivió mejores momentos,
disfrutó de mejores paisajes y cuenta con una mayor serenidad ante los acontecimientos.
Ella se pone nerviosa y ríe alocadamente por haber sido desafortunada en los juegos del azar,
ese es su tesoro con cara de “falsa mala suerte”, esa es su realidad y la que la hizo ser
ella, única e irrepetible, original, envidiada, brillante mujer que combate a pesar de todo,
que sabe coger la pistola si hace falta y a la que nadie podrá jamás derrumbar sin una
lágrima.
La dama es como una santa querida por sus fieles, aquellos que la han conocido a fondo y que
han visto sus muchas virtudes de plata. Mi dama…
Entra en mis sueños de noche y soy la única que la quiere y comprende, la veo frágil en medio
de tantos demonios aunque quiera aparentar ser muy fuerte. Es un alma atormentada que no
sabría besar ni abrazar. Está sola.
El escritor le propone que sigan viviendo ambos en el mismo cuerpo, es él quién desea
acariciarla y vestirla de blanco, no quiere apagarse su llama, su calor y su paz. No lo he
inventado yo, es un amor para siempre, sin peligros, sin traumas.
La belleza y la inteligencia en una sola carne con sus huesos, con un corazón latiendo a ritmo
de rock and roll. La sinceridad es un don que acaba con las dudas y une a las criaturas.
Ahora nadie podrá con ellos, son almas fuertes, se encontraron, se alimentan mutuamente y
comparten el centro de una mesa con los mejores manjares. No falta la cerveza y los pinchos de
tortilla con pimientos. El escritor es un ser que llegará lejos, será presidente de una
república, ministro o un simple mendigo que haya encontrado a Dios por el camino de los
fantasmas.
Mientras pasa eso en un cuerpo, preparo mi regreso a Caracas cada día. Allí me darán la
bienvenida las maracas, las hallacas, arepas, aliados, chancletas nuevas y las lluvias
torrenciales que tanto me gustaban, la política y el “te quiero” de un nuevo ser que se asoma.
El joropo, el alma llanera, las chabolas blancas y aparentemente inmaculadas de las altas
montañas.
Allá, tierra adentro, sin más allá que estar allí, viviendo nuevos deseos de entregarse por
entero a las aventuras de aquellas tierras que me son tan propias y sentidas.
Deseando entregarse al vicio bien entendido de vivir como en un claustro celestial, pensando
que mis faltas podrán perdonármelas los indicados e invencibles señores santos. Quiero volar
en aquella dirección conocida, la mía, mi refugio. Ver expresiones familiares, sabiendo lo que
se puede esperar del día a día.
Con una rosa en los labios, el pelo en un moño atado, pantalones apretados y sonrisa de Mona
Lisa, iré. Lo llevo todo: piernas, brazos, canas y los ojitos llenos de encendida fe. Me
esperan los caraqueños con sus camisitas rotas, gorras prestadas de cálidos colores y
canciones muy hermosas que pagaría por escuchar.
Mis últimos días, toda la dicha, mis mejores horas serán para aquel país que poco pinta en la
esfera mundial, pero mucho en la mía personal, país que ahuyenta al turismo con la viva
delincuencia y donde el amor también llegará algún día a desaparecer del todo. Pisar el
aeropuerto de Maiquetía y de ahí al centro de la ciudad: San Jacinto, La Hoyada, la
Candelaria, Avenida México, Parque Central…
El cielo parece caerse cuando llueve, los pájaros me cantarán valses en el Parque Carabobo, no
volveré a ver a María Moñitos porque murió en 1980, cuando yo era una niña de nueve años, pero
le recordaré cuando observe el banco de cemento en que se sentaba a beber y cantar serenatas,
llamar a los perros y dormir.
Jamás conociera un “sin techo” tan amable, caballeroso y seductor. En casa le quisimos todos
bien, se le llevaba de comer y le brillaban los ojitos negros llenos de amor y música.
No andaré en bicicleta porque mi madre la regaló a la hija de la portera del edificio ni iré a
la Hermandad Gallega porque mis trajes y mis gaitas están en Cuba por motivo de una donación.
Ese pasado despierta en mí el sentimiento de que fue quizás en ese sitio que conocí, la nueva
Venetzia, cuando fui sumamente feliz. Caracas no tiene remedio, te marca a fuego con su espada
y aún así la escoges en tu momento de crisis como tu lecho. Única y definitiva estancia.
Llena de pistoleros de leyenda, sencillos seres sin esperanzas, apagados hombres llenos de
ignorancia, que no saben lo que hacen. Se aprende tanto que luego puede ser uno maestro en
miles de escuelas por el mundo, oficio que nadie paga. Seré un ser desligado, ingrato, con
miedo, no sé si con suerte, callada, incrédula, humilde, autóctona, filósofa, divertida y con
un final abierto, por cierto.
Amapola deseaba ser feliz y lo sería. Caro no le costaría, al llegar el momento de la
felicidad nacería el nuevo ser, con o sin escritor.
La buena vida todos la deseamos pero el fin se acerca y es un triste suceso el conocer esa
realidad, más para ella porque es la triste figura de nuestra historia, en el andar, mirar,
besar.
Deseaba estar hermosa y saludable, seguir hablando libremente como permite el artículo veinte
de la Constitución española, cantando, paseando al perro Bicz, existiendo dentro de esas leyes
tan suyas. Era una mujer de ideas firmes, creyente, honesta, llena de misericordia. “El amor
real llegaría a su puerta sin planteárselo, eso no se busca Amapola mía, aparece, sucede, como
pasa con la muerte”.
“El oculista quiere operarme pero no tengo dinero para pagarle, me aguantaré como pueda aunque
me quede ciega, no hay otro remedio, nadie me dará los dólares necesarios”, piensa y piensa y
se me escapa de nuevo de las manos la ciencia cierta, la dejaré irse nuevamente.
Fui a comprar croquetas para los gatos callejeros, mis amigos, mis hermanos. Yo en ellos y ellos
en mí para siempre, eternamente; Lourdiñas, Lourdikos, Mikel, Chito II, Tomaza y Nannie. Ellos
en mí, ellos y yo: LLMChTN. Sí que les quiero y demasiado, es como para estar con ellos horas
y no permitir que otros les hagan daño. Los felinos caseros tuvieron mejor suerte. Veo dos
extremos, el de la fortuna y el del abandono que no se dan precisamente la mano, no no no.
Lourdiko de mi corazón, me cuesta tanto dejarte cuando tengo que marchar que el alma se me
quiebra y el llanto se acomoda en mí para incomodarme toda. Gato gris con ojos verdes,
musculoso, atento, solitario, que come pavo y arroz, que me pega con su patita. Jamás te
cambiaría.
Mikel Jerriño, cabezón como mi Tom blanco. Pintado estás de un fino amarillo, gran comedor en
invierno y tan delgadito en verano. No puedo dejarte, ni quiero. Lhourdikas, atigrada de ojos
enormes, llena de mechas marrones, con dermatitis y que necesita la pastilla de los picores.
Nannie, Tomaza y Chito II, adorable trío de almas salvajes, que se enferman y se aíslan, que
comen sobre una tabla blanca, que se lamen un cuarto de hora después de comer a placer.
Pido a Dios por vuestra suerte pues sois seres inocentes, porque a pesar del tiempo y el
sufrimiento por no vernos siempre, nos queremos, ayudamos y apoyamos. Tras la separación, la
lágrima, me llevo vuestra mirada en el bolsillo, en el bolso, en cada rincón del escritor y la
dama que fui o soy aún.
Espero que seáis felices, que comáis todos los días, que tengáis caricias y medicinas. Sigo
luchando respirando y caminando por vosotros, mis pequeños e inocentes seres. Saltones,
peligrosamente solos, la policía autonómica, única que aplica las leyes de protección animal
me ayudará a conservaros, a teneros y daros una vida digna, como merece todo ser vivo que
respira, sienta, sufra y tenga necesidades que cubrir.
Tras el muro está la paz, tras el muro está la vida. El canto de los canarios, petirrojos,
camachuelos, pinzones, jilgueros y gorriones es constante.
Había dos patios secos, un solar y una bodega asquerosa y en ruinas. Allí estaba él, mi
preferido, el que más quiero. Allí estuve yo también para ayudarle a saltar el muro y para que
no muriese con dolor, asesinado por Virchies, las ratas o una infección. La policía autonómica
me presto su ayuda.
No voy a tener hijos, para que los querría tener ahora, con treinta y cinco años, ¿para qué?,
no quiero ponerme a criarlos, a alimentarlos ni llevarlos al colegio, peinarlos, educarlos. No
voy a tener hijos a estas edades tan largas, mi pasado no fue otro y yo, no voy a modificarlo
porque no viene a cuento. Ahora murieron, jamás y oigan bien, jamás los tendré, es una idea
descartada y por lo tanto está en un nicho.
Me entrenaré para encontrar el amor, vaya odisea que en ojos marrones claros busco impetuosa y
será mío siempre porque le querré hasta la tumba, con locura suprema, mío porque es para mí y
no hay más que hablar. Es el hombre de mis sueños esté despierta o bien dormida, no sé si Dios
quiere que esté así siempre, como hipnotizada e idiotizada y es que no hay nada allá detrás,
algo que me haga partir desde el kilómetro cero en el pasado. Locura hay, sólo una cosa buena
me ha pasado con nombre propio, le quiero y no es mentira, es mi media naranja, le volveré a
ver tarde o temprano.
Lo ha pasado mal, no llegará a ningún puerto seguro ni bien construido, mal supremamente,
infinitamente, arañó la tierra con sus uñas y todo lo olvidó. Que no me busque ahora, no en
estos momentos que calienta la tierra mis botas de flores rojas para olvidarse después que le
quise bien también. Pero está cuidado, pleno, que más puede desear, tiene de todo y más, yo,
poco, pero valioso porque Dios lo valora infinitamente. Deseo la lejanía del horizonte sentir
en mí, la fundición y la perdida de la memoria.
Quiero volar, inventarme alas de cristal que batan contra edificios y se rompan, que nunca
queden bien sus cimientos y al llegar a tierra se recompongan por magia de la buena, blanca y
pura. Quiero volar, con alas de metal que golpean los árboles y los marcan pero sin romperse,
pero que al volar de nuevo un rayo las alcanza y las destruye porque Dios es así. Pero espero
llegar a tierra para reconstruirme de nuevo, volveré a volar con alas de tela que el viento
conduce y mece en sus hechiceras olas mientras rompe como cuando nado en el mar como una
sirena rezando para que no me muerda la faneca... y que al llegar a la arena vuelva a ser
pájaro, increíble y hermoso animal que tiene la gran fortuna de elevarse de lo terrenal y
volver a nacer por arte de magia.
Me pregunto si soy el último eslabón, después de la perdida de la razón, miles y miles de
seres locos, tanto malo como hay en todas partes. El último peldaño, yo, la que hizo lo
correcto y Jesús observó y quiso porque lo incorrecto es lo demás, ocultar. La soledad no me
permite reflexionar, si estoy sola por ser lo que soy, por errores de otros, que no han sabido
reconocer o si lo estoy por ser feliz a pesar de todo y de estar fea como me veo desde hace
unos añitos en el espejito de la bruja Lola. No soy el último eslabón si bien tampoco, nada
especial.
Tengo las piernas quemadas, almas que marcan mi estrella, quemaditas están ellas, que se
encienden y me veo enorme. Tengo en las piernas "el claroscuro", arriba estoy espesa, pero me
siento ágil y me gusta hablar con todos.
Tengo las piernas adormecidas, lentas, cuando estoy en cama sale humo blanco que se desprende
y es visible al resto de humanos, es brillo, canela, algodón, rozadura, melocotón, azul
cobalto y el azul, es lo que hay.
Me gusta él, su piel morena, ojos rasgados, músculos sanos, me gusta mucho su andar de
caballero, un paso tras otro, lento en su mirar de misionero lleno de paz, frente a frente le
observo, su hablar de señor. Loca estoy por él, ida y él no lo sabe, así es feliz, le conocí
el año pasado en una cafetería y desde entonces mi pensamiento tiene un dueño, mirada serena
como el mar que me consuela, me da amor su hermosa cabellera pero no es un ángel y yo quiero
uno, no puedo vivir con él y debo olvidarle, quise convivir con su pasado y no se me dio nada
bien, estamos conectados y yo quiero separación, pues puede ser mi final y me trae mala
estrella.
Soy Ita, mal y bien lo pasé, quiero volar pero soy de tierra, dos piernas muevo, quiero irme
pero tengo que desplazarme, y ellos sí, ellos y a ellos les pido que me permitan respirar
profundamente, aire en mis pulmones mortales integrar. Y con gatos en casa, tres niñas que
juegan con sus pelotas de colores, que sé que son vencibles fácilmente, pequeñas y débiles.
Volar Ita, volar Rita, pero que jamás encuentren mi nido en el sur, volar con las alas de la
imaginación y que no me puedan volver a ver, adiós para siempre adiós.
Soy Lolita, Dios me ha hecho llegar hasta aquí, Dios me cogió de la manita y debo
agradecérselo, ser feliz, ser yo, Gregoria y no otros. Soy Susanita sin pena ni gloria, voy
por el mundo y todo es bonito, aunque en ocasiones turbio, y ¿quién me hizo ser Gloria?, la
chiquitita niña que soy pierde la plenitud del alma y llora ahora mientras no ahorra ni un
peso. Lucrecia nadie te mirará con verdadero amor, no hay amigos y... ¿hasta cuándo?, ay ay ay
ay, oh uh, eh, ih???, pero ¿qué me pasa ahora?... Paz, amor, lealtad a Dios, amor a la virgen
y a la juventud.
Manta tipo azulejo moderno con textura y el algodón no engaña, te mete caña y te envía al
astro solar, ojalá yo estuviera jugando con sus rayos, algodón para no herirse, para taparse,
azul que es amor, dorado de luna que no trae el fracaso, mis deseos de que Dios no deje de
estar a mi lado, amar cada día sin pensarlo y solamente tapada con mi mantita de cuadros, esa
que tengo para calentarme en las noches de intenso frío polar.
Problemas porque trabajo por cuatro o cinco, luna que me quieres traicionar por eso, me deseas
agitación y preocupaciones, compréndeme sol y cometa de la fortuna, luna de plátano y trabajo
sin tregua, luna galante, radiante, encendida y que comunica falsedad por todas partes, el sol
me quiere ver sin trabajos, quiere sacármelos. Mucho trabajo, poco futuro y un gran dolor en
el pechito de paloma herida por una flecha gigante. Luna no me mates.
Creía ilusa María Eugenia que en el norte no había delincuentes, gustosa vivía allí siendo la
malicia un mal universal sin fácil solución, sin respuestas. Gente de buen corazón no sabe que
hacer y va perdiendo la fuerza, no quiero que eso suceda, hay que comprender el mundo, el
paro, las humillaciones, el fracaso y luchar desde la base con cara de gatita siamesa sin cola
de un mes y medio.
Mi vejez en A Coruña en un pisito de treinta y siete metros cuadrados, edifico de forma
circular en un piso sexto C que es como un palomar, bonita habitación donde escucho gustosa el
canto del ruiseñor y donde observo encantada las olas del ancho mar que bañan mi mirada y
atraviesan mi ventana.
Explotada, esa fue su realidad, sí Claudia, lo diste todo de ti y descubriste un mundo cruel y
espantoso, sumamente explotada, tortura sin conducción a la fama, basura, poca defensa, has
perdido pero llegarás a la meta, les olvidarás y les enterrarás porque no les quieres ni un
ápice.
La herencia que dejo son estas tonterías mías, más mentiras que realidades y con rayos
apocalípticos, disfrazadas de melancolía pura y dura y de aventura de mariposa en una cocina
por la noche, dejo manos abiertas al cambio, a la ausencia de tormenta, dejo a los amigos que
no lo fueron y lo sé bien y todo lo que pueda dejar también dejo, no es capricho, es como es y
el sol será azul algún día, lo sé.
No querer desnudarse pues ya no está uno en buenos tiempos y las carnes ya no tienen veinte
años, no sé si sería deseada o despreciada, quizás deba vestirme mejor, desconozco si mis
joyas son piezas falsas, si las robé o las encontré en un contenedor de color amarillo para el
plástico. Perros y gatitos maravillosos son, animalitos que tampoco quieren sacarse la ropita,
esos modernos vestiditos que les compraré en la tienda de Milladoiro y que les pondré les
igualarán a mí, porque en realidad somos lo mismo. Igual que yo sin dudas, piensan que no es
el momento del destape.
Irse a La Coruña, bonita ciudad, donde el mar te bate y te hace pasear sin cesar, sin
cansarte, te ducha, te mece, te canta, te sube y te baja en el ascensor, te cuenta cuentos de
hadas madrinas, de cenicientas, de la naturaleza muerta que despierta los deseos secretos de
nuestro Dios. Tiene vigor, talento, corazón y es un sabio ladrón.
Pochita, nuestra gatita blanca y negra, concha de tortuga, máscara de zorro, gato con botas y
cuerpo de niña obesa, está gorda la chiquilla salada, lunar de gitana azucarada, siete añitos
tiene ahora 17 de septiembre de 2006, los cumplió el 5 de mayo, dulces años, maravillosos,
caprichosos, con carácter y linda la mirada. Luz de plata brilla para el sol, su color es
viento mentolado, esmeraldas sus ojos, sus pasos incesantes de peregrina a Santiago de
Compostela, con la dificultad de un discapacitado pues tiene un poco de parálisis en sus
patitas delanteras, alma de luna, cuerpo de Júpiter y perdida, como la boba, perdida por no
poder comprar una lámpara de acero para encender por las noches y la armonía para mi cabello
crespo cuando se enreda solo. Hay en mi alma una flor que lo dice todo y más. Te quiero mucho.
Color chocolate es mi Minia, en sus ojos se disparan dos luceros que me hechizan, lengua fina
y bigotes blancos, bien formada, tela de terciopelo su manto dulce, que espera y da amor y que
es amada por guapa. Alta gracia allá en la cumbre donde se haya, juega con bolígrafos de
colores y será en su día encomendada al sol, quiere desaparecer y recuperar el tiempo perdido
y ser feliz. Alta gracia tiene por desear lo imposible y sin embargo no perder la esperanza.
Virtudes que desconocía, lágrimas con las que me vestí y “alta” gracia la que tuve por
tenerla.
Entonces creí morir viendo el amor de otros tan amargo que se acababa y creaba diferencias
entre los seres humanos, nos separamos y la humanidad pierde su oportunidad única, hay varios
bandos y deberíamos ser uno solo, ¿cómo recuperarnos de la enfermedad terminal de nuestro
tiempo?, he aquí una pregunta sin respuesta que me quita las ganas de respirar tranquilamente.
Resplandor verde, luna rosada clara que no lo es, naranja tampoco, luna llena de cascabeles,
sinvergüenza, que se olvidó de Annie, que la dejó en el Ocaso travieso donde no desea estar,
luna azul finalmente, inmortal y suprema y de buena voluntad, sin ti ¿qué haría?, resplandor
verde que no me lo saque, aunque en ocasiones me traicione.
Hablo con Dios pero él hace lo que quiere y le pido ruego y suplico que no, que me deje ser
independiente, que saque necesidades a los animales y les haga tener sus derechos, buenas
noches, alegrías, mimos. Hablo con Dios y le susurro que le quiero, que estoy aquí para lo que
decida de mí, que no tenga malas intenciones conmigo y que sea mi escuela de la aldea.
Pobreza, sé lo que es por Venezuela, gente sin trabajo que necesitan ayuda, yo también me
siento pobre y con condición de extraña, con trabajos y desorden, en la absoluta oscuridad, en
busca de una rebanada de pan, techo, verdaderos amigos, gente a la que querer por primera vez,
no sé si aparecerán, ayuda, cobijo y sobrevivir.
Necesito vacaciones, horas que no me llegan y aguantándolo todo, necesito días libres y tiempo
para pensar, no más trabajos, trabajo, no ser infeliz ni volver a nacer de nuevo para probar
el mismo plato. Olvidar el pasado, volar al infinito sola y olvidarme del mundo, de los que
conocí en el y saberme inocente a pesar de todo.
Viéndome, sólo con eso que cuesta un peso y para luego comer queso parmesano, patatas fritas y
chocolate fondant, vida llena de fe muerta en la iglesia parroquial y sabiéndome sin alas. Me
ha tocado ver siluetas de plátanos y sigo con la cara morena y presagiando un mal beso, el
beso final y traicionero del que Jesús me salvará a tiempo aunque sea sin permiso del padre.
El escritor se va y es como representar el sfumato en un cuadro de Leonardo Da Vinci, la
difuminación de formas y de colores que también se aprecia en el cuadro de La Gioconda. Llega
la dama, en su caballo negro azabache y con su vestido largo blanco y azul claro, llega para
quedarse y para no dar más dolores de cabeza a todos nosotros como ocurría con el escritor:
con sus invenciones, narraciones, monólogos, tonterías, novelas o descripciones infantiles.
Ella no sabe hacerlo ni le interesa, simplemente por esa razón morirá el escritor para
siempre.
Mi paso por la vida fue tarea de locos y pensaré que fue pesadilla, que nada valió ni valen ni
mis dibujos ni textos y que por ello, aquellos que se los han quedado, rueden cuesta abajo por
ladrones.
Pienso y pienso mientras deseo la muerte del escritor, que tardará, que se quiere quedar para
siempre, pero yo no lo soporto, me domina y hace daño y las mujeres deben ser quienes
mandemos, quienes dominemos el mundo y tomemos el timón, quienes pongamos el pecho si hay
problemas, pero no los habrá, porque las mujeres no saben envolverse en ellos, son buenas,
inteligentes y estilosas, dulces y saben apagarse cuando molestan, cosa que al escritor no le
pasa.
Me queda decir que disfruté un poco, a mi modo, publicando en periódicos, pero ya estoy harta
pues me sobran las letras que apenas sé colocarlas, espabilarlas, que me vencen y me dejo
vencer, que me machacan y abofetean la cara, desfigurándome el alma.
Voy e iré al Valle Dhisiert, nos conocemos, nos queremos, intercambiamos secretos, quizás
pueda sacarme este mal de ojo del insensate escritor que es un enfermo, un gusano y un
traidor.
Puede que salga viva de esto, puede que no, puede que guste lo que escribo, puede que se rían
de mis letras los conocidos, no me importará porque a pesar de todo, soy yo, y eso no lo puedo
cambiar en un plis plas.
Se irá porque no siempre estuvo, en Caracas o en mi vejez, esperaré que habite otros cuerpos,
a otros seres llegará a torturar hasta la muerte, les sacará la sangre y provocará heridas,
esa es mi única esperanza, que se vaya y me deje en paz.
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