
Conocemos en la Historia de la Literatura elegías de poetas a sus mujeres amadas como es el
caso de Dante a Beatriz Portinari, Francesco Petrarca a Laura de Noves, Miguel Ángel a
Victoria Colonna, Lope de Vega, en un soneto, a Marta de Nevares, José de Espronceda a Teresa
Mancha, Federico Balart a Dolores Anza, Amado Nervo a Ana Cecilia Daillez, Antonio Machado a
Leonor Izquierdo…
La relación que hemos citado no ha sido ociosa sino que viene a subrayar en nuestra atención
de lector un tema que remueve el cimiento de la poesía lírica.
No vamos a citar aquí la obra poética del poeta roteño que nos ocupa en esta reseña, tan
extensa como reconocida por la crítica más exigente. Ahora orientamos nuestra atención a la
obra citada de nuestro autor y comentamos de ella, en las posibilidades de este espacio, lo
que consideremos de representativo de su tema elegíaco.
Empecemos diciendo que el poemario está dedicado a Emilia, in memoriam, esposa del poeta,
fallecida un año antes de la publicación del libro. Le sigue una página con dos citas; una de
J. L. Borges y otra de V. Aleixandre. Después se van sucediendo los catorce poemas, con una
particularidad, si ello se puede señalar así, y es que el verso utilizado es heptasílabo que
se prolonga con varios hemistiquios, más allá del verso alejandrino constituyendo estrofas al
gusto del autor que las escribe.
Si atendemos al estilo, hemos de decir que la poesía de este poemario fluye como un río
sereno, aunque en él se refleje un cielo sombrío; un río sereno con palabras que caracterizan
lo que ha sido siempre la poesía de Ángel García López: pulcritud y sobriedad en el empleo del
lenguaje poético, sin extraviarse por el laberinto de las imágenes y sin renunciar por ello a
la diafanidad, la luz del Sur sin aspavientos de serlo, de ahí que se le considere como un
poeta que, dentro de la segunda generación de posguerra, se preocupó por elaborar una poesía
más desligada de la poesía imperante con toques y resabios sociales, cuando no cargada de un
realismo crítico, ya al borde de los años setenta, cuando aparecen poetas que se
desvincularían del todo de una poesía como “arma cargada de futuro”, que escribió un poeta
estrictamente social como fue Gabriel Celaya. Florencio Martínez Ruiz, en la La nueva poesía
española (1971) lo consideraba como un poeta definitivo (página 198).
Detengámonos en el tono elegíaco más patente ya que esa motivación es la que organiza la
totalidad del libro.
“¿Qué se hicieron tus labios, aquella luna joven, qué de aquellos portentos que, a voces, las
pupilas anunciaban festivos? ¿Dónde estamos ahora, infelices mortales, ambos dos ofrecidos a
las depredadores, nuestros nombres grabados en la frente de un árbol?”.
Vemos en estos versos cómo el poeta rememora el famoso tópico medieval que empleara con tanto
éxito de posteridad Jorge Manrique como es el Ubi sunt?
Al final, sobreviene el tono elegíaco propiamente dicho como respuesta al Ubi sunt? Con estos
desconsolados versos:
“Conducida a su óbito de luz nos desconoce sin que pueda salvarnos…”.