NO CABE DIÁLOGO CON LOS QUE ACTIVAN EL ODIO INCUMPLIENDO LA LEY
Hay que regenerar la política. Quizás en todo el mundo. En España, desde luego. Hace tiempo
que lo vengo reivindicando. Por el bien de todos se requieren servidores auténticos, con
compromiso hacia ese bien colectivo, que cultiven la honradez y el sentido de Estado,
ejemplarizando sus actuaciones. Los españoles, precisamente, estamos viviendo ahora momentos
muy graves para nuestra vida democrática, en parte porque los poderes del Estado caminan como
aletargados. Debiéramos saber que las normas nos obligan a todos y están hechas para
cumplirlas y hacerlas cumplir. La pasividad nunca fue buena, pues aunque la legislación pueda
parecernos enérgica, más poderosa es su necesidad en el océano de nuestra existencia.
Miremos los muros de la patria mía, que diría el poeta. Volvamos los ojos a nuestra Madre
Patria, donde predecía ya Machado en su época, que de cada diez cabezas, nueve embisten y una
piensa. Indudablemente, determinadas autoridades de Cataluña, como ha dicho el Rey en su
impecable discurso reciente para tratar el conflicto de Cataluña, consciente y
deliberadamente, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía. Bajo esta
manera de obrar, totalmente irrespetuosa y desleal con los poderes del Estado, no cabe diálogo
alguno. Para dialogar es menester asentar otro espíritu, cuando menos de autenticidad de
comportamientos, despojarse de intereses e ir al encuentro unos de otros. Lo cierto es que hoy
la sociedad catalana está tan dividida como revuelta, tan enfrentada como fracturada, tan
desconocida como reinventada. Urge, por tanto, reflexionar y ver la manera de que en las
instituciones estén aquellos ciudadanos más cualificados y con mejores dotes de servicio. Lo
que demandamos, en consecuencia, es la existencia de una clase dirigente apta para su mandato
y, por ello, dotada de sentido ético e insobornable, además de poseer una clara visión de las
cosas.
Reconozcamos que palabras claves como la Autoridad o el Estado de Derecho han entrado en
crisis, apenas tienen valor y su noción misma ha desaparecido del horizonte humano, para dar
paso al desprestigio y a conductas irresponsables. La ineptitud de algunos líderes es pública
y notoria. Lo único que hacen es oponernos entre nosotros. Subsiguientemente, va siendo hora
de que aquellos cabecillas, con poder o sin poder, que actúen al margen del derecho y de la
democracia, sean detenidos y juzgados. Lo decía también el Rey de todos los españoles, en su
memorable discurso institucional, es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado
asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia
del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su
Estatuto de Autonomía. Ante este panorama no cabe la ambigüedad. Con firmeza hay que actuar,
desde los diversos poderes constituyentes, para que gane el Estado Social y Democrático de
Derecho, o sea, para que ganemos todos en definitiva.
En ocasiones relegamos del sentido común, de que una auténtica democracia es una confluencia
de valores y de respeto formal a las reglas que, entre todos, nos hemos dado para poder
convivir. De ahí, que cualquier desafío a la Constitución, como ha sucedido con el referéndum
catalán, sea un ataque frontal a la libertad y al sosiego. Contraponer una presunta
legitimidad a la legalidad constitucional, como ha dicho en septiembre el ministro de Asuntos
Exteriores y Cooperación de España ante la ONU, desemboca inexorablemente en la vulneración de
derechos fundamentales de millones de ciudadanos y es incompatible con la democracia.
Naturalmente, ha llegado la ocasión para que los mandatarios unan y no fraccionen, demuestren
que se preocupan por toda la ciudadanía, sin distinción alguna, y de que la comunidad
internacional analice con más cautela los acontecimientos, sobre todo para no aumentar las
crisis. Pensemos en la cuestión catalana, donde se ha mentido descaradamente y se ha
manipulado hasta la extenuación datos y escenas, aprovechando el momento de la debilidad y de
la falta de consenso parlamentario.
Jamás olvidemos lo más virtuoso del juego democrático: que para poder dialogar hace falta
antes cumplir con la ley, que nos hemos injertado como abecedario de claridad para exponer los
problemas, y así, poder resolverlos de modo transparente y de manera fiel a una ley que, hasta
este preciso momento, es ley de leyes. Hablo de la consensuada Constitución de 1978, que tanto
nos ha ayudado a fortalecer nuestras relaciones de manera pacífica y cooperante entre todos
los pueblos de España.
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