ALBERT CAMUS: UN INTELECTUAL PARA LA HISTORIA
Albert Camus, su obra narrativa, su teatro, sigue impulsando el paso del tiempo, convirtiendo
el horizonte gris en un acto de reflexión, porque en su filosofía vital aún anida uno de los
más grandes escritores franceses del siglo XX.
Pero no solo podemos hablar de un intelectual, sino también de un hombre en constante tensión
con el tiempo que le tocó vivir, un disidente desde la intelectualidad, un hombre forjado
desde la experiencia de una vida donde tuvo que compaginar su nacimiento y sus años en Argelia
con el mundo cosmopolita de Francia, donde tuvo que enfrentarse, en su obra y en su vida, al
destino adverso y al que, a veces, le sonrió.
Hijo de Lucien Camus, que contaba veintiocho años al nacer el futuro escritor. La familia
Camus, como nos recordó muy bien Olivier Todd en el magnífico libro que dedicó a la vida del
escritor francés, era de origen alsaciano. Camus nació el 7 de noviembre de 1913, Lucien su
hermano, había nacido a principios de 1911.
La familia pasa de vivir en el número 17 al 93 de la Rue de Lyon, en el corazón de Belcourt,
barrio popular al este de Argel, en las lindes de Marabout, el barrio árabe.
Las condiciones de salubridad no son muy buenas, no hay agua corriente, se llenan jarros en el
grifo de la calle y se lavan en el fregadero. En Belcourt, en la orilla derecha, se alojan los
franceses argelinos, allí se codean con los árabes. Ya vemos la lucha por sobrevivir, el
rechazo a la policía, que une a los árabes y a los franceses del barrio. En la Rue de Lyon
conviven franceses con voces árabes, italianas o españolas. El olor a canela, anís, azafrán,
agua de Javel, ajo, oliva lo domina todo.
Van al cine, distracción que va calando en el futuro escritor, cuyas novelas son tan
cinematográficas, tienen tantas descripciones que son ideales para que el séptimo arte dé muy
buena cuenta de ellos, con mejor o peor fortuna (La peste, El extranjero).
Los maestros ya inculcan el espíritu crítico en los hermanos Camus, los docentes creen en el
progreso, en Argelia, muchos profesores son militantes, radicales, socialistas y comunistas.
Se habla de la asimilación, de la necesidad de una cultura heterogénea, de la idea de que los
franceses son sucesores de turcos, árabes, bizantinos, etc.
Albert es buen alumno, ya despunta en francés. Tampoco es mal estudiante en letras, historia,
geografía, ciencias naturales, matemáticas. Albert se codea con los hijos de los que dirigen y
gobiernan en Argelia. Está en el liceo. Hay pocos hijos de árabes, solo de los que dirigen
grandes tiendas, la mayoría son franceses argelinos.
Los novecientos mil europeos de Argelia no se inquietan por la forma de pensar o de vivir de
los seis millones de árabes y de cabilas. Los militantes argelinos son pocos y sus protestas
quedan pronto reprimidas. Messali Hadj reclama la independencia de Argelia, pero los miembros
de su partido, la Estrella Norteafricana, reclutan principalmente obreros argelinos en
Francia.
Camus deja de ir al Liceo en 1930, enfermizo, como pupilo de la nación tiene derecho a
cuidados médicos gratuitos, los médicos descubren que tiene una tuberculosis pulmonar ulcerosa
derecha grave con cavernas, sin adherencias pleurales.
La tuberculosis acentúa en Camus su sensación de que la vida es una casualidad, presidida por
la injusticia y por el dolor. Según Olivier Todd en la biografía citada, al igual que le
ocurrió a André Gide, se “vuelve poroso a las sensaciones”, consigue que su hipersensibilidad
se desarrolle, la que será luego muy útil en sus libros, donde va describiendo con una
minuciosidad asombrosa la peste en la ciudad, como si de un cáncer se tratase, una enfermedad
endémica que recorre a cada uno de los miembros de la comunidad, clara metáfora de la ceguera
contemporánea ante el poder del capitalismo.
Como dijo Roger Grenier en Soleil et Ombre, Camus se prepara para entender la enfermedad como
una suerte de resistencia ante la muerte: “es un remedio contra la muerte. Prepara para ella.
Crea un aprendizaje cuyo primer estadio es la ternura para con uno mismo. Apoya al hombre en
su gran esfuerzo, que consiste en ocultarse a la certidumbre de morir completamente” (Albert
Camus, Soleil et Ombre, ed. Gallimard, 1987).
En octubre de 1931 vuelve al Liceo, logrando ser uno de los alumnos más valorados y de mejores
resultados. Paul Mathieu, profesor de literatura encarga trabajos a los alumnos y reconoce,
salvo algunas páginas en las que adolece de plagios, que Camus tiene un estilo narrativo
original y perentorio.
Camus empieza a desarrollar su inquietud ante la vida, en escritos donde se plantea la
dificultad de resistencia ante el empuje del destino, ante la injusticia que asola al ser
humano, por ello, sólo entiende la lucha desde la disidencia, desde la rebeldía, desde la
acción: “¿Aceptar la vida, tomarla como es? Estúpido. ¿Hay medio de obrar de otra manera?
¿Aceptar la condición humana? Creo que, por el contrario, la rebeldía está en la naturaleza
humana. Aceptar o rebelarse, eso es ponerse frente a la vida” (Cahiers II).
Camus ya encuentra en Gide no solo unos de sus más admirados escritores, sino a un hombre de
claro compromiso con su obra, donde subyace su ética del mundo: “Mi gusto por Gide aumenta al
leer su Journal. ¿No es por su humanidad? También sigo prefiriéndolo a cualquier otro
escritor. Por un efecto inverso detesto a Cocteau” (Correspondance Albert Camus-Jean Grenier,
20 de mayo de 1932 y Souvenirs de Jean Grenier).
Los jóvenes que estudian en el liceo se encuentran con frecuencia en la Place du Gouvernement,
en el Café de la Bourse y van hacia la alcazaba, a los barrios altos de la ciudad. Allí
charlan con los árabes. Argel, ciudad con ciento setenta mil blancos y cincuenta y cinco mil
indígenas, es una ciudad europea. A Camus le gusta la alegría de la ciudad, sus tranvías, su
vida en cada rincón.
Camus decide, estando en el liceo, que su pasión es escribir, descubre a un gran escritor y
hombre de espíritu crítico (recordemos La condición humana), me refiero a André Malraux. Para
Camus, hay dos libros del escritor que le fascinan, el ya citado y Las islas, un ensayo de
ciento cincuenta páginas donde el escritor habla de los encantos de las islas Kerguelen.
Camus empieza a escribir y lo hace en revistas, donde ya expone sus meditaciones sobre la
vida, su desacuerdo ante el poder económico, sus reflexiones sobre la existencia de Dios, pero
también escribe artículos sobre escritores que le interesan, como Gide o Malraux. Se trata de
sus colaboraciones en la revista La Revue marxiste, sacada a la luz en París por George
Politzer, Henri Lefebvre y Paul Nizan.
Camus ya escribe en la revista su idea de un Dios malvado y cruel, que está decididamente
aposentado en el poder de la Iglesia, ya ve que la realidad esconde el sucio aroma del poder,
de la mano que todo lo dirige en grandes y poderosos estamentos que anulan al ser humano, lo
cosifican irremediablemente.
Otro momento importante en la vida de Camus es su ingreso en el Partido Comunista, en 1935, el
PCF. Se considera como un partido que defiende a la clase obrera y que reivindica la
fraternidad. Decide embarcarse en un deseo de igualdad, para evitar el colonialismo, el
imperialismo y el fascismo, los grandes jinetes del Apocalipsis del siglo XX.
Sigue Camus la senda de Malraux, desplazando su interés por Gide a favor del escritor de La
condición humana, considera que los humillados y los explotados deben cambiar el mundo, ha de
iniciarse una revolución para recuperar la dignidad perdida por el efecto brutal de la
colonización y de la explotación de los poderosos sobre los débiles.
No hay que olvidar que el prestigio de Malraux fascina a Camus, su labor en el Congreso
Internacional de Escritores, la creación de un Frente de Escritores contra el Fascismo, lo que
le convierte en un personaje fundamental para la defensa de los derechos humanos.
En junio de 1936, Camus consigue el diploma de estudios superiores, le inquieta el mundo del
teatro, porque considera que es un espectáculo donde se puede exponer la verdad de la vida sin
tapujos, donde la emoción de la interpretación en directo posibilita la crítica y la reacción
de un público comprometido, como demostrara al escribir Calígula, una obra que sirve para
denunciar la dictadura y el poder totalitario, enfrente de unos seres cosificados, reducidos a
la nada.
Camus trabaja, en 1936, en tres libros, La muerte feliz, El revés y el derecho y Nupcias,
piensa también convertirse en actor. Le seduce mucho el mundo del teatro, la posibilidad del
actor de encarnar muchas vidas, de denunciar a través del texto del autor el mundo corrompido
en el que vive.
Políticamente, todo se complica en Argelia desde 1937, en enero de 1937 el gobierno de Leon
Blum disuelve, con satisfacción del PCF la Estrella Norteafricana, Messali funda el Partido
Popular Argelino (PPA). En marzo de ese año estallan huelgas en Argelia. Hay muertos en las
manifestaciones que se producen en ese mes. En julio de ese año Messali Hadj es detenido y
luego deportado.
Tras tener problemas de variada índole (sería muy extenso ahondar en los conflictos políticos
que tuvo Camus en ese momento, pero sí cabe decir que se vio involucrado en la guerra de
Argelia, en problemas económicos y sentimentales) decide irse a París el 16 de marzo de 1940.
Allí va dando forma a su obra, trabaja como secretario de redacción en el prestigioso
periódico Paris-Soir, ganando tres mil francos al mes por cinco horas de trabajo al día.
Va creando El extranjero (publicado en 1942), una de sus novelas fundamentales, pero también
va escribiendo su obra de teatro Calígula, piensa lo siguiente de esta primera novela que le
dará fama: “Acabo de releer todo lo que llevo escrito de mi novela. Y me ha repugnado, me ha
parecido que era una cosa fallida de arriba abajo, que Calígula no valía mucho más y que los
primeros indicios de lo que quiero hacer juzgaban sobre lo que podría hacer” (Cartas a
Francine Faure, 12 y 18 de abril de 1940).
Ya demuestra Camus su insatisfacción ante la obra que escribe, confesión que regala a su amada
Francine, dice también que la obra de arte es una utopía y que todo ha de rehacerse
inútilmente. La vida es un compendio de casualidades, donde el infortunio decide todo, como el
haber nacido en un país en guerra o el pertenecer a una sociedad pobre mientras otros abundan
en la riqueza.
Las últimas palabras de Mersault en El extranjero comprimen la idea que subyace en Camus, la
indiferencia ante los demás, la intelectualidad debe vivir sin complejo de culpa, con el
espíritu de denuncia siempre presente: “Para que todo sea consumado, para que me sienta menos
solo, queda por desear que haya muchos espectadores el día de mi ejecución y que me reciban
con gritos de odio”.
Se siente exhausto de su trabajo, de haberse implicado al máximo, pero nunca está contento con
su trabajo, porque sabe lo ínfimo que éste supone para cambiar las directrices de un mundo
cruel e injusto.
Camus quiere ser útil, y como la Segunda Guerra Mundial ya está en marcha, el escritor quiere
participar en la misma. Vivir en una ciudad que va a ser ocupada por los alemanes, le parece
al escritor una odisea que solo puede afrontarse desde la rebeldía y el desprecio a los
invasores.
El armisticio de Vichy crea un ambiente frustrante y desolador entre muchos franceses, la
redacción de Paris-Soir decide trasladarse a Clermont-Ferrand, París ya no es seguro. Para
Camus este exilio le parece un decorado de una de sus obras más prestigiosas, La peste. Para
Camus, Petain es el esbirro, un hombre que claudica ante los alemanes: “De cualquier modo, los
hechos son como son. En cuanto al resto, cobardía y senilidad; es cuanto nos ofrecen. Política
proalemana, constitución e imagen de los gobiernos totalitarios, miedo espantoso a una
revolución que no vendrá, todo ello para intentar engatusar a unos enemigos que nos aplastarán
de todos modos y para salvar unos privilegios que no serán amenazados”.
El mundo literario de Camus también está en crisis, su desconfianza ante un cambio verdadero
de todo lo social, es también su desprecio a todo lo escrito, como si todavía no hubiese
encontrado su verdadera luz.
El escritor se desplaza a Lyon, donde prospera el mercado negro, se roban bicicletas, menguan
las raciones de pan. Quiere divorciarse de Simone Hié y casarse con su amada Francine.
En enero de 1941, Camus y su mujer (Francine que se reunió con el escritor en Lyon en
noviembre de ese año, casándose el 3 de diciembre) se embarcan hacia Marsella, camino a Argel
de nuevo.
LOS LIBROS FUNDAMENTALES DE CAMUS: UNA DENUNCIA A TODO ESTADO TOTALITARIO POR PARTE DE UN
INTELECTUAL DISIDENTE
Los años que quedan hasta que Camus pierda la vida en un accidente de tráfico el 4 de enero de
1960, son años de creación, de escritura y de denuncia de la situación mundial.
Escribe y mucho, entre otras cosas, teatro, El estado de sitio se estrena el 27 de octubre de
1948 en el Teatro Marigny, Los justos el 15 de diciembre de 1949. El estado de sitio tiene
como personaje principal la peste, el sistema totalitario, la dictadura. Los justos, obra de
teatro que se remonta a la época prerrevolucionaria de los nihilistas, habla de los seres que
atentan contra el sistema establecido en busca de un nuevo orden, partiendo de la nada,
creando, de nuevo, un sistema que reimplante la justicia en el mundo.
Si El estado de sitio es una obra alegórica, incomprendida por el público y por la
intelectualidad francesa, la obra Los justos no esconde su deseo de mover las conciencias,
logrando un notable éxito de público.
En 1951 llega otra obra fundamental, el ensayo El hombre rebelde, donde pone en solfa todos
los males de la época, trata en el libro de escapar al absolutismo ideológico, se opone al
espíritu de la intolerancia y del odio. Se trata de un libro filosófico (la filosofía vertebra
de una forma esencial la vida de Camus, ya que no entiende el proceso vital sin la reflexión
filosófica). Camus llega en el libro a una idea, la libertad no puede darse sin el compromiso,
pero la libertad total no existe, hay barreras que impiden una libertad absoluta en el
individuo, hay alusiones en el libro a Marx, a Lenin, porque busca el desprecio de toda
revolución que no contenga la inteligencia, sabe que la violencia ha de ser rechazada, pero la
entiende necesaria en circunstancias excepcionales, donde el hombre tiene que recobrar su
libertad perdida.
Es en la creación donde el hombre libera su prisión, su compromiso con ideologías que acaban
defraudando, solo con el hombre mismo y su capacidad de crear puede encontrarse la verdadera
libertad. Cito unas páginas del libro, cuando dice, en el apartado dedicado a “Rebeldía y
arte”, lo siguiente:
“En arte, la rebeldía se acaba y se perpetúa en la verdadera creación, no en la crítica o el
comentario. La revolución, por su parte, no puede afirmarse más que en una civilización, no en
el terror o en la tiranía. Las dos preguntas que plantea desde ahora nuestro tiempo a una
sociedad sin salida: ¿es posible la creación?, ¿es posible la revolución?, no son más que una
sola, que atañe al renacimiento de una civilización” (Albert Camus, El hombre rebelde, Alianza
editorial, 2001).
La civilización es la única salida, un nuevo mundo que destrone el creado, arrojando los
cimientos del totalitarismo, de los poderes establecidos (Gobiernos, Ejército, Iglesia), para
hacer del individuo un ser libre de verdad.
Para Camus, solo la belleza puede vencer la desarmonía de la vida, porque la belleza no hace
las revoluciones, pero éstas necesitan de ella, porque es la única forma de desprenderse de la
violencia que todo cambio supone. Solo a través de la armonía, del arte que quiere cambiar el
mundo, se puede empezar de nuevo, alejando todo lo que queda atrás:
“La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revoluciones
tienen necesidad de ella”.
Sin embargo, el rebelde siempre se halla en la eterna contradicción, porque busca el bien,
pero éste solo se produce tras la revolución, donde, indirectamente, se llega al mal, a
ejercer la violencia de unos sobre otros, así ha sido siempre en la historia del mundo, lo
dice Camus en su excelente libro:
“¿Cuál puede entonces ser la actitud del rebelde? No puede apartarse del mundo y de la
historia sin renegar del principio mismo de su rebeldía, elegir la vida eterna, sin
resignarse, en cierto sentido, al mal. No cristiano, por ejemplo, debe llegar hasta el fin.
Pero hasta el fin significa elegir la historia y el crimen del hombre con ella, si este crimen
es necesario a la historia; aceptar la legitimación del crimen es aún renegar de sus orígenes.
Si el rebelde no elige, elige el silencio y la esclavitud ajena”.
No hay escapatoria posible para el hombre rebelde, que debe saber que toda opción política
conlleva la anulación de otros, para poder construir un mundo nuevo, por ello, el hombre
rebelde para por todos los procesos (incluyendo la violencia de las ideologías) hasta llegar
al arte, único bastión donde no se siente traicionado.
Con el libro, Camus se rebela contra la izquierda que ha sustentado su vida en Francia y en
Argelia, para él, toda actitud ideológica acaba enquistándose contra sus excesos, por ello, la
única rebeldía posible, que no defrauda, es la del artista. Para Camus, la escritura es una
rebelión necesaria contra toda ideología, sea fascista o comunista. Camus se da cuenta de su
heterodoxia, de su deseo de romper con todo para liberarse de todo compromiso con la política
que le ha decepcionado.
No olvida la filosofía y escribe La caída, reaparece la cuestión divina, para el protagonista,
el cual pasea por los canales de Ámsterdam (Camus pasó cuatro días en 1954 en la ciudad, lo
que le sirvió de inspiración para este ensayo), el paso por aquellos lugares es afín al de
Dante por La Divina Comedia, un recorrido por el infierno, ya no se trata de hacer un tratado
sobre el absurdo como en El extranjero o sobre la rebeldía de un mundo que se descompone por
la dictadura y por el desprecio al hombre y su individualidad como en La peste, sino una
crítica latente y absorbente sobre el pecado y la redención divina, sobre la ausencia de fe,
el deseo de creer y la demostración, siguiendo el círculo concéntrico de La Divina Comedia
sobre el infierno, de que la vida es drama, tragedia, donde la casualidad y el absurdo (idea
que prevalece desde El extranjero, pero que no es esencial, sino secundaria en el libro)
dominan nuestras vidas.
En 1956, Camus abandona Argelia y vuelve a París, pero su madre no va con él, se niega a
instalarse en Francia.
No hay que olvidar el esfuerzo de Camus por poner en marcha la adaptación de la novela de
Dostoievski Los demonios, que tanto le ha interesado. La figura del escritor ruso siempre ha
pesado sobre él, su caída y su redención, la sombra poderosa de la novela Crimen y castigo,
libro por el que Camus sentía fascinación y horror a la vez. Camus llegó a decir que en las
criaturas de Dostoievski está nuestra alma, sacando a la luz lo desgarrado que hay en nuestras
propias vidas.
El escritor francés ya está decepcionado de su experiencia comunista, de cualquier ideología,
solo vive para el arte, único espacio donde no anida la traición, para Camus el espíritu del
novelista ruso y su desconfianza de socialismo alguno o de humanitarismo es el suyo.
Los poseídos se representa por primera vez el 30 de enero de 1959, fue un estreno exitoso,
asisten André Malraux en compañía de George Pompidou, antiguo director del gabinete del
general De Gaulle. Malraux era entonces ministro de Estado encargado de los asuntos
culturales. También se halla entre el público Louis Aragon.
La obra recibe ataques de diferentes frentes, no fue muy bien acogida, de hecho no logra
cubrir los gastos de la puesta en escena. En el semanario Arts consideran que Camus realiza
una obra donde expone su filosofía, pero no hay forma de ver las ideas y el impulso de
Dostoievski. Sin embargo, en Le Monde, consideran que la obra de Camus es magnífica, pesan
más, de todos modos, las críticas negativas que las positivas.
Camus pone en marcha su último proyecto, el inacabado El primer hombre, cuyo manuscrito
llevaba el escritor cuando murió en el accidente de tráfico, camino de París, en el coche de
los Gallimard, mientras Francine y los gemelos (ya tenían dos hijos) van en tren. El absurdo
de la vida se cumple en el final de la vida de Camus, ya que éste tenía un billete de tren,
que no utilizó a última hora, para ir con los Gallimard.
El primer hombre es una biografía densa y poderosa de sus años en Argel, de su vida entera.
Camus crea un hombre, Jacques Cormery, tan cerca de personajes que han denunciado el mundo,
los de sus otras novelas: Clamence, Mersault, Rieux y Rambert.
Pero el libro representa una lucha contra un mundo que no entiende, contra una sociedad que le
ha negado la justicia que pedía, contra toda política, como emblema de la mentira y el
desencanto de tantas generaciones. J. Jacques es el héroe de la novela, pero también es el
hombre que nunca alcanza la felicidad, como Camus. Dice el escritor en la novela inacabada:
“J. tiene cuatro mujeres a la vez y lleva por tanto una vida vacía”. Son las mujeres que han
paseado por su vida, Catherine Sellers, confidente, Francine, su gran amor, entre otras, son
personas que no han atrapado al hombre insatisfecho siempre de sí mismo.
Para El primer hombre, Camus rastrea en la figura del padre, porque todo hombre acaba
pareciéndose a su padre, pero, pese a su viaje a Argel en 1959, no encuentra mucha información
útil.
Pese a todo, sigue escribiendo, le alegra la publicación de varios libros sobre su vida y
obra, uno en Estados Unidos, el de Germaine Brée, una francesa nacionalizada americana a quien
los Camus conocieron en Orán, otro en Gran Bretaña, por Philip Tody y dos en Francia, por
Roger Quillot y Jean-Claude Brisville.
Pero la vida le pone la peor trampa de todas, el 3 de enero el coche de los Gallimard se
estrella a veinticuatro kilómetros de Sens, en la Nacional 5, entre Champigny-sur-Yonne y
Villeneuve-la-Guyad. Michel Gallimard queda herido de gravedad, pero Camus, al lado del
conductor, muere en el acto a las 13:35 de ese día frío de enero.
El absurdo de la vida se había cumplido, el que creía que morir en un accidente era la manera
más ilógica de morir, el que luchó por los valores de una humanidad que no ha logrado cambiar
y que sigue imponiendo el egoísmo y el desprecio hacia sus semejantes, solo aquellos que
luchan pueden obtener un cambio, pero el poder de los estamentos sociales, la Iglesia, la
Política, la Banca, como jinetes del Apocalipsis, lo asolan todo, lo arrasan todo a su paso
devastador.
CONCLUSIÓN: CAMUS, UN DISIDENTE DE NUESTRO TIEMPO
Para concluir, recojo, de nuevo, las palabras del magnífico libro de Olivier Todd, donde
afirma muy bien quién fue Camus, qué herencia nos ha dejado a todos:
“Camus diagnosticó ciertos males de nuestra época, reflejó sus angustias, rechazó las
tentaciones totalitarias y su propia inclinación al nihilismo. Habría podido caer en el
cinismo. Pensador y moralista, estaba aislado en los ambientes franceses en que triunfaba el
marxismo bruto. Camus rechazó el fanatismo, no el militantismo. La idea de un Dios en el que
no podía creer le persiguió” (Olivier Todd, Albert Camus, Una vida, colección Andanzas,
Tusquets, Barcelona, 1997, p. 761).
No puede estar más claro que el peso de Camus sigue siendo su sinceridad, su rechazo a todo
cinismo, a toda la mentira de las ideologías, su búsqueda incesante de un sentido a la vida.
La mala relación con Sartre vino de esa desconfianza mutua ante esa simbiosis de novelista a
filósofo, pero también por las incongruencias que ambos vivieron. Solo queda la herencia de
Malraux, como verdaderamente sólida para el escritor francés, alguien que nunca demostró su
hipocresía, su falsa actitud ante su tiempo (Sartre sí lo hizo para Camus).
Concluyo este estudio con unas páginas de El primer hombre, porque la mejor forma de honrar a
un escritor es leer su obra, en ella encontramos la savia que germina para siempre y que nos
alimenta para crear la nuestra. Cito un momento feliz de la novela, donde recuerda la niñez,
con sus bellos paisajes de mar, porque en la vida de Camus el pasado siempre estuvo presente,
ese recuerdo de una infancia feliz, tan necesaria para conseguir una vida dichosa en los años
de adulto:
“El mar estaba tranquilo, tibio, el sol ahora ligero sobre las cabezas mojadas, y la gloria de
la luz llenaba esos cuerpos jóvenes de una alegría que los hacía gritar sin interrupción.
Reinaban sobre la vida y sobre el mar, y lo más fastuoso que puede dar el mundo lo recibían y
gastaban sin medida, como señores seguros de sus riquezas irreemplazables” (Albert Camus, El
primer hombre, Fábula Tusquets, Barcelona, 2003, p. 53).
Fue el tiempo de la felicidad, el que no volvió jamás del mismo modo, porque de las cosas
sencillas hizo Camus su reino de la niñez, su propósito de una justicia en el mundo sin piedad
que le tocó vivir, su deseo de lucha contra los totalitarismos de variada índole no encontró
toda la satisfacción que esperaba, porque el arduo camino que inició, pese a su honrada
propuesta, se topó con el poderoso mundo de la muerte y la injusticia que siguen asolando el
mundo. Camus fue un disidente, un heterodoxo, cuyo valor radica en su sinceridad y en su
espíritu de denuncia que aún vive y vivirá en sus novelas (La peste y su crítica a toda
dictadura, El extranjero y su denuncia del absurdo de la vida, entre otras), su teatro,
(inolvidables su Calígula, Los justos o Los poseídos), sus artículos y sus ensayos (El mito de
Sísifo, La caída, entre otros muchos), sin olvidar su novela inacabada, El primer hombre, un
canto a la vida dejada atrás, a su belleza y al dolor que, en su fuero interno, tuvo que
sufrir al descubrir la hermosura y el horror del mundo. Toda una herencia la de este gran
escritor contemporáneo.
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