Justo en estos momentos son las cinco menos veinte minutos de la mañana del día 1 de Enero de
2018. A esta hora, ya debería tener publicada esta revista -como cada mes- en mi servidor de Internet. Y si
no lo está ya es porque falta un pequeño detalle: escribir esta página.
Podría suponer un problema, porque escribir mi acostumbrado artículo de opinión de cada mes,
aunque ya tuviera pensado y desarrollado el tema para volcarlo a los folios virtuales, me
puede llevar al menos un par de horas. Lo que significa demasiado tiempo...
Y es entonces que en los vericuetos neuronales con los que me ayudo para resolver la
problemática diaria, comienza a tomar forma otra idea. Y se me ocurre analizarla. Y veo que
tiene forma de solución, porque -me dice con su reflexiva voz de viejita sabia-. Si, en el fondo, lo
que tú querías era enviarle a los lectores un mensaje de paz y felicidad para este año que
comienza, hazlo directamente, elude el innecesario relleno opinativo y les evita tener que entenebrecerse las pupilas con las
archisabidas trapacerías independentistas del Puigdemont y el Junqueras o los arrebatos de
horchata del D. Tancredo de la Moncloa. Quita todo lo que sobra... Enséñales solo el corazón...
Pues, lleva razón. Aquí lo tienen. Esto era lo que quería. Con toda sinceridad.
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