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Ciertamente, a poco que reflexionemos en silencio, hallaremos esa mística consoladora que da
vida a nuestro ser y paz a nuestras entretelas. No es cuestión de griteríos. Quizás tengamos
que liberarnos de esta mundanidad y enhebrar otros abecedarios más del alma, hasta volvernos
cantautores de lágrimas, pintores de sueños, o arquitectos de pentagramas de aliento. Por
ello, nos conviene vernos mar adentro, no para lamentarnos ni amargarnos, sino para volver a
la poesía de la que nunca debimos haber huido. Es hora de regresar, de levantarnos, de volver
a empezar con la métrica de los caminos; y, sobre todo, es el instante preciso de la escucha.
Sólo así podremos despertar a la creatividad, a la comunión de ideas, a una cultura de la
sencillez y del encuentro. No podemos encerrarnos en nosotros, hay que abrirse con el mejor de
los propósitos, el de aprender de nuestros propios errores. Tomemos las plazas para
estrecharnos, sembremos la caricia de la compasión por doquier, repartamos versos y sonrisas,
activemos la gratuidad de donarnos, máxime en unas circunstancias en que además de las
guerras, hay amenazas como el cambio climático, las hambrunas, las pandemias, el crimen
organizado o el tráfico de drogas que pueden exacerbar los conflictos.
Sea como fuere, tenemos que adelantarnos a los peligros, nos evita sufrimientos e incluso nos
ahorra dinero. A punto de comenzar un nuevo año, y tras meditar sobre la vía poética que está
en los labios, anhelos y corazones de todos, es el momento de adentrarnos en nuestro camino y
de pensar en nuestros hechos interiores, en esa criatura de espíritu grande y batallador, que
nos injerta fuerza para vivir, aunque el esfuerzo sea largo y fatigoso, no en vano tenemos que
promover la prosperidad de todos los seres humanos, al tiempo que hemos de proteger el
planeta. A pesar de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no son jurídicamente
obligatorios, se espera que los gobiernos los adopten como propios y establezcan marcos
nacionales para su logro. Desde luego, los diversos países tienen la responsabilidad
primordial del seguimiento y examen de los progresos conseguidos en el cumplimiento de dichas
tareas, para lo cual es necesario recopilar datos fiables, accesibles y oportunos. Ojalá
seamos capaces de cimentar lazos, sentimientos de fraternidad, pues lo importante no es la
globalización, sino la toma de conciencia de pertenecer a una única familia, la de un linaje
reconciliador, despojado de todo instinto dominador y egoísta.
La esperanza no podemos perderla, sería como quitarnos la vida. Hay que secar las fuentes del
mal, trabajar a destajo para que esto se produzca, reconociendo que únicamente aquella
libertad que se somete a lo auténtico conduce a la persona a su verdadero bien. Confieso que
el único símbolo de humanidad que conozco es la bondad, toda una demostración de misericordia,
muy superior a todo lo demás. Nada me asombra tanto como aquella gente compasiva que no se
olvida de nadie, que une y no separa, que sana las llagas y dulcifica el tiempo, que acoge y
no abandona, que auxilia y no desampara. Este es el verdadero espíritu navideño, el del amor
más sublime, el que alienta y conforta a los desplazados y refugiados, el que anima a los
desvalidos al abrigo de un corazón solidario. ¡Hágase, pues, esta Navidad! ¡Emociónese con
Navidad! ¡Vuelva Navidad a nuestros hogares! Sí, sí, de nada sirve el festín consumista, sino
buscamos la estrella que nos oriente y nos ensanche las ganas de cohabitar. Porque, realmente,
la vida no es aceptable a no ser que el cuerpo y el espíritu convivan en buena concordia, como
ese crío con el que nacemos, abrazándolo todo. Lástima que la violencia en la República
Centroafricana, y en tantos otros sitios, se haya recrudecido en 2017 y deje a toda una
generación de inocentes traumatizados, malnutridos, sin escolarizar y sin acceso a la sanidad
más básica. Confiemos en ser cada día mejores ciudadanos, seres que se aman y, por tanto,
mujeres y hombres de paz. En todo caso, meditemos para que se cree en nuestro interior un
espacio para el sosiego y, por ende, para disfrutar de los sonidos melodiosos del poema. En la
poesía, tal vez en la poesía, insisto, nos descubramos humildes. Seguro que sí. Con razón, se
dice de los poetas, que son latidos que han conservado sus ojos de angelito.
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