LOS GRANDES ESCRITORES QUE INFLUYERON A JUAN GIL-ALBERT (y III)
Como ya he dicho, merece la pena dedicar un apartado a la raíz decadentista en la prosa de
Gil-Albert. No olvidemos que el autor alicantino se nutre de una serie de intelectuales, la
mayoría escritores, que expresan una visión decadentista de la vida.
Así, pues, para terminar, citaré en este apartado a
Ramón María del Valle-Inclán, en sus poemas.
LA INFLUENCIA DE VALLE-INCLÁN EN LA PROSA DE GIL-ALBERT
Me pregunto a continuación qué aporta Valle-Inclán en la prosa de Gil-Albert. La mejor
contestación es la que nos ofrece el escritor alicantino en su Crónica General: “La influencia
de Valle-Inclán era un postizo, una excrecencia” (Juan Gil-Albert, 1995: 28).
Nos sorprende que no haya un componente más admirativo en Gil-Albert, lo que nos hace pensar
que la figura del escritor gallego no es relevante para él. Sin embargo, hay una visión
decadentista del mundo que aparece en el escritor gallego que sí coincide con la que nos
señala Gil-Albert en el suyo.
He buscado un claro referente en las obras de Valle-Inclán y lo he hallado en las Sonatas,
donde el mundo modernista, su visión estética de la vida, triunfa indudablemente. He elegido
Sonata de Otoño, concretamente un fragmento donde el escritor gallego nos muestra su afán
estético que nos inunda de belleza: “El sol poniente dejaba un reflejo dorado entre el verde
sombrío, casi negro, de los árboles venerables, ¡los cedros y los cipreses que contaban la
edad del palacio!” (Ramón M.ª del Valle Inclán, 1987: 120). Se refiere a la llegada del
Marqués de Bradomín al Palacio de Brandeso, donde ya había estado en la niñez. El deseo de
Valle-Inclán de reflejar un mundo hermoso es absoluto, el escritor se detiene, fascinado, por
todo lo que envuelve el aristocrático mundo que dejó atrás.
Veamos cómo describe el escritor gallego al mendigo en el cuento del mismo nombre. Si nos
fijamos, el escritor gallego retrata, pinta, al igual que Proust, Miró o Gil-Albert, aquello
que le deslumbra por su belleza o su fealdad: “Si cierro los ojos, aún me parece verlo,
sentado al sol, mal envuelto el cuerpo que era enjuto y menguado en un roto capote militar;
siempre con la hosca cara juanetuda y barbitaheña (barba roja) a la cual acababan de dar más
horrible catadura los ojos, que tenían una mirada zahína y de muy mal agüero…” (Ramón M.ª del
Valle Inclán, 1987: 83). Como vemos, la descripción es minuciosa y podemos ver al personaje
enfrente de nosotros, tal es la habilidad que tiene el escritor gallego para describirlo.
Merece la pena conocer aquí los gustos pictóricos de Valle-Inclán y cómo éste rechazó
abiertamente la pintura no figurativa, las abstracciones que empezaban a triunfar a principios
del s. XX. En una crítica escrita en el periódico El Mundo el 3 de mayo de 1808 hacia la
pintura del andaluz Julio Romero de Torres, podemos ver cómo se pronuncia a favor del pintor y
en contra del arte abstracto: “Solamente un perfecto y vergonzoso desconocimiento de la
emoción y una absoluta ignorancia estética ha podido dar vida a esa pintura bárbara, donde la
luz y la sombra se pelean con un desentono teatral y de mal gusto” (Ramón M.ª del Valle
Inclán, 1987: 313).
Valle-Inclán siempre mostró abiertamente sus opiniones, siendo un hombre de gran carácter, lo
cual le granjeó más de un disgusto. Cuando se refiere al cuadro de Julio Romero de Torres El
Amor Sagrado y El Amor Profano, merece la pena destacar cómo ejerce de crítico, haciendo
estética de la opinión a la que somete su criterio: “Es la cristalización de algo que está
fuera del tiempo, y que no debe suponerse accidente del momento histórico en que se
desenvuelve, informando toda la pintura de la época”. (314). Se refiere a las dos figuras que
componen el cuadro, lo que nos señala que Gil-Albert no podría eludir esa faceta estética del
escritor gallego y admirarla claramente, aunque no lo reconociese como tal.
Al hacer referencia el escritor alicantino a una famosa novela de Valle-Inclán, Tirano
Banderas, cuando el escritor gallego describe a Don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de
Togorres, el ministro en la novela, Gil-Albert no puede evitar sentirse vencido y admirado por
la talla de Valle-Inclán: “El mismo autor de tales prodigios literarios parecía extraído de
las mismas urnas” (Juan Gil-Albert, 1995: 28).
Se refiere el escritor alicantino a que el extravagante personaje de la novela es también
reflejo de un hombre extravagante y superior, un verdadero maestro del teatro español de
principios del s.XX y un artista de la palabra que nos regala en sus retratos decadentes
figuras tan inolvidables como el Marqués de Bradomín o el linaje de los Montenegro, reflejos
de un mundo que va muriendo, decadente, a veces sombrío y, a veces, hermoso.
Para terminar, merece nuestra atención la opinión de Valle-Inclán sobre el modernismo que él
practicó en sus primeras obras. En el periódico La Ilustración Española y Americana, publicado
el 22 de febrero de 1902, Valle-Inclán hablará de su interés por ese estilo, por Baudelaire,
Carducci y por Gabrielle d´Annunzio.
Lo que nos interesa es su posición en esa senda de hombres influidos por las ideas de la
estética finisecular, amantes del arte y la belleza como objetivo principal de la creación:
“Hay quien considera como extravagancias todas las imágenes de esta índole, cuando en realidad
no son más que una consecuencia lógica de la evolución progresiva de los sentidos. Hoy
percibimos gradaciones de color, gradaciones de sonidos y relaciones lejanas entre las cosas
que algunos cientos de años no fueron seguramente percibidas por nuestros antepasados” (Ramón
M.ª del Valle Inclán, 19887: 294).
Gil-Albert defendería, sin duda, estas palabras porque expresan su principal preocupación:
hacer de la literatura un arte para sentir, percibiendo el color, el sonido, el ritmo, la
música, etc. Como vemos, el esfuerzo de Valle-Inclán, aunque no reconocido por el escritor
alicantino, fue un claro referente para él.
CONCLUSIÓN: EL DECADENTISMO DE GIL-ALBERT
En este apartado he pretendido mostrar que la cuidada prosa de Gil-Albert no surge de la nada,
sino de una herencia literaria que tiene sus mejores representantes en escritores de la talla
de Joris-Karl Huysmans, André Gide, Marcel Proust y Valle-Inclán.
Estas influencias son importantes, ya que en algunas de las novelas del escritor alicantino
podemos ver la misma sofisticación, el mismo espíritu delicado que aparece en Á-Rebours,
famosa novela de Huysmans. El personaje del duque que el escritor francés no difiere demasiado
en sus refinados gustos del personaje de Los Arcángeles de Gil-Albert, tampoco se halla muy
lejos de Hugo en el Tobeyo o del amor del mismo autor. Hay en ellos un mismo espíritu delicado
que les hace especialmente sensibles a las emociones y al mundo real.
La influencia de André Gide en Gil-Albert es evidente, no sólo por las manifestaciones que el
escritor alicantino nos deja en algunos libros como el Breviarium Vitae, sino por la
importancia que en el Heraclés tiene el famoso Corydon de Gide.
Hay también una importante deuda con Marcel Proust, el escritor alicantino siempre manifestó
su admiración por el estilo minucioso, detallado, del escritor francés. El mundo elegante,
refinado, que representa Proust es, sin duda alguna, afín al gusto de Gil-Albert, tan
admirador del mundo aristocrático y del lujo.
Para terminar, comento que Valle-Inclán también está presente en la prosa de Gil-Albert. El
decadentismo de sus Sonatas, en las que aparece un personaje refinado, pero maquiavélico, que
pretende seducir a las mujeres jóvenes, cuando entra en los conventos, refleja a un hombre de
otro tiempo, como también lo fue Gil-Albert. Lo interesante de la prosa de Valle-Inclán, para
el escritor alicantino, radica en el estilo cuidado y delicado que es también el suyo.
En definitiva, la prosa del escritor alicantino tiene mucho que ver con estos escritores,
porque inventa en novelas como Valentín, el Tobeyo o del amor o Los Arcángeles unos personajes
que muestran la decadencia del mundo, seres que se envuelven en sí mismos para elegir la
soledad y el celibato, como rechazo a un mundo que ha perdido su distinción y naufraga en la
mediocridad. Ni Gide, ni Proust hubieran elegido el mundo actual, ya que la memoria les llevó
a otro tiempo, tan añorado por Gil-Albert.
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