1996-2000
Lo de no poder ir a recoger mis premios literarios a causa de las crisis dolorosas se repitió en dos o tres ocasiones más en los primeros meses de 1995. Y esto, no sólo me producía la contrariedad de no poder ir
a recoger el premio -cosa que me satisfacía como es lógico-, sino que me desbarataba todos los planes de futuro en mi carrera literaria, ya que, en casi la totalidad de los certámenes era condición indispensable
la presencia del premiado para la entrega y pago del premio conseguido. La no asistencia suponía la renuncia al mismo. Por ello, después de pensarlo y madurarlo mucho, plenamente convencido de que mi enfermedad
era incompatible con el posible triunfo en el mundo de la literatura (que no sólo es llegar, sino mantenerse, lo que conlleva someterse a una continuada serie de viajes y más viajes: promoción de los libros,
ferias, etc.,), decidí "colgar la pluma" y dejar de participar en certámenes. Esta renuncia significaba que se acabó lo que se daba, que hasta ahí llegó mi carrera como escritor...
Las crisis continuaron en los siguientes años, los dolores, principalmente en las manos, se mantenían de forma constante impidiéndome, o haciendo difícil, la mayoría de acciones para el desenvolvimiento de una
persona normal en su vida diaria. Naturalmente, era peor cuando me sobrevenía una crisis atacando pies y piernas, hombros y brazos o cualquier otra parte del cuerpo. Entonces me convertía en un inválido total. Y,
repito, ni los analgésicos convencionales ni los antiinflamatorios ni ninguno otro de los medicamentos que tomaba (recetados por los médicos especialistas) conseguían frenar ni la enfermedad ni el dolor.
Por aquellos tiempos de 1998-99, momentos álgidos, de terribles y continuados dolores día y noche, de ver mi vida destrozada definitivamente por esta maldita enfermedad, de verme inútil e impotente, de pensar que
lo que me esperaba (entonces pensaba que esta enfermedad no mata, pero, luego, pasados unos años, por lo sucedido a una chica conocida que sufría lo mismo, sabría que, si no la enfermedad en sí, los graves
efectos secundarios de los variados potingues, terminaban por proporcionarte el billete para el otro barrio) era acabar en una silla de ruedas, inválido y deforme y siendo una carga para mi mujer e hijos, fue
cuando me asaltaron las ideas de terminar para siempre con tanto dolor y sufrimiento.
Realmente, en aquellas noches en vela, en aquellas forzadas vigilias en las que paseaba mi dolor por los largos pasillos de casa soltando apagados quejidos, se me fue aposentando la idea de acabar con todo. Y
pensé seriamente en la forma en que podría llevarlo a cabo de manera que nadie notara nada. Era una decisión largamente meditada, madurada en seis largos años de dolores y sufrimientos, y avalada por ese
previsible futuro al que, irremisiblemente, me llevaba mi puñetera enfermedad
(entonces sólo sabía pensar desde la Medicina convencional). Sin embargo, en tanto preparaba la "fórmula" que me proporcionaría el billete para ese último viaje, cuando ya me disponía para pasar
a ese punto sin retorno, algo me iluminó, algo me abrió la conciencia y me mostró al otro yo, al niño inquieto y soñador, que muy pronto aprendió que los sueños sólo se hacen realidad con el trabajo y el estudio,
al muchacho, afanoso y luchador, siempre estudiando y trabajando, al que muy pronto la vida le enseñó los dientes y que el camino hasta los sueños se compone de sangre, sudor y lágrimas, al hombre que había
aprendido a ganarle los pulsos a la vida y que, ya con plata en las sienes y mil cicatrices en el alma, había sido capaz de cruzar por las realidades hasta -casi- llegar a la misma puerta donde viven los sueños
para hacerlos suyos... La voz de la conciencia sonaba potente y clara: ¡Lucha, lucha y véncela! ¡Tú puedes y debes hacerlo!
Recapacité. Pensé en mi mujer, mis hijos, mis futuros nietos... Quería para ellos una infancia bien distinta a la que yo nunca tuve, vivir en ellos esa infancia que yo jamás viví, era mi derecho y mi obligación,
no podía privarlos de tener un abuelo en el que encontrar cariño, experiencia, consejos... Descubrí que aún había sueños dentro de mí, sueños dormidos, apagados, pero casi vivos... Definitivamente abandoné la
idea. Sólo había que seguir luchando, vencer, poner toda la fuerza de voluntad en hacer que aquel monstruo no pudiera conmigo. Naturalmente, había que hacer algo...
Y lo hice. Lo primero, abandonar todos los antiinflamatorios, protectores gástricos y demás medicamentos que tomaba a diario. Sopesé la situación, valoré toda aquella serie de productos que tomaba o había tomado
y llegué a la conclusión que el único que me había demostrado una relativa efectividad era el deflazacort, un corticoide. Dejé de tomar absolutamente todo excepto media pastilla (15 mg) de Zamene.
El primer mes noté que se acentuaban algunos de los dolores que soportaba a diario -sobre todo los de las manos-, y que también se agudizaban y mantenían más tiempo los que me sobrevenían periódicamente en otras
articulaciones, sin embargo, también iba notando una apreciable mejoría en mi estado interior, vamos, que notaba claramente cómo iban remitiendo esos otros dolores y malestares internos, pecho, estómago, abdomen,
hígado..., que (entonces lo fui viendo con claridad) se habían ido instalando en mí a lo largo de los años como consecuencia de la toma de los antiinflamatorios y demás medicamentos.
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