La Web de ANABEL
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    LA MUJER DE NEGRO

  • Le gustaba conducir. Era una de las pocas cosas claras que tenía. Nunca lo hubiera imaginado, pero gozaba al volante. Podía ver sin ser vista y dar rienda suelta a su poderoso sentido de la observación. Era una válvula de escape que le permitía medirse con su entorno. 

    Arturo la regañaba con voz suave porque, según él, se transformaba cuando cogía las llaves del coche y no es que se volviese agresiva e intransigente, no, sólo que de una manera, apenas perceptible, pero que Arturo conocía bien, le cambiaban las facciones y es que se sentía más libre e independiente y eso no lo entendía su marido que lo único que había querido hacer desde que la conoció era protegerla porque la sentía vulnerable, aunque Marta había fingido siempre que ella no necesitaba los afanes de nadie; pero las cosas podían cambiar y Arturo era paciente como un gato. Marta llevaba ganándose la vida desde jovencita. 

    Empezó a trabajar en un Instituto de Belleza a los 14 años, cuando muchas de sus amigas bostezaban de aburrimiento sin saber qué hacer. Fue la chica para todo, pero, como era espabilada y vivaz, aprendió rápido y ahora, 25 años después, era una experta en tratamientos de belleza, en peluquería y en cualquier método de depilación. Le gustaba su trabajo. Veía que no era superfluo lo que hacía porque muchas mujeres entraban acomplejadas y necesitaban algo más que un tratamiento para retomar sus vidas. 

    Tenía compañeras a las que conocía desde hacía tiempo y las clientas solían ser agradables porque cuando llevas 4 o 5 años depilando unas piernas, un mentón o un labio superior –porque las señoras no tienen bigote-, eso imprime un buen grado de intimidad y o te llevas bien o rompes la baraja, les decía siempre Eulalia, la jefa y alma del Salón de Belleza. Y era cierto. Marta se había convertido en una especie de consejera para algunas señoras que, liberadas de los corsés físicos y psicológicos que las oprimían, se dejaban ir y bien pertrechadas por una mascarilla contaban lo que nunca hubieran imaginado. 

    Marta era discreta. Todas lo eran allí. Esto es como un confesionario, apostillaba Eulalia, ver, oír y callar. También acudían mujeres prepotentes que creían que eran las dueñas del mundo porque iban a golpe de talonario; pero que tarde o temprano se darían cuenta de que la belleza no surge precisamente del dinero, sino de algo que se lleva dentro. Porque la belleza o es interior o no es nada. Se trata de potenciar las buenas cualidades, no de inventarse lo que no existe, volvía Eulalia con sus consejos que componían su particular –y acertadísima- filosofía de la vida. Marta, al principio, iba andando al trabajo. Vivía con sus padres no muy lejos y se daba un paseo de 10 minutos. Le gustaba su ciudad. No era ni muy grande ni muy pequeña. Le permitía ir andando a todas partes y eso le parecía muy bueno. 

    No se sacó el carnet de conducir. ¿Para qué? Pasaba siempre por la calle de Remedio, en pleno centro, que era una calle estrecha de aceras breves en las que apenas podías poner los pies. Como era observadora por naturaleza se fijó en una mujer, vestida de negro, menuda, que cada día, a la misma hora, cuando ella pasaba por la mañana, estaba fregando la escalera y la entrada de su casa, un edificio angosto y antiguo, que a Marta se le antojaba boca de lobo. La mujer fregaba con esmero, como si quisiera limpiar algo más que la suciedad de la calle. Marta, por respeto, se bajaba de la acera en su tramo, para no pisarla, aunque no llegaba a saludar a la mujer porque le daba cierta vergüenza y pasaba siempre mirándola por el rabillo del ojo. 

    Cuando conoció a Arturo las cosas cambiaron. Arturo era una persona positiva, de confianza arrolladora en la vida, un soñador, una especie de alma cándida que creía en la posibilidad de cambiar el mundo con sus deseos y, durante un tiempo, la contagió y la envolvió en oleadas de ternura porque era hermoso vivir en una fábula a la medida de ellos dos. Transigió por él y se fueron a vivir a un chalet a las afueras, de esos adosados, un tanto pretenciosos, creía Marta, con antena parabólica y demás esnobismos, pero Arturo creía que era bueno estar allí, que sus hijos podrían vivir al aire libre, pasear sin miedos, que tendrían un perrito y un jardín donde él plantaría los mejores rosales y lo decía con semejante cara de desvalimiento, que Marta no se opuso a nada y optó por sacarse el carné de conducir que era lo más práctico que podía hacer ya que hubo en algo que no cedió y fue en su trabajo.

    Arturo porfió que lo dejase. Él tenía un buen empleo y podía hacer frente a todo, como si fuera una especie de caballero sacado de cualquier novela quijotesca o algo así. Marta pidió jornada reducida, al principio, porque se le multiplicaron los encargos previos a la boda y no podía con todo. En cuanto se sacó el carné vio que era capaz de seguir manejando su vida con entereza y eso le gustó. Iba y venía y seguía pasando por la calle de Remedio que ahora tenía mejores aceras, aunque ella no las utilizaba. Habían hecho obras y el estropicio duró unos meses. La mujer de negro, más menuda que antes, sin embargo, seguía estando ahí y barría el polvo y los cascotes con obsesión, como si fuese una especie de designio divino el que la empujase a ello o una condena mitológica o la única misión de su vida. 

    A Marta le causaba desazón ver a esa mujer que llevaba toda la vida limpiando a la misma hora el portal de su casa como si nada fuese más importante. Marta y Arturo iniciaron su andadura juntos y vivieron una ensoñación. Creyeron en algo más, fueron amigos y compañeros, pero no parecían ser capaces de mantener un proyecto en común porque cada uno tenía expectativas diferentes. No se pelearon, no se enemistaron porque se querían mucho, pero Marta no sabía que necesitaba y Arturo intentaba dárselo a ciegas. Decidieron separarse por un tiempo. Arturo se quedó en el chalet, le gustaba y de verdad creía que allí serían felices. 

    Marta se fue de nuevo a su ciudad y dejó el coche aparcado porque le era más fácil ir andando. Retomó costumbres olvidadas y de nuevo volvió a bajar de la acera en la calle de los Remedios porque la mujercita de negro fregaba a sus pies. Al cabo de unos meses, una mañana no vio a la mujer enlutada, zapatos negros, medias negras, vestido negro, y eso la extrañó. Estará enferma, quizás. Pero pasaron los días y la acera se llenaba de polvo porque nadie la fregaba.

    Por fin, Eulalia, que se enteraba de todo, le dijo que había muerto, que vivía sola y que tenía un hijo no se sabe dónde y que muy bueno no debía ser, pobre mujer, que es el que se había quedado con la casa, que no era muy sólida porque, de puro vieja, amenazaba ruina y un día se caería encima de alguien y que, pobre mujer, que vida más triste y solitaria. A Marta la noticia le dolió, es como si esa mujercita, encorvada ya de puro vieja, hubiese salido de su soledad limpiando el portal de su casa, ése era el único contacto con la calle. No se trataba de una obsesión sino de una huida de las propias carencias y a Marta le dio pena no haberla saludado en todos esos años. 

    A Marta le pareció una estafa de la vida porque la presencia de esa pobre mujer enlutada a lo largo de su adolescencia y juventud le dio algo de firmeza a sus hábitos, continuidad y ahora ese eslabón se había roto sin que ella hubiese hecho nada por evitarlo. Se lo contó a Arturo porque era el único que la comprendería. Su marido lo entendió como una nueva opción que les daba el destino. Marta, cariño, tú y yo nos llevamos bien, no dejes que nos corroa el tiempo como a esa mujer de la que me hablas, no dejes que la vida nos pase en un solo sentido. Quizá Arturo tenía razón y la había tenido siempre y no era malo soñar alguna vez, acaso mejor a seguir tan despierta como ella misma. 

    Volvió al chalet y a su vida con una sensación de cansancio acumulado como si de repente, la carga de esos años en los que había vivido obstinada, sin asideros, se le hiciese muy pesada; tanto que, por una vez, se dejó proteger y en ello no vio ninguna capitulación. 

    Y es que Arturo tenía más paciencia que un gato.





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