La Web de ANABEL
  • CUENTOS Y RELATOS

    CUENTOS CORTOS (Col 1ª)

  • LA IDENTIDAD 

    Cuando su padre murió, él tenía 15 años y su madre siguió uno a uno todos los proyectos que habían planeado para él con su marido. No querían que fuese como el padre, una persona que sólo sabía trabajar, que no tenía preparación, que no conocía el mundo. El muchacho estudió, creció y escapó del recuerdo de su padre, impulsado por los consejos de una madre que no le daba tregua. Al fin, estuvo bien situado. Tenía una casa magnífica, una mujer que lo quería, un par de niños bulliciosos y un trabajo estable; pero le faltaba algo que no conseguía llenar ni con la música de Mozart ni con dos masajes por semana.

    Un buen día, en que no andaba apurado de tiempo, se detuvo algo más de lo acostumbrado ante un espejo y, después del afeitado, se descubrió unos rasgos muy marcados que no tenían nada que ver con aquel joven de 15 años que siguió una vida que habían preparado para él. En su cara estaban sedimentados los mismos rasgos de su padre y eso, contra lo que hubiera deseado su madre, le dio ánimos para seguir. Ya no era necesario mantener ningún engaño consigo mismo porque su rostro era idéntico al del padre muerto y él volvería a repetir sus mismos errores y aciertos, como harían sus hijos, a quienes jamás hurtaría su recuerdo. Eso lo hizo reír con alegría porque, para su consuelo, ya no tenía que demostrar nada a nadie.

     
    LA JOVEN Y EL SAPO 

    La joven lavaba en el río en una época en que aún no se habían inventado las lavadoras y las secadoras. De repente, por entre los juncos, saltó a su regazo un sapo verde lleno de pecas. La miró con sus ojos saltones y ella, del susto, arrojó las sábanas que estaba enjabonando y salió huyendo como alma que lleva el diablo. Corrió y corrió y no volvió la cabeza hasta llegar a las primeras casas del pueblo. El sapo quedó entristecido y pensó que esa muchacha no era la adecuada porque no sabía que todos los sapos del mundo son príncipes encantados a los que hay que desencantar con un beso. El sapo decidió irse a otra charca. Tal vez encontraría a alguna chica que hubiese leído algún cuento de hadas y que lo ayudase porque él ya estaba harto de tanta humedad y sospechaba que la papada le colgaría siempre a no ser que alguien lo besase con urgencia. Y se alejó renqueando porque ni saltar podía: la maldita artrosis lo tenía baldado.
     

    LA RANA Y LA CIGARRA 

    Cierto día la rana y la cigarra decidieron iniciar una competición pacífica, pero, para que el jurado pudiera juzgar de manera objetiva, se repartieron las horas del día: la cigarra cantaría durante la siesta y la rana, por la noche. Y así lo hicieron. La cigarra cantó y cantó bajo un sol de justicia, y la rana croó y croó mirando a la luna. Las dos no podía más por el esfuerzo; pero seguían y seguían, y siguen todavía. El jurado no pudo decidirse porque sus miembros tenían tanto sueño que aprovechaban los momentos en que la cigarra y la rana cesaban de cantar para echar una cabezadita. Por eso su canto está lleno de entusiasmo porque aún aguardan a ser las vencedoras.
     

    EL SUEÑO DE LA PRINCESA 

    La princesa estaba acodada en su baranda esperando al príncipe de sus sueños. Llevaba muchos años oteando el camino y preparándose para recibirlo. Un día, cuando ya se había puesto el sol, apareció el príncipe. Se acercó a la baranda y miró a la princesa. Ella era la princesa de sus sueños y él, su príncipe soñado. Estuvieron largo rato observándose a la luz de las estrellas y la princesa le arrojó una flor e hizo ademán de retirarse. Lo que a ella le gustaba de verdad era contemplar los colores del atardecer que iban pasando del malva al pardo y del pardo al gris. El príncipe no intentó detenerla. Lo que a él le gustaba era enfrentarse a dragones furiosos, superar difíciles pruebas y cabalgar en su caballo bayo. Se sonrieron antes de despedirse. El príncipe pasó de largo y la princesa siguió aguardando al príncipe de sus sueños.

     
    SUEÑOS REALES (VARIACIÓN SOBRE UN TEMA)
     
    Una vez estaba la princesa acodada en su baranda cuando vio pasar al príncipe que había soñado con ella y que venía para llevársela a su reino; pero, cuando pasó por debajo y la miró, al príncipe le pareció demasiado hermosa, demasiado transparente y demasiado frágil y pensó que se desvanecería en el aire si la montaba a la grupa de su caballo. Y el príncipe prefirió dejarla en su baranda para poder seguir soñando con ella y continuó su camino.

     
    LA HUIDA DEL REPORTERO 

    Huyendo de la muerte, escogió la profesión de reportero gráfico. Creía que, metido hasta el cuello en el vértigo, sería invulnerable. Anduvo en guerras, fue testigo de catástrofes naturales, su cabeza tuvo un precio muy alto en una república bananera y se enroló en todas las causas perdidas. Ascendió cumbres inaccesibles, buceó en los confines del océano, voló más arriba de las nubes y su vida siempre se mantuvo firme. Cuando las sienes le platearon y el agobio golpeó su corazón, pensó que ya habría dado esquinazo a la muerte que lo creería perdido en cualquier trinchera. Decidió volver a su casa y descansar. Y allí, tomando su café, fumándose sus Montecristos, calzada con sus zapatillas de fieltro lo esperaba la muerte ante una partida de ajedrez a la que le faltaba una única jugada. Lo miró sin asomo de sorpresa y le mostró una silla vacía frente al tablero. Y el reportero gráfico que ya estaba harto de huir por todo el mundo, respiró casi con alivio y aceptó, por fin, a ocupar su puesto en el juego de la vida.
     

    EL NIÑO Y EL CAMPESINO 

    Una tarde el campesino vareaba sus olivos cuando, desde lejos, vio venir a un niño. El día estaba nublado y las tierras se encontraban muy lejos del pueblo. Sin dejar su trabajo, el campesino le gritó: ¿Adónde vas? Y el niño saludó: Buenas tardes. Volvió a preguntarle y el niño contestó: Voy a guardar la casa de más abajo porque los dueños tienen que ausentarse esta noche. Soltó la vara el campesino y y se le acercó: Pero, ¿no tendrás miedo siendo tan pequeño? El niño lo observó con una mirada cargada de experiencia y de años y se sonrió: No se preocupe. Tengo ya 68 años. Y continuó su camino a pasitos cortos, pero decididos. Mientras, el campesino se quedaba reflexionando acerca de lo poco que sabía sobre los caprichos de la naturaleza, aunque se hubiese pasado media vida vareando los olivos.
     

    EL CUERVO Y LA PALOMA 

    Antes de que el diluvio cubriese toda la tierra, el cuervo y la paloma sólo se diferenciaban por el pico, ya que los dos tenían un plumaje claro, si acaso el del cuervo era algo más grisáceo. Cuando Noé les encomendó la difícil tarea por la cual pasarían a la historia, uno como el malo y la otra como la buena, la paloma regresó enseguida con su rama de olivo en el pico. Noé la acarició y, en premio, le prometió que viviría siempre con el hombre; en cambio, el cuervo se entretuvo más de la cuenta y cuando quiso entrar en el arca, el santo patriarca lo amenazó con el dedo y le regaló toda la tierra para que viviese en ella. Y voló, voló dando vueltas al arca y el sol salió y se puso varias veces y el pobre cuervo quedó totalmente chamuscado y buscó refugio en lugares alejados del ser humano. 

    Con el tiempo, la paloma descubrió que no era ninguna ventaja eso de ser animal doméstico porque o se morían de hambre en plazas y avenidas, o eran alejadas para que no se posasen sobre los monumentos, o se pasaban la vida comiendo las migajas de aquellos que se fotografiaban con ellas, o -y eso era lo peor- servían de guiso aromático. De ahí que las palomas vuelen y vuelen en bandadas densas y compactas: quieren que el sol les chamusque las plumas de las alas y del cuerpo para poder confundirse con los cuervos y que el hombre no las moleste más.
     

    TODA LA VIDA TRABAJANDO 

    Toda la vida trabajando y, al final, cuando puedes vivir un poco, ya no sabes qué hacer con el tiempo que te queda y te avergüenza salir a la calle porque te cuelgan los pellejos, tienes ojeras y hasta papada. Y un buen día te miras, de cuerpo entero, en el espejo de tu habitación y del ataque de risa que te da, decides llenar toda la casa de espejos para poderte mirar más a gusto. Y al diablo los cuerpos esbeltos.

     
    EL SUEÑO DEL POETA 

    El poeta estaba languideciendo y mirando las flores del parque cuando se quedó dormido y soñó que, en ese mismo lugar, se levantaba una estatua suya y que los enamorados acudían a besarse a la luz de la luna recitando sus poemas y que aquellos que nunca lo habían leído se fotografiaban con aire pomposo el día de la inauguración ante su estatua y empezaban a investigar sus versos. Y el poeta despertó sobresaltado. Tuvo miedo. Volvió a su casa y quemó uno a uno todos sus poemas.
     

    LAS ESTRELLAS ESTRELLADAS 

    Cuando Dios creó el mundo agrupó a las estrellas para que se diesen calor y no se sintieran solas; pero las estrellas eran unas chismosas que cuchicheaban todo el día y se reían de los angelotes rosados y gordezuelos y se burlaban de los que aún no habían conseguido sus alas. Y el ángel portero, que llevaba toda una eternidad advirtiéndoles que ese comportamiento no era el apropiado, no tuvo más remedio que dispersarlas con su escoba. Las estrellas salieron disparadas una a una y ocuparon los distintos puntos del firmamento. Como ya no pueden comunicarse se mandan su luz y, a través de sus destellos, siguen riéndose de los angelitos sin alas. Y los hombres creen que han visto una estrella fugaz que les concederá un deseo.
     

    MATRIMONIO PERFECTO 

    Después de la boda, la pareja perfecta comenzó a presentar los primeros síntomas de desavenencia. Se arrojaron una a uno todos los cacharros que sus amigos y familiares les habían comprado en la lista de bodas y acabaron también con los electrodomésticos. Lo rompieron todo y decidieron separarse cuando descubrieron que yo no tenían nada en común.
     

    A LA OCASIÓN LA PINTAN CALVA 

    La ocasión era una hermosa dama de cabellos sedosos y largos. Presumía mucho de sus encantos y le gustaba que los hombres la persiguiesen y que, si la alcanzaban, la abrazasen y acariciasen. El provecho, que no tenía un pelo de tonto, la dejaba hacer, aunque ya le cansaba tener que insistir tanto para demostrar a los hombres que él valía más y era más seguro y que, en cambio, la ocasión, al mínimo gesto, tuviese rendidos a sus pies a todos los mortales. 

    Un día en que la ocasión dormía, el provecho se le acercó y le cortó el pelo. La dejó reluciente, con una cabeza monda y lironda. La ocasión lloró de rabia; pero, como era una coqueta irremediable, empezó a encontrarse encantadora y se dio cuenta que era mucho más excitante que nadie le pudiese dar alcance... casi nunca. Y decidió afeitarse la cabeza todos los días, para desesperación del provecho. De ahí que digan que a la ocasión la pintan calva.

     
    UN ANCIANO SIN EXPERIENCIA 

    Un anciano estaba muy preocupado porque no había adquirido la más mínima experiencia. Cuando era niño le decían que de mayor sabría dar respuesta a los misterios del mundo. Y continuaron diciéndoselo cuando fue joven y más maduro. Y creció con esa ilusión y se dio mucha prisa para llegar a anciano y, cuando lo consiguió, únicamente podía decir que los años habían transcurrido sin sentir, que nadie puede conocer los misterios de la naturaleza, que la lluvia es buena para los campos y que era desaconsejable bañarse sin haber hecho la digestión y cuatro cosas más por el estilo. Creyó que aún no era suficientemente viejo y siguió viviendo, mientras la experiencia se columpiaba de sus orejas porque ya no le cabía en el cuerpo.
     

    LA LECHERA DE LA FÁBULA 

    La lechera de la fábula había crecido y se había convertido en una mujer de provecho y estaba cansada y harta de que siempre se le derramase la leche por el suelo. Eso ya no era serio dada su edad. De jovencita resultaba gracioso; pero ahora ya no lo toleraba. Y decidió ir al sindicato y reivindicar sus derechos como personaje literario que era y exigir un recipiente hermético y bien cerrado para que, de allí en adelante, no se derramase nunca más ni una sola gota de leche. ¡Ya estaba bien la broma! Y Samaniego que dormitaba en el limbo se despertó sobresaltado y acabó comprendiendo que los tiempos habían cambiado.





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