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    BIOGRAFÍAS

    ALEJANDRO SAWA

    por Francisco Arias Solís


Alejandro Sawa Alejandro Sawa perteneció a una generación un poco anterior a la del 98. Por sus hábitos de vida bohemia, y más tarde por las circunstancias adversas de su quebrantada salud, tiene que apartarse cada vez más de la vida literaria del día. Según advirtió Rubén Darío, era un gran actor que por desdicha no representó sino la tragicomedia de su propia existencia. Era una figura impresionante, de estirpe romántica en sus gestos e indumentaria, que se sentía, como tantas veces dijo, un extemporáneo en un mundo ajeno.

Muchos estudiosos de la literatura de entonces, consideran que la pluma de Valle-Inclán nos dejó retratado magistralmente a Sawa en el genuino e inigualable Max Estrella, protagonista de Luces de Bohemia.

Alejandro Sawa nace en Sevilla el 15 de marzo de 1862. Hijo de una comerciante, que importaba vinos y productos ultramarinos de toda clase. Marcha pronto a Málaga, donde estudió en el Seminario. Se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada. Hacia el año 1885 llega a Madrid. En ese año publica su primera novela La mujer de todo el mundo. Al año siguiente publica Crimen legal. En 1887, Declaración de un vencido. Finalmente, Noche, se publicó en 1888.

Hacia 1890 marcha a París, de donde no regresaría a España hasta finales de 1896, vive intensamente la vida artística del Barrio Latino. Fueron aquellos los buenos tiempos de Sawa, como él gustaba decir, cuando le era dulce y grato el vivir. Allí en París, conoce además, a una joven de Borgoña, Juana Poirier, que más tarde será su santa mujer; allí nace también su única hija Elena. A su regreso a Madrid, lleva la nueva estética simbolista directamente desde París. Es, pues, el innegable, aunque no el único introductor en España del culto por Verlaine. "Alejandro Sawa, el bohemio incorregible -nos dijo Manuel Machado-, muerto hace poco, volvió por entonces de París hablando de parnasianismo y simbolismo y recitando por primera vez en Madrid versos de Verlaine". Contribuye, junto con Valera, Clarín y Salvador Rueda, al temprano conocimiento que los escritores españoles tuvieron de Rubén Darío. "Allá en París -decía Rubén Darío- hacía Sawa esa vida, hoy ya imposible que se disfrazó en un tiempo con el bonito nombre de bohemia". Sawa es uno de los mayores difusores que el simbolismo, el parnasianismo y el modernismo tuvieron en nuestras letras.

Los últimos años transcurridos en Madrid fueron indudablemente los más dolorosos y difíciles de la vida de Alejandro Sawa. No sin ironía, se inicia en esos años finales con el modesto triunfo de su adaptación escénica de Los reyes en el destierro, de Alfonso Daudet en 1889. Como escritor, se dedica exclusivamente al periodismo; colabora con los diarios más prestigiosos de la época: El Liberal, El País, Heraldo de Madrid, España, El Imparcial... El derrumbamiento físico y moral es progresivo; las tribulaciones más agudas de Sawa encuentran su perfecta expresión en las páginas misceláneas de su libro póstumo Iluminaciones en la sombra.

Sawa, como otros escritores, se divorcia de la sociedad, a él, como a otros, la sociedad lo hundió a menudo, en la miseria, la locura o la muerte. Este proscrito que concebía la creación como rebelión, tuvo al gaditano Fermín Salvochea como ídolo, es decir, al "jefe del anarquismo en Cádiz, o por mejor decir el director", como llamara Valle-Inclán a Salvochea.

Alejandro Sawa evidenció una gran preocupación por las cuestiones sociales. "Vivir no es someterse constantemente -decía-, sino muchas veces resistir". Indignado por su visita al hospicio de Madrid escribe: "He visto a los niños descalzos. No me lo han contado; lo he visto yo, y digo que he visto descalzos a los niños a quienes en aquella casa se había ofrecido protección y asilo".

Este gran bohemio, amante de la belleza por encima de todo, anticlerical exacerbado es un sorprendente reconocedor del feminismo en sus obras, pues, otorga a la mujer el derecho a disponer de su cuerpo y a tener autonomía para el placer...

Este hombre "magnífico" y "excelso", como fue calificado por algunos de su tiempo, llega a conocer la más completa postración física y espiritual. En su anhelo de vivir pretende orientarse aunque poco a poco sucumba, hundiéndose ante los golpes que le depara un mundo ajeno. "Yo no hubiera querido nacer -escribía-; pero me es insoportable morir". Y así, solo y prácticamente abandonado, va rodando de taberna en taberna, sin haber perdido aún los gestos desmesurados de un rebelde que no se rinde, hasta aquella madrugada del día 3 de marzo de 1909 en que expiró por fin, loco y ciego, en su humilde casa de la calle del Conde Duque de Madrid. 

Poco antes, el gran bohemio nos había dicho: "¡Irme, irme! Ya no sueño sino con eso. Irme a una tierra cualquiera donde la villanía no sea el estado social de la gente, donde a lo menos las afirmaciones y negaciones tengan el sentido filosófico que todos los léxicos les prestan, donde el honor se asiente en las almas y no en los labios. ¡Irme, huir de aquí, por dignidad, por estética, por instinto de conservación. Es que yo me noto aún sano en esta sociedad de leprosos!"

Valle-Inclán escribía: "Tuvo el final de un rey de tragedia: loco, ciego y furioso". Y Manuel Machado nos contó y cantó: "Jamás ninguno ha caído, / con facha de vencedor, / tan deshecho. / Y es que él se daba a perder, / como muchos a ganar". 











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