
Federico García Lorca, su discípulo y amigo, dedicó a Fernando de los Ríos y a su mujer, Gloria Giner, el bellísimo Romance sonámbulo. Poco años después
se preguntaba Fernando de los Ríos: «Fusilado, ¿por qué? No porque se llamara Federico García Lorca. En el fusilaron a la poesía, no al poeta».
Fernando de los Ríos fue en la República el pensador-poeta o el poeta-pensador. Este ilustre socialista, quizá el más leído y escribido de los republicanos españoles, nace en Ronda el 8 de diciembre de 1879. Estudia
bachillerato en Córdoba y Derecho en Madrid. Una vez terminada la carrera pasa a Barcelona donde reside cuatro años, y a su vuelta a Madrid trabaja al lado de su tío y maestro Francisco Giner de los Ríos. Por
entonces da clases como profesor en la Institución Libre de Enseñanza. De la «Institución» salió Fernando de los Ríos para Alemania a ampliar y perfeccionar estudios. Hay dos hechos importantísimos para la posterior
evolución de pensador-poeta en este viaje a Alemania: su amistad con aquellos jóvenes que posteriormente formarán la denominada Generación de 1914 y su contacto con el socialismo neokantiano.
Catedrático a edad muy temprana, ejerce docencia universitaria en una Granada fervorosa de inquietudes y realizaciones intelectuales. Había vivido y sentido la pasión del campesino de la vega granadina y la
indignación le empujó a la brega por la libertad y la justicia, pero ha estudiado historia, filosofía, economía y ve los obstáculos y se retrae ante las soluciones fáciles a los problemas más difíciles. El poeta tira
del pensador. El pensador se resiste. Y, finalmente, se decide a participar en política principalmente con el fin de «conseguir algo para los obreros del campo», según consta en carta dirigida a su mujer.
Heredero de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza, Fernando de los Ríos se afilia al PSOE en 1919. En las elecciones de ese mismo año es elegido diputado por la circunscripción de Granada. Defensor de las
libertades bajo la dictadura de Primo de Rivera, su prestigio se acrecentó hasta el extremo de darse por descontado durante la crisis de la Monarquía su ascenso a un ministerio. Fue ministro de Justicia, de
Instrucción pública y de Estado en los gobiernos presididos por Azaña desde octubre de 1931 hasta septiembre de 1933. En 1932, en la candidatura socialista de Granada, junto a Fernando de los Ríos figura también la
famosa escritora María Lejárraga, que cedió la titularidad de su obra a su marido, Gregorio Martínez Sierra.
Catedrático de Estudios Superiores de Ciencia Política en la Universidad de Madrid, fue uno de los grandes teóricos del socialismo español, pero sus ideas no coincidieron muchas veces con lo que pensaban las
corrientes mayoritarias del partido.
Fernando de los Ríos había ido configurando a lo largo de su vida un pensamiento que se cimentaba en el valor social de la educación, en la ética humanista como impulso interno del socialismo, en la tolerancia
religiosa como forma superior de convivencia y en el derecho como límite y freno del poder.
Fernando de los Ríos quizá sólo cometió el pequeño error de tener razón antes de tiempo. El socialismo de Fernando de los Ríos fue siempre para muchos de sus compañeros un socialismo burgués, poco científico, blando.
Sólo hoy advertimos con toda claridad que su presunta debilidad era precisamente la fuerza de subrayar una cuestión teórica que la visión marxista del mundo no ha sido capaz de resolver. Ni siquiera Besteiro, tan
cercano a él por todo, supo ver esto con tanta claridad. Pero es precisamente esa presencia de la individualidad humana y de la ética en su teoría socialista lo que permitió hacer entonces lo que hoy parece cosa
fácil: enfrentarse a la tercera internacional, negarse a aceptar la dictadura del proletariado en ninguna de sus versiones, o ver en la construcción totalitaria de la sociedad socialista algo carente de justificación
moral e incapaz de éxito alguno en términos de eficiencia económica. Sus dos libros más conocidos,
El sentido humanista del socialismo y
Mi viaje a la Rusia soviética, descubren hoy
premoniciones que no era sencillo pensar en su tiempo. Otros títulos relevantes de su obra son:
La filosofía política de Platón, Vida y obra de don Francisco Giner, Una supervivencia señorial, Religión y
Estado de la España del siglo XVI y
¿A dónde vas, Estado?
Se mantuvo fiel a la República. Volvió a la actividad política en 1936 para ser elegido diputado en las elecciones del Frente Popular. En los primeros días de junio de 1936, en la estación de Atocha, le dijo a
Alejandro Otero: «Me voy preocupado y así lo he dicho a Santiago Casares (entonces presidente de Gobierno), porque tres de los generales enemigos de la República han sido destinados a los puestos que ellos hubieran
elegido para conspirar y sublevarse contra ella: Mola a Navarra, Goded a Baleares y Franquito (como le llamaban por su baja estatura y voz atiplada) a Canarias». La guerra civil le sorprende dando un curso de verano
en la Universidad de Ginebra. Y tiene que hacerse cargo de la Embajada en París, durante los primeros meses de la guerra, y de la Embajada en los EE.UU. de 1936 a 1939. Finalizada la guerra civil tuvo un puesto como
profesor de Estudios Políticos en la New School for Social Research de Nueva York. Formó parte del primer Gobierno del exilio, constituido en México en otoño de 1945, llamado por muchos sectores de la emigración el
«Gobierno de la esperanza». Fernando de los Ríos muere en Nueva York el 31 de mayo de 1949.
Se ha dicho que si Pablo Iglesias fue el socialismo fundacional, Julián Besteiro su inteligencia y Largo Caballero su acción, Fernando de los Ríos fue su sensibilidad. Liberal sin tacha, Fernando de los Ríos se quedó
estupefacto ante la reacción de Lenín frente a la libertad. «¿Libertad? ¿Para qué?». Para la dignidad del hombre, para la convivencia fraternal, para el progreso, para la solidaridad, para la paz, para la justicia...
«En 1809 en Cádiz -decía Fernando de los Ríos- se pronuncia, por vez primera en el mundo, y España se la da al diccionario político la palabra liberal (...). España creó la voz liberal porque era un pueblo hambriento
de libertad».
Manuel Azcárate cuenta, en un libro de memorias que Fernando de los Ríos, cuando viajaba de Granada a Madrid en los años veinte, lo hacía siempre en vagón de tercera por considerar que su condición de diputado
socialista le exigía una austeridad ejemplar. La austeridad y la honradez personal fueron normas inflexibles de su conducta pública.
Fernando de los Ríos colaboró como el que más en la labor de sacar a la luz las lacras vergonzosas que imponían pobreza física y humillación a la mayoría de trabajadores españoles. Los campesinos de Granada recibían
a Fernando de los Ríos, candidato por aquella circunscripción en las elecciones de 1931, con esta aclamación conmovedora: «¡Viva el despertaor de las almas dormidas!»