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    BIOGRAFÍAS

    JOSÉ JOAQUÍN DE MORA

    por Vicente Mira Gutiérrez


José Joaquín de Mora Si Cádiz cuenta con una figura realmente sobresaliente en la primera mitad de su siglo XIX, esa es, a juicio de quien esto escribe, José Joaquín de Mora, el político liberal, el articulista fecundo, el poeta olvidado, puente entre la España que lucha por los principios de la Constitución gaditana de 1812 y la América que quiere abrirse a la modernidad, a los nuevos horizontes que la Independencia le ofrece para forjar un nuevo destino...

Su densa y brillante biografía, no puede, lamentablemente, ser reducida al espacio en esta Revista, sin merma en la comprensión del personaje, que ha de quedar, sin proponérnoslo, obligadamente desdibujado, aunque la riqueza de su obra mereciese mucha más extensión y, sobre todo, mejor pluma que la que ahora lleva mi mano.

José Joaquín de Mora nació en Cádiz el 10 de enero de 1783 y morirá en Madrid el 3 de octubre de 1864, habiendo vivido, pues, ochenta años verdaderamente determinantes de nuestra «movida» historia patria. Estudiará en Granada leyes y en ella desempeñará la Cátedra de Lógica del Colegio de San Miguel.

En la Batalla de Bailén cayó prisionero de los franceses y llevado a Francia. A su regreso a España, inició, seguidamente, su carrera literaria colaborando en distintos periódicos, entre ellos, «El Constitucional» y la «Crónica Científica y Literaria».

Dadas sus ideas antiabsolutistas, destacó durante el «Trienio Liberal» (1820-1823), con su defensa, a través de «El Conciso», del partido o sociedad de los Comuneros formado en el seno de la masonería y con gran implantación en Madrid, Sevilla y Cádiz. En Madrid residía en el Gran Oriente, regentado por los gaditanos Francisco Javier de Istúriz y Antonio Alcalá Galiano.

Naturalmente, a la llegada a España de los «Cien Mil Hijos de San Luis» y el establecimiento del absolutismo, Mora hubo de exiliarse en Londres, donde se relacionó estrechamente con su amigo José María Blanco-White, quien fomentaría en él su admiración -y apoyo- por los independentistas hispanoamericanos, a los que hizo llegar, de mil maneras, el aliento en sus movimientos revolucionarios y consejo para sus nuevas constituciones. Consecuencia de este apoyo sería la invitación del presidente Rivadavia, que lo hizo llamar a Buenos Aires, donde fundó «La Crónica Política y Literaria de Buenos Aires». En Chile, a donde marchó a la caída de Rivadavia, desempeñó importantes cargos públicos, fundando «El Constituyente». En «El Mercurio Chileno», también fundado por él, publicó una traducción al castellano del «Ensayo sobre el hombre» de Pope. Y en Chile, redactará, así mismo, la Constitución liberal del país.

A la caída del Presidente Pinto, Mora hubo de abandonar Chile para buscar refugio en el Perú, fundando en Lima «El Ateneo», y dedicándose, como había hecho en otras jóvenes repúblicas americanas, a escribir versos y comedias y a impartir clases de literatura y a la publicación de sus famosos cursos de Ética y Lógica. En Bolivia permanecerá desde 1834 a 1837 como Secretario del Presidente de la República desempeñando, al propio tiempo, la Cátedra de Literatura de la Universidad de La Paz.

Y será en Bolivia, precisamente, donde componga la mayor parte de su mejor obra, las «Leyendas Españolas» (Londres, 1840), un nuevo género de narraciones románticas entremezcladas de digresiones humorísticas que recuerdan al «Don Juan» de Byron.

Mora regresó a España en 1839. Dirigirá en Cádiz (1843) un colegio, más su espíritu divulgador lo llevará a la capital de una España que ha perdido casi todo su vasto imperio; en cuyas desgajadas repúblicas él ha puesto un «grano de arena» en favor del liberalismo, hijo que fue, sin duda, de aquella Constitución gaditana de 1812, inspiradora de constituciones en la América hispana; en donde sembró, con pasión liberal, ideas y creencias, bebidas en los años decisivos, cuando la nación española se debatía entre el absolutismo fernandino y la libertad... En la capital de ese Reino ya desmembrado, José Joaquín de Mora se dedicará, con inusitada diligencia, a difundir las doctrinas económicas de Mac-Culloch, discípulo de Ricardo.

Estamos, sin duda, ante un gaditano realmente «hijo» de su tiempo, en el que Cádiz no sólo no se quedó a la zaga, sino que marcó las pautas del futuro político de la Nación y el de esos hijos que se le independizaban casi en cascada, porque el destino de los pueblos es imprevisible e imparable, aunque el esfuerzo para impedirlo sea el mejor ideado de todos los posibles. Lector de Demóstenes, Platón, Aristóteles, Descartes, Locke, Hume... y los españoles Quintana, Jovellanos y Blanco-White. Mora es, tal vez, el gaditano mas universal de la primera mitad del siglo XIX, destacando en esa tan peculiar combinación de literatura y política que identificó a preclaros hombres de los siglos XVIII y XIX... Su fe en la razón presidirá, o al menos eso pretende, todos sus actos («raras veces -dice él- engaña la facultad intelectual al que de buena fe la consulta»). En sus versos, pendulará entre el neoclasicismo y el romanticismo, aunque refiriéndose a Nicolás Böhl de Faber y sus seguidores, los tache de «secta de fanáticos en literatura que se atreven a presentar como verdadera y sublime poesía un cúmulo de desatinos. Si entrásemos en el examen literario de estas composiciones, veríamos desvanecerse casi todas sus bellezas y no hallaríamos sino metáforas violentas, frases incoherentes y pensamientos extravagantes».

Famosa sería la polémica que se suscitó entre J. J. de Mora y el padre de Cecilia Böhl de Faber sobre el teatro de Calderón (1818). Böhl escribía en Cádiz en el «Diario Mercantil»; Mora, en la «Crónica Científica y Literaria» de Madrid. El debate tendría dos puntos de apoyo: ambos periódicos. De los inicios de la polémica: Calderón sí, Calderón no, se terminó pasando a contraponer todo el teatro español (alabado por Böhl de Faber) al teatro francés de la época (defendido por Mora). Lo tradicional frente a lo renovador. Lo clásico frente a lo moderno. En gaditano de la época: los antipiris, frente a los piris (jóvenes modernistas). En definitiva, el conservador Böhl de Faber frente al liberal José Joaquín de Mora.

La polémica trascendería de Cádiz al resto de la nación y de ésta, a la Europa inmediata. La polémica llegará a ser considerada, nada menos, que cómo el primer antecedente del romanticismo español. Fue, en definitiva, la eterna dialéctica entre el pasado que se resiste a morir (sobrevivirá lo más brillante) y el futuro que busca la renovación (aunque con frecuencia no la alcance). El resultado será el progreso...

Y tendrá su sitio en Cádiz, en un Cádiz que recorre, por estos años, un periodo dramático en sus sueños de libertad tras la abolición de la Constitución. Ahora no cabe lo político, sí lo literario, aunque la censura planee constantemente sobre cualquier texto escrito, sea profano o religioso.

Entretanto, José Joaquín de Mora, que cree en la libertad, en la razón y en el hombre como ser plenamente capacitado para alcanzar la perfección moral, se prepara para dejar huella indeleble en las nuevas «cortes» americanas.

De España y de su ciudad natal, el olvido, como es inveterada costumbre.










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