
Cuando en el último cuarto del siglo XVIII la figura de Don Vicente Tofiño emerja como una luminaria en el panorama científico español, la cartografía en nuestro país no va muy a la zaga de lo que se hace en el vecino reino de Francia, en el que físicos, matemáticos y geómetras (Lambert, Euler, Lagrange...) habían contribuido -y seguían contribuyendo- con sus descubrimientos a perfeccionar la técnica cartográfica, porque los viajes científicos y comerciales, tan pródigos en el siglo, demandan mejores mapas y cartas de navegación.
En España, un grupo reducido, pero muy escogido de hombres, precursores o coetáneos de Tofiño, han preparado un camino por donde la Cartografía moderna debe marchar, si quiere que su transcurrir lo sea con la
perfección que las postrimerías del siglo y las naves de S.M. exigen para gloria de la nación que ahora evoluciona por los ilustrados caminos que ha ido trazando un Rey que la impulsa a recuperar el «espíritu
que le faltaba: ciencias útiles, principios económicos, espíritu general de ilustración» (Jovellanos, «Elogio del Rey Carlos III»).
Estamos en el siglo donde Geografía, Hidrografía y Cartografía forman, por lo común, un todo que se resiste a ser dividido, hasta que un gran cartógrafo, Don Vicente Tofiño, ayudado por sabios colaboradores,
levanten sus cartas con los fríos datos obtenidos en sus expediciones científico-cartográficas. La Geografía será, a partir de él, obra de geógrafos, más o menos aventureros y la Cartografía, definitivamente,
una cartografía de campo y no una cartografía de salón, elaborada con las informaciones recibidas, en su mayoría sin contrastar, de los lejanos reinos de Ultramar.
No obstante, hay que recordar, por sus valiosas aportaciones, a D. Dionisio de Alcedo y Herrera (1690-1777), autor del «Compendio histórico de la provincia... y puerto de Guayaquil» o a su hijo Antonio, quien
publicaría entre 1786 y 1789 un valiosísimo «Discurso geográfico de las Indias Occidentales o América». Otros, como los jesuitas Pedro Lozano («Geografía del Gran Chaco»), Cardiel y Quiroga («El mar de
Magallanes») o Andrés Burriel en California, dejaron maravillosas obras, muestra evidente del interés de la Corona y de la Compañía de Jesús por situar amplios territorios e islas españoles. No nos es
posible, tan siquiera, hacer una referencia a Juan de la Cruz Cano y Olmedilla (1734-1790), ni a Tomás López (1731-1802), «geógrafo de los dominios del Rey», quien ya en 1755 había publicado el mapa náutico
de las Antillas y el Golfo de México». A él hay que agradecerle la formación de un archivo cartográfico que Godoy hizo depender de la Secretaría de Estado, y que puede considerarse como el primer antecedente
de nuestro Instituto Geográfico.
Aprovechamos esta ocasión para honrar la memoria de todos ellos y de aquellos excelentes marinos-cartógrafos, como lo fueron D. José Varela y Ulloa, (colaborador de Tofiño, quien situó las islas españolas de
Annobón y Fernando Poo, en África, y Santa Catalina y los puertos del Río de la Plata, en América ) y D. José de Mazarredo, el primero en utilizar en España el método de las distancias lunares para determinar
la longitud en el mar. Todos ellos «viven» en el «Limbo español de los Sabios olvidados».
Mas la perfección cartográfica alcanzaría su grado más alto en los ingentes trabajos del gaditano D. Vicente Tofiño.
El brigadier de la Armada, D. Vicente Tofiño San Miguel y Wanderiales, nació en Cádiz el 6 de septiembre de 1732 y murió en la Isla de León el 15 de Enero de 1795, tras una larga y fructífera carrera al
servicio de la Armada y de las ciencias. Sentó plaza de cadete en la Compañía de Guardias españolas, por gracia del Rey, pero, según él, «no pudiendo sostener el brillo necesario en tan distinguido Cuerpo»,
solicitó pasar al Regimiento de Murcia.
Estudió física experimental y conoció al famoso Padre Isla con el que intercambió sus conocimientos. En 1755 (el año del maremoto) fue elegido por Jorge Juan, a la sazón Director de la «Real Compañía de
Guardia Marinas de Cádiz», como Tercer Maestro de Matemáticas de su Academia, permitiéndole, a su vez, pasar a la Armada como Alférez de Navío. En 1768 será nombrado Director de la misma reemplazando al
francés Godin, puesto de indudable prestigio por haberlo ejercido el famoso expedicionario al Ecuador para la determinación del grado de meridiano terrestre, Don Jorge Juan y Santacilia, del que ya hemos
hablado en estas páginas. Apenas tenía Tofiño 36 años de edad. En 1773 tendrá el altísimo honor de dirigir, al unísono, las tres Academias (Cádiz, El Ferrol y Cartagena).
En 1784, a los 52 años, Tofiño asciende a Brigadier de la Armada y , en 1789, a Jefe de Escuadra, un maravilloso período de realizaciones inigualables. Su práctica de la Astronomía, tanto en Cádiz como en la
Isla de León, trascendió con tal fuerza a Europa que mereció el reconocimiento de los astrónomos de su tiempo por la solvencia de sus observaciones astronómicas hechas en el Real Observatorio de la «Compañía
de Guardias Marinas». Tofiño, como bien dice el historiador de la Armada D. José R. Cervera Pery, «no echa nunca el ancla firme en sus actividades; todo lo más fondea y garrea sobre sí mismo, al encuentro de
nuevos quehaceres».
Pero es su faceta de cartógrafo la que hoy más nos interesa, pues fruto de su profundo conocimiento en esta disciplina y de sus expediciones a bordo de la «Santa Perpetua», el «Vivo» y el «Natalia», serán el
«Derrotero de las costas de España en el Mediterráneo y África» (1787); su «colección de cartas esféricas de las costas de España y África...» (1788) y la que sería considerada como la primera obra de la
moderna cartografía española, el «Derrotero de las costas de España en el Océano Atlántico y de las islas Azores o Terceras, para inteligencia y uso de las cartas esféricas» (1789). En el «Atlas Marítimo de
España», Tofiño aplicará dos métodos (de ahí su perfección): uno geométrico y otro astronómico, para así llegar a una mayor concreción en la determinación de los puntos, contando para ello con ilustres
gaditanos como lo fue D. José de Vargas Ponce.
Vicente Tofiño es el prototipo -hoy casi desaparecido- de soldado-científico como su coetáneo -también gaditano- Cadalso lo fue de soldado-poeta. Con él estaría en el famoso sitio de Gibraltar «dando la cara»
como soldados, pues así lo exigían las circunstancias, es decir, la liberación del Peñón. Tofiño sobrevivirá a la frustrada acción; Cadalso morirá en acto de servicio como un «romántico». El uno mejorará la
Cartografía; el otro intentará mejorar a la sociedad de su tiempo, muriendo como Byron: por la reconquista de un minúsculo trozo de tierra...
Vicente Tofiño, un ilustrado español, es decir, un intelectual del siglo XVIII morirá con la dignidad del hombre que ha hecho de su vida una fortaleza frente a las estupideces, las envidias y las sinrazones.
El trabajo de cada día (al final de los días una obra gigantesca y nueva) es claro ejemplo para quienes -especialmente la juventud- quieren hacer de su vida una ofrenda permanente a las ideas o a las ciencias
(o a ambas) y no a un medro a través de un protagonismo basado en el más absoluto vacío moral e intelectual...