• Vicente Mira Gutiérrez

    Historia

    EL COMERCIO DEL LIBRO EN EL SIGLO XVIII

    por Vicente Mira Gutiérrez


Cádiz en el s. XVIIIHabrá de convenir conmigo el lector, que el mejor índice para establecer el grado de cultura de una ciudad, viene esencialmente determinado por el numero de librerías que el ciudadano ávido de conocimientos puede encontrar en sus calles, como «monumentos» erigidos al saber científico y literario.

A todo lo largo del s. XVIII, Cádiz, ciudad que se precia de ser «emporio del Orbe» gracias al monopolio del comercio con la América, podrá tener a gala, al propio tiempo, el ser una de las ciudades donde reside un próspero comercio de libros, tanto propios como llegados de Francia (París y Lyon), Ginebra y otros países de la Europa occidental, para consumo propio y de aquellas islas y tierra firme allende el Atlántico y el Pacifico: las Indias españolas de América y Las Filipinas.

El amplio comercio del libro en Cádiz hay que contemplarlo desde diversas vertientes o perspectivas: la de quienes importan para su posterior reexportación a América; la de quienes tienen abierto comercio para su venta exclusiva en la ciudad o la de quienes, además de libreros, se constituyen en editores de obras nacidas, generalmente. del intelecto local, en buena medida de carácter religioso, mas también, en una apreciable cantidad, las de contenido didáctico v científico, destacando en este ultimo grupo las de materia médica, disciplina en la que Cádiz destaca con luz propia desde la creación en su suelo del Real Colegio de Cirugía de la Armada.

En la vertiente importadora destaca el libro francés y el Libro ginebrino. De los editores-libreros de La república ginebrina, los hermanos «De Tournes» y «Cramer» (editor de Voltaire) son los más relevantes y, a través de ellos, llegarán al sur peninsular; y a Cádiz, por supuesto, las obras de los filósofos que con más «fuerza» expanden su pensamiento por el mundo civilizado: Bayle, Leibnitz, Spinoza, Cristian Wolf, Malebranche, Rousseau, Ray nal, la «Enciclopedia» de Diderot y d'Alembert, solicitada, sin lugar a dudas, por la elite ilustrada española a los agentes de las citadas firmas, que arribaban a la península para conocer los gustos y demanda de los lectores: es decir; hacían lo que hoy llamamos marketing.

Así debió ocurrir en Cádiz, donde periódicamente debieron darse cita estos «viajantes de comercio» ofreciendo a la intelectualidad de la rica ciudad sus catálogos y muestras de los más selectos ejemplares, recién salidos de las editoriales de los países vecinos.

librosAl decaer el mercado ginebrino (1770), entrará en liza la «Societé Typographique de Neocastel», pequeño principado cerca de Berna, sometido entonces a Federico II de Prusia. Agentes en Cádiz de esta Sociedad fueron los hermanos Hermil, quienes trabajaron muy intensamente el negocio librero con América; más tarde le sucedería en el lucrativo negocio de la importación-exportación de libros (América vive entonces una auténtica fiebre por la Sabiduría europea) la sociedad «Christian y Cía.»

Gracias a estos agentes intermediarios, las luces que destellaban en Francia y el resto de la Europa próxima alumbraban a España. Cádiz recibía en sus librerías y depósitos a los filósofos y autores de las ciencias, médicas sobre todo, para iluminar a los ilustrados de la ciudad y de América, quienes ansiosos esperaban, unos las fragatas y bergantines marselleses; los otros, las que partían del puerto universal de Cádiz. De ello se encargaban los libreros gaditanos y los grandes negociantes «al por mayor», tal como los hermanos Soller; que no sólo tenían por importante el comercio del libro, sino el de tejidos y artículos de lujo.

Destacan entre los libreros, a lo largo del siglo; Manuel Espinosa de los Monteros, Roland Hermil, Julián Mutis (padre del botánico J. Celestino Mutis), Nicolás Vigo, Luis Bou nardel, Lorenzo Pérez Chaparro, etc., etc. Según las investigaciones del profesor François López. de la Universidad de Burdeos, son los libreros gaditanos de esta época los menos escrupulosos con las prohibiciones del Santo Oficio. En la tienda de «caris» el Santo Oficio requisó 2.600 libros prohibidos. A la de Espinosa de los Monteros, que regenta la Imprenta Real de Marina, le ocurrirá otro tanto, aunque también es cierto que, por lo general, el Tribunal solía hacer la «vista gorda».

Entre las obras embargadas figurarán las «Fábulas» de La Fontaine y los «Pensamientos» de Pascal. Las obras de Voltaire y Rousseau o el «Diccionario Filosófico», llegaban a la ciudad, al parecer, con la mayor despreocupación por parte de algunos responsables encargados de atajar la introducción en la católica España de libros incluidos en el Índice General de libros prohibidos».

Esta «permisividad» contribuía, como era de esperar, a un incremento del mercado librero, y por consiguiente, a una mayor difusión, por doquier, de las ideas. Hay que pensar; por otra parte. la invención de mil métodos para ocultar los libros prohibidos; de ahí la dificultad de los censores para hallar esas obras en almacenes o anaqueles.

El siglo XVIII gaditano es, igualmente, un siglo de excelentes y variadas ediciones a cargo de renombrados tipógrafos, conocidos muchos de ellos fuera de nuestras fronteras. En la primera mitad del siglo aparece la imprenta de Cristóbal de Requena, domiciliada en la calle San Francisco; en la mitad, destaca la imprenta de Manuel Espinosa de os Monteros; la de Francisco Rioja y Gamboa (frente a Candelaria), la de Ximénez Carreño o la de Antonio de Murguía (en la plazuela de Correos, esquina a San Francisco). En ellas se imprimían obras -o impresos- de carácter religioso, educativo, dramático, poético y científico, destacando, como ya hemos apuntado, las médicas. De las 65 obras científicas recogidas por el Dr. Antonio Orozco Acuaviva en su «Bibliografía médico-científica gaditana» (s. XVIII), 34 corresponden a especialidades médicas, lo que da una idea del relieve que llegaron a alcanzar en la ciudad.

No es de extrañar; pues, que los gaditanos del siglo XVIII tuvieran a su disposición un numero considerable de libros editados en territorio nacional, en Cádiz o en países más allá de los Pirineos. Cádiz -cada día los investigadores aportan nuevos datos para la historia del libro en esta ciudad- era puerto obligado, casi a lo largo del siglo, para llevar a América una filosofía liberadora, la que muchos americanos (peninsulares o criollos) harán suya y cuyos frutos se recogerían en el primer cuarto del XIX: la independencia de América.

Cádiz será una puerta abierta a la América hispana, una puerta por donde saldrá hacia ella una riqueza de valor incalculable: el pensamiento europeo que el siglo de las luces aportaba a la Humanidad.







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