El crucero «Reina Regente» había sido construido en Inglaterra por la firma «James and George
Thompson» de Clydebank, bajo la dirección del afamado ingeniero naval británico Sir Nathan Barnaby, quien en
esta ocasión no estuvo muy acertado, ya que otros buques de la misma serie inglesa resultaron poco eficaces.
Fue lanzado al agua el 24 de febrero de 1887 finalizándose su construcción al año siguiente. Era una unidad de
elegante línea, con dos airosas chimeneas. Navegando ofrecía un majestuoso aspecto que causaba admiración.
De línea similar al británico «Australia», desplazaba 4.664 toneladas y debía servir como modelo para la
construcción de dos cruceros en los arsenales españoles: el «Lepanto» y el «Alfonso XIII». El coste del «Reina
Regente» ascendió a 243.000 libras esterlinas, equivalentes a unos seis mil millones de pesetas. Su artillería
consistía en dos piezas González Hontoria de 24 cm. a proa y otras dos a popa; o piezas G. Hontoria de 12 cm.,
6 Nordenfelt de 57 mm. y 1 de 42 mm.; 2 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos. Aunque su velocidad teórica era
de 20 nudos, prácticamente nunca rebasó los 14.
La dotación española que iba a tripular esta unidad, se trasladó al puerto de Glasgow para hacerse cargo de
ella.
El 3 de junio de 488, encontrándose el crucero en Barcelona, recibió la bandera de combate donada por la Reina
Doña María Cristina, presente en la ceremonia. Al año siguiente asistió el buque en el mismo puerto a la
Exposición Universal.
En 1892 zarpó para Génova con ocasión de las fiestas conmemorativas del IV Centenario del descubrimiento de
América, y ya, de regreso en España, puso rumbo desde Cádiz a la Habana remolcando una reproducción de la nao
«Santa María», donación del gobierno español al americano. A su llegada se concentró en la bahía de Hudson una
numerosa flota internacional para conmemorar el descubrimiento colombino.
El «Regente», como vulgarmente se le conocía, formó parte de la Escuadra de Instrucción y en sus continuos
viajes, los informes de sus comandantes respecto a sus cualidades marineras, eran desfavorables y aunque no se
le habían apreciado defectos esenciales para mantener su estabilidad, algunos habían aconsejado sustituir los 4
cañones del 24 por otros de 20,3, con lo que se hubiese conseguido más proporción entre los pesos altos y los
situados bajo la cubierta protectora. Sin embargo estas recomendaciones no fueron atendidas. Concretamente uno
de sus comandantes, el capitán de navío Paredes, propuso en 1892, la reducción de su artillería.
El 9 de marzo de 1895 a las once y media de la mañana, zarpaba de Cádiz el «Regente», llevando a bordo la
embajada del Sultán de Marruecos, presidida por Sidi Brisha, que en Madrid había mantenido conversaciones con
representantes españoles, acerca de la revisión del Tratado de Marraquech de 5 de marzo de 1894 que puso fin a
la contienda de 1893 con los rifeños. Tan sólo esta misión llevó el crucero a Tánger, pues debía regresar a
Cádiz para que la dotación asistiera a la botadura del también crucero «Carlos V» en los astilleros «Vea
Murguía Hermanos», hoy desaparecidos, fijada para el día 10. Entre la dotación se contaban muchos gaditanos que
tenían especial interés en presenciar la ceremonia.
El casco del buque, al igual que sus máquinas, estaban en buen estado. Recaló en la anochecida y, por estar muy
tomada la costa de Tánger, fondeó en la rada. En la mañana del día 10 sube a bordo el práctico, desembarcando
solamente la mora. El viento de SW que reinaba, refrescaba por momentos, haciendo recalar la mar de Poniente.
El barómetro acusaba notable descenso.
A las 10 de la mañana de dicho día 10, domingo, despegaba el crucero del muelle tingitano, con cielo cerrado.
Tras doblar el conocido «Muelle viejo», puso proa a la mar rumbo a Cádiz. Poco después, hallándose como a tres
millas de Tánger, algunas personas que le observaban desde esta ciudad, le vieron parado, distinguiendo con sus
prismáticos que parte de la dotación se dirigía a la popa, arriando algo que parecía un buzo. A la media hora
el «Regente» se puso de nuevo en movimiento, desapareciendo en el horizonte poco después del mediodía.
A las 14 horas el viento era huracanado, con frecuentes chubascos y marejada que los testigos calificaron de
espantosa. Desde la costa africana ya no podía divisarse el buque que, sin embargo, fue visto por los mercantes
«Mayfield» y «Matheus», que al igual que él luchaban contra el durísimo temporal de vientos y enorme oleaje.
Los capitanes de los mercantes informarían más tarde que divisaron al crucero sobre las 12 y media, a unas doce
millas al NW de Cabo Espartel, dando grandes bandazos y buscando el refugio de la costa peninsular.
Posteriormente, unos campesinos de la ensenada de Bolonia, poblado dependiente de Tarifa, manifestaron que
habían visto un buque luchando contra el fuerte oleaje.
El «Regente» no alcanzaría nunca el puerto gaditano, que lo aguardaba con ansia y preocupación. Durante varios
días se procedió a su búsqueda con la esperanza de que el buque hubiese podido encallar y salvarse o de, al
menos, encontrar supervivientes. El «Alfonso XIII», «Isla de Luzón», «Joaquín del Piélago» y otros mercantes,
exploraron minuciosamente los parajes cercanos al Cabo Trafalgar donde se suponía había ocurrido la tragedia,
como Bajo Aceitero, Torre, Castilobo, Altos de Meca, etc. Pero todo fue en vano y no se volvió a tener más
noticias del buque, que se perdió con su dotación de 412 hombres.
En los días siguientes fueron encontrados en las playas de Algeciras, Tarifa, Estepona, Conil y otras próximas,
varios restos, como trozos de cubierta, salvavidas, una metopa con la letra «R», dos banderitas de mano, un
trozo de vaina de bandera con el nombre del barco, un remo, etc.
En estas playas que enmarcan la embocadura del Estrecho de Gibraltar, donde la fortuna y la desgracia vinieron
siempre hermanadas por el mar, el recuerdo de la catástrofe ha perdurado, y aún perdura, entre los viejos
marinos. Entre supersticiosos e inquietos, nuestros valientes hombres de la mar han guardado un singular
respeto al 10 de marzo. Cuando por esas fechas sopla temporal o se presagia mal tiempo, los marineros de Cádiz
y de los pueblos próximos, tripulantes de barcos pesqueros o de buques dedicados al pequeño cabotaje, afirman
amarras y permanecen en puerto con el prudente convencimiento de que es lo más acertado.
Circularon variados comentarios sobre la causa de la catástrofe. Se recordaba que con mal tiempo el crucero
acusaba sus deficientes condiciones marineras. En muchas ocasiones la proa quedaba bajo el agua, rompiendo los
golpes de mar en su plataforma. También se decía que el excesivo peso de la coraza y de las piezas del 24
montadas a proa y popa, producía falta de estabilidad, por lo que el barco quedaría trabucado por los enormes
golpes de mar, que harían que el buque quedase con la quilla al aire.
La comisión técnica encargada de esclarecer las causas de la pérdida del buque, admitió la posibilidad de que
el duro temporal, al inundar las cubiertas y compartimentos de proa lo hicieron zozobrar ya sin gobierno por
averías en el timón o máquinas. Probablemente, la falta de estabilidad longitudinal, hizo que en el centro del
espantoso ciclón el barco «se pasase por ojo» -según expresión marinera- tras encapillar sucesivamente varios
golpes de mar, arrastrando consigo a toda la dotación.
La pérdida del «Regente» motivó que a los otros dos cruceros «Alfonso XIII», construido en el arsenal de Ferrol
y «Lepanto», en el de Cartagena, no se les montaran cañones del 24, sino del 20,3.
La dotación del «Regente» era de 372 hombres, pero en el momento de su desaparición llevaba 412, como ya hemos
dicho. Su comandante -el quinto que había tenido- era el capitán de navío don Francisco Sanz de Andino Martí y
segundo comandante, el capitán de fragata don Francisco Pérez Cuadrado. Contaba con 4 tenientes de navío, 4
alféreces de navío, 1 teniente de Infantería de Marina, 2 oficiales de Máquinas, 2 médicos, 1
habilitado-contador, 1 capellán, 5 guardiamarinas, 7 contramaestres, 6 condestables (auxiliares de Artillería),
2 sargentos de Infantería de Marina, 4 cabos primeros, 3 cabos segundos, 2 cornetas, 34 soldados, todos del
mismo cuerpo, y 330 marineros entre los que contaban varios aprendices artilleros. Dos marineros que perdieron
el buque en Tánger y que quedaron en puerto temiendo un seguro arresto, fueron los únicos que salvaron la vida.
La musa popular recordó la tragedia durante muchos años con una letrilla que se cantaba por las costas
andaluzas y que rezaba así: ¿Que barquito será aquel que viene dando tumbos? Será el «Reina Regente» que viene
del otro mundo.
Hubo un único superviviente, testigo mudo de la tragedia. El hecho por interesante merece ser narrado.
Uno de los oficiales de la dotación, el alférez de navío don José María Enríquez Fernández, natural de Sanlúcar
de Barrameda (Cádiz), llevaba a bordo un magnífico perro terranova de su propiedad, que se granjeaba la
simpatía de los tripulantes. Al ocurrir la tragedia el animal saltó a un enjaretado del crucero, pudiendo ser
recogido por un barco inglés, que lo adoptó como mascota. Durante algún tiempo «navegó» el animal en dicho
buque que un buen día recaló en Sanlúcar en ruta hacia Sevilla, fondeando en Bonanza, como era usual. El can
reconoció inmediatamente la costa y arrojándose al agua ganó rápidamente la cercana orilla, desde donde corrió
hacia la casa de los padres de su dueño, causando la natural emoción en estos y en cuantos conservaban
imborrables el recuerdo de la tragedia.
Los capitanes del navío que mandaron el «Reina Regente» fueron los siguientes: don Vicente Montojo Trillo, don
Ismael Warleta Ordovás, don José Pilón Esterling, don José María Paredes Chacón y don Francisco Sanz de Andino
y Martí.
En aquellos tristes días de marzo de 1895, en que reinaron fuertes temporales, desaparecieron también otros
barcos sin dejar rastro: el «Semillante», frente al Estrecho de Bonifacio (Córcega); el «Renard», próximo a
Adén (Arabia) y el «Atlas», muy cercano a la costa argelina. Por lo que se refiere al SW de España, las olas
alcanzaron doce metros de altura.
El año de 1895 fue doblemente triste para la Marina de Guerra, pues también perdió otro crucero, el «Sánchez
Barcáiztegui». Está unidad se hallaba en la Habana y en la noche del 18 de septiembre, doblaba la boca del
Morro con las luces apagadas en misión de captura de un buque de filibusteros, cuando fue abordado por el vapor
«Conde de la Mortera» que entraba en demanda de puerto. Como consecuencia de la fuerte colisión se hundió en
pocos minutos, pereciendo el jefe del Apostadero, don Manuel Delgado Parejo, que se hallaba accidentalmente a
bordo; el comandante, capitán de fragata don Francisco Ibáñez Varela, cuyo cuerpo decapitado y sin brazos, fue
recogido días después por unos pescadores, un alférez de navío, el habilitado-contador, el médico, tres
suboficiales, seis marineros, ocho fogoneros y ocho soldados de Infantería de Marina.
Varias de estas víctimas fueron presa de los tiburones. Los botes del «Conde de la Mortera» y la lancha
«Intrépida» recogieron a los supervivientes.
El 10 de enero de 1922, 27 años después del naufragio del «Reina Regente» la prensa nacional se ocupaba del
trasatlántico español «Reina María Cristina», que procedente de Gijón, Santander y Coruña, atracó en el puerto
de la Habana con gran retraso, pues tras resistir diez días de fuerte temporal, que obligó a su capitán a
aminorar la velocidad -lo que ocasioné más consumo de carbón-, hubo de efectuar arribada forzosa en Las
Bermudas. Aunque en un principio la prensa madrileña, recogiendo noticias telegráficas de Santander sobre el
temporal que sorprendió al navío, dijo que había varios muertos a bordo, el «Diario Español» de la Habana de 10
de febrero de 1922, precisaba que no hubo lesionados y que el pasaje se comportó con valentía y disciplina,
siguiendo las medidas dispuestas por el capitán durante la difícil travesía.
Meses después de la desaparición del «Reina Regente», otro crucero de nueva construcción fue bautizado con el
mismo nombre, siendo botado en los astilleros de Ferrol el 20 de septiembre de 1906. Contaba con una dotación
de 452 hombres. Fue buque escuela de guardiamarinas durante algún tiempo y prestó inestimables servicios en la
Guerra de África. El 31 de diciembre de 1926 fue dado de baja en la Armada.