
No voy a
referirme en este trabajo al brillante historial de Gravina, por ser muy conocido y existir abundantes obras y
biografías que lo exponen minuciosamente. Sólo voy a tratar de su permanencia en Cádiz, a donde viene por
primera vez para ingresar en la Academia de guardias marinas merced a las gestiones de un tío suyo, a la sazón
embajador de Nápoles en Madrid. Trataré también de los últimos, cuando, herido de gravedad en Trafalgar, fija
su residencia en aquella capital andaluza, en la que dejaría de existir.
Expondré un hecho no muy sabido, y es el referente a los diversos emplazamientos que sufrieron los restos de
Gravina desde su primitiva sepultura en extramuros de Cádiz hasta su definitivo descanso en el Panteón de
Marinos Ilustres. Mientras el mausoleo erigido en San Fernando para albergar sus restos contuvo durante
veintinueve años solamente su sombrero y su bastón de mando, sus despojos mortales permanecieron los quince
primeros años en Cádiz y en Madrid los catorce restantes, hasta su definitivo traslado al Panteón de la
población militar de San Carlos.
A mediados de diciembre de 1775 llega Federico Gravina a Cádiz procedente de Palermo, ciudad en la que había
nacido el 12 de septiembre de 1756. Su padre, don Juan Gravina Miranda, duque de San Miguel, había encargado a
don Juan Calcagni, gerente de una casa de comercio, la adquisición y acondicionamiento de una casa para que la
habitase su hijo los días que tuviese libre en la academia y cuando sus futuros servicios en la Armada se lo
permitiesen.
El 18 de diciembre de aquel año de 1775 hace su presentación en la academia del barrio de San Juan de Dios, en
la que compartiría sus estudios con algunos de los que años más tarde habrían de sobresalir como él, en el
servicio de la Armada, como, por ejemplo, Alcalá Galiano.
La casa que iba a habitar era una finca-palacio de tres plantas que durante algún tiempo había permanecido
cerrada. Se hallaba en la plazuela de Santiago número 17 -más tarde, al rectificar la numeración, quedaría con
el número 6. La finca, que aún se conserva como Residencia de Padres Jesuitas, se halla en la plaza de Pío XII,
número 10 -vulgarmente de la Catedral-.
Una de las primeras visitas que hace Gravina a su llegada a Cádiz fue al coadjutor de su feligresía, la de
Santiago, don Pedro Gómez Bueno, a quien entrega una limosna para los necesitados. El párroco de Santiago se
llamaba don José Ruiz Román.
La casa no difería mucho de como se halla actualmente: un zaguán y un amplio patio con traza conventual rodeado
de un claustro de columnas de mármol blanco que sostienen la galería del piso principal. Es de suponer que
Gravina alternaría su estancia en esta casa con la que su familia poseía en Madrid durante los breves descansos
que sus servicios a la Armada le permitían.
El 21 de octubre de 1805, como es sabido, es la última acción naval -la de Trafalgar- en que interviene
Gravina. Durante ella, una de las descargas del inglés cae sobre el navío insignia como lluvia de fuego.
Gravina siente una mordedura candente en su brazo izquierdo. Se discute entre los facultativos la conveniencia
o no de la amputación del brazo. Prevalece el criterio de que podía conservarlo. Sin embargo, parece fue ésta
una decisión desafortunada y es muy posible que de habérsele amputado hubiese podido vivir más años. Efectuadas
las primeras curas, y para atender a su restablecimiento, se instala en su casa de Cádiz.
Trataré de recoger los diversos hechos e incidencias en la vida de Gravina a partir de este momento y hasta su
muerte.
El 18 de noviembre, su hermano Pedro -arzobispo de Nicea-, seis años mayor que él, llega a Cádiz para cuidarle.
Dos días después, el Ayuntamiento de Cádiz envía a dos de sus regidores, don Francisco Huarte y don Ramón Paray,
para darle la enhorabuena en nombre de la ciudad por su ascenso a capitán general de la Armada. Sin embargo,
presentados en su domicilio, no pudieron verle debido a los agudos dolores y alta fiebre que sufría.
Al día siguiente, 21, se celebra en la iglesia del Carmen un solemne funeral por los fallecidos de la Escuadra.
Por la misma razón, el sitio de Gravina permaneció vacío. Sin embargo, cuando sus fuerzas se lo permitían,
acudía a los cultos de la iglesia de Santiago y se quedaba, al terminar, charlando un rato en la tertulia que
diariamente tenía el párroco con un grupo de amigos y feligreses. Pasaba muchos ratos dictándole cartas a su
fiel amigo el capitán de navío Barreda, ya que él no podía escribir, pues le agotaban la fiebre y el tenaz
insomnio. Recibía muchas visitas de todas clases, sobre todo jefes de Marina. D. Antonio de Escaño era de los
que le veían con más frecuencia.
Al parecer, su habitación era la inmediata al balcón principal de la casa a, en su fachada de la plazuela de
Santiago. Un detalle que revela su generosidad fue su comentario al conocer su ascenso a capitán general. Al
preguntar qué premio se otorgaba a subalternos y marinería, le contestaron que un real decreto de 12 de
noviembre de 1805 se ocupaba del asunto. El respondió: «Más me alegro del ascenso de los demás y de la caridad
que hace el Rey a favor de las viudas y de los marineros que del honor que me dispensa Su Majestad».
El 9 de enero de 1806 pidió se le llevara el Viático, que salió de la parroquia de Santiago a las cinco de la
tarde. Una multitud triste y silenciosa, ya enterada de su gravedad, presenciaba la procesión desde la
plazuela. Delante de la iglesia formaban fuerzas de la Escuadra, a continuación dos largas filas de jefes y
oficiales y hacia el fin de ellas, en el centro, precedido por cuatro altos jefes que portaban faroles, el
Santísimo Sacramento, que era llevado por el padre Ruiz Román. Repicaban las campanas mientras la procesión
entraba en la vivienda de Gravina. En la habitación de éste, de rodillas al lado del lecho, estaba su hermano
Pedro, revestido de los hábitos arzobispales. También se encontraban el capitán general de Andalucía, marqués
de Solana, y algunos jefes y oficiales del Ejército y de la Armada. Se había instalado un altar y en él un
crucifijo rodeado de candeleros de plata y jarrones con crisantemos.
A la mañana siguiente, día 10, hizo testamento ante el notario don José Ballés Molina. Su primera disposición
es anular el testamento militar que había otorgado en agosto de 1805, en el que nombraba heredero universal a
su hermano Pedro. Actúan como testigos el mariscal de campo don Antonio Gregorio Schilache, don Marcos La Harpe
y don José Franco. Designa como uno de sus albaceas a su amigo don Juan Bautista Calcagni, que se supone es el
mismo a quien su padre encargó la compra de la casa. A su hermano Pedro le deja el tercio de libre disposición,
así como el encargo de que cuide del hermano de ambos, Mariano. A la parroquia de Santiago le deja dos mil
reales, y tres mil reales a cada uno de los Institutos de caridad de los tres Departamentos marítimos. El 26 de
febrero incluye en su testamento a su sobrino, el teniente de navío Pedro Notarbartolo, al que dona algunos
instrumentos de navegación.
En estos días de fines de febrero, su hermano Pedro le entrega un pliego del rey que decía: «La reina y yo
pensamos en ti. En la ocasión fuiste un héroe y ahora todos necesitamos de ti como amigo. Lo es tuyo como
siempre Carlos-Luisa (los dos firman el pliego)». Gravina era gentilhombre de cámara en ejercicio de Su
Majestad.
En los primeros días de marzo se agrava su estado, pidiendo de nuevo el Santísimo Sacramento. Como la vez
anterior se le había llevado en público, se autorizó la celebración en su habitación de la Santa Misa, lo que
hizo el padre Gómez Bueno. Estaban presentes Escaño, Barreda, Calcagni y la servidumbre, admirada y conmovida
por su entereza. Al amanecer del día 9 se agravó y entregó su alma a Dios a las doce y cuarto.
En su misma habitación quedó instalada la capilla ardiente. Sobre un paño negro, tendido en el suelo entre
cuatro cirios, el cuerpo de Gravina, con uniforme de capitán general, al pecho la venera de Santiago, la cruz
de Carlos III y la banda blanca y celeste que en Trafalgar se tiñera de sangre. Cuatro infantes de Marina daban
guardia al cadáver. Dos días con sus noches estuvo instalada la capilla ardiente, en los cuales fue incesante
el desfile de amigos y subordinados. Posteriormente el cuerpo fue embalsamado.
El día 11 se celebraron los funerales en el Carmen y la misa de «córpore insepulto». Fuerzas de Infantería, de
Caballería y de la Armada cubrían el itinerario. Presidiendo el cortejo iban generales del Ejército y de la
Armada, tanto españoles como franceses, largas filas de jefes y oficiales y de religiosos de varias
comunidades. El féretro, que iba cubierto de terciopelo negro galoneado de rojo, fue colocado en la iglesia del
Carmen sobre un túmulo de cuatro cuerpos levantado en el crucero. El templo se hallaba abarrotado de militares
de los dos Ejércitos, de religiosos y de público. Terminada la función religiosa, el cuerpo fue llevado a la
capilla baja del panteón del Carmelo. Allí el cadáver fue pasado a una caja de plomo y sus íntimos amigos, con
el deseo de que el cuerpo se conservase intacto, y no pareciéndoles suficiente el embalsamamiento, llenaron la
caja de espíritu de vino. Al caer la tarde, en hora próxima al toque de oración, fue conducido el cuerpo a un
aposento contiguo a la entonces capilla de San José de Extramuros.
Es de notar que en la noche del fallecimiento de Gravina, su íntimo amigo don Antonio de Escaño, desde su casa
de la calle del Cuartel de la Marina, número 6, escribía la siguiente carta al príncipe de la Paz: «Excmo. Sr.:
Penetrado del más vivo y justo dolor por la pérdida de un digno jefe, cuya amistad y fina correspondencia desde
que comenzó hasta que terminó su brillante carrera no me ha sido jamás desmentida, pongo en conocimiento de V.
E. que el señor capitán general don Federico Gravina falleció a las doce y media de la mañana de hoy, después
de ciento cuarenta días de padecer, dejando edificados y enternecidos a cuantos hemos sido testigos de su
fervor y conformidad desde el día que predijo su muerte, cuando aún no lo creían los facultativos».
El 10 de marzo de 1806 el Ayuntamiento de Cádiz hace constar en acta su pesar por la muerte de Gravina,
lamentando que por su estado no se le pudo felicitar en su día por su ascenso a capitán general. Se hace
referencia de los servicios que prestó a Cádiz desde 1797.
En la sesión municipal celebrada con posterioridad a la muerte de Gravina, el procurador mayor don Juan de
Landaburu propuso que doblara la campana de las Casas Consistoriales por la muerte de don Federico Gravina,
pues la legacía que había ido a visitarle en noviembre no pudo verle debido a la continuidad y agudeza de sus
dolores.
El día 14 de marzo, el Ayuntamiento, en nombre de la ciudad, le da el pésame a Monseñor Gravina. Este, que se
encontraba en Madrid, contestó al regresar a Cádiz.
El 29 de marzo de 1806 se celebran en el Carmen funerales por Gravina, dedicados por su hermano Pedro y los
albaceas.
El túmulo, que fue colocado en el centro del crucero, tenía una altura de diecinueve varas. Sobre el primer
cuerpo del túmulo descansaban cuatro figuras que representaban a la Religión, la Justicia, la Liberalidad y la
Fortaleza, como atributos de los sufrimientos padecidos por Gravina, de su recto proceder, su caritativo
desprendimiento y su fuerte temple.
El frente principal del segundo cuerpo ostentaba las armas de la Casa de los Gravina. Ocupando los tres frentes
restantes había varias pinturas alusivas a sus condecoraciones (gran cruz de Carlos III, militar de Santiago,
etc.) y trofeos militares y marineros. Estos dos cuerpos sostenían una cornisa, destacando sobre ella una
figura de mujer que descansaba la cabeza sobre su mano derecha en afligido ademán, mientras que con la
izquierda sostenía un ancla dorada. Esta figura se hallaba rodeada de libros, cartas náuticas, sextantes,
cronómetros y otros instrumentos náuticos y representaba a la Marina. En cada uno de los cuatro ángulos de la
cornisa ardían cinco grandes cirios amarillos. El remate de tan suntuoso catafalco estaba constituido por una
base imitando jaspes, coronada por una esfera que sustentaba una pequeña pirámide. Desde la cúpula del túmulo
pendían sobre él, en forma de pabellón, cuatro colgaduras negras, cuyos extremos se hallaban afianzados en las
cornisas de los arcos torales. Sobre los arcos del cuerpo de la iglesia había cuadros alusivos a los empleos
del finado capitán general. El retablo mayor se hallaba cubierto por un velo negro, sobre el que se extendía
una gran cruz blanca. La homilía fúnebre la pronunció el sacerdote don José Ruiz Román, que por entonces tenía
a su cargo la capilla del Sagrario de la catedral. Entre los asistentes se hallaban el teniente general don
Juan Moreno, almirante Rosilly, contraalmirante Gordon y los tenientes generales don Ignacio María de Álava,
don Antonio de Escaño y don José de Córdoba. El templo estaba totalmente lleno de jefes y oficiales del
Ejército y de la Armada.
Con respecto al esplendor de estos funerales hay que hacer constar que si el aparato funerario fue majestuoso
se debió a que la familia Gravina tenía derecho a sepultura real. Este privilegio les había sido concedido en
Sicilia por el rey Martino. En la catedral de Catania, donde existe la capilla real, se encuentra el panteón de
los monarcas, en cuyo frente se hallan colocados juntos los escudos de las armas reales y el de la Casa de los
Gravina.
Durante la guerra de la Independencia, Monseñor Gravina regresa a Cádiz en calidad de nuncio apostólico de Su
Santidad. Exhuma los restos de Federico, que se hallaban en el cementerio de San José, trasladándolos a la
iglesia donde se le habían celebrado los funerales, convento de Carmelitas Descalzos, que había sido fundado en
1737 en la antigua capilla de Bendición de Dios.
Quedó enterrado en el muro del costado izquierdo de la puerta del crucero, frente al Sagrario, en un mausoleo
de mármoles blancos y negros con adornos de bronce dorado, costeado por Pedro, y que decía:
Ofrenda de Inmortalidad
R. I. P.
«Gravina»
«A Federico Gravina, de Palermo, que por el esclarecido valor y nobleza de su estirpe fue tenido en gran estima
por los reyes católicos Carlos III y IV; que fue bien distinguido con las más altas encomiendas; que supo
desempeñar sabia y felizmente el cargo de embajador en París en circunstancias bien difíciles; que ejercía el
mando supremo en el Ejército y la Armada; que dio siempre en todas partes, en la mar y en la tierra firme, en
las guerras de África, Portugal, Francia e Inglaterra, pruebas de invicto valor acreditado con sangre y propio
de un caudillo esforzadísimo; jefe por mar y tierra, en la guerra mauritana, lusitana, gálica, britana, siempre
y en todas partes con invencible valor, habiendo recibido heridas, y que finalmente, en la batalla naval cerca
de Trafalgar, fue mortalmente herido y muy luego arrebatado a la vida; su hermano Pedro, arzobispo de Nicea y
nuncio del Pontífice en España, habiendo sido trasladados los restos después de cuatro años desde el cementerio
público, le dedico afligidísimo este monumento. Vivió 49 años. Murió en 1806".
Al efectuar el traslado de los restos al Carmen, su hermano Pedro consagró este templo. Una lápida situada al
lado derecho de la iglesia, junto al altar dedicado a Santa Teresa, perpetúa el hecho. Dice así:
«En el año 1810, a 29 de julio, el Excmo. Sr. D. Pedro Gravina, del Ducado de San Miguel y Principado de
Montevago, Arzobispo de Nicea, Nuncio apostólico de estos reinos de España, con facultad de delegado ad latere,
consagró esta iglesia y altar a honor de la Sagrada Virgen María del Monte Carmelo, depositó en el ara máxima
las reliquias de los apóstoles San Pedro y San Pablo y las de los Santos Mártires Celso, Justino, Victorio,
Pío, Teodoro, Probo, Clemente, Teófilo, Valencia, Bona, Clementina y Modestina y fijó su aniversario para el
mismo día».
A principios del verano de 1854 se dispuso el traslado de los restos de Gravina al Panteón de Marinos Ilustres.
Una vez abierto el mausoleo se extrajo de su interior el sombrero, que se hallaba bastante deteriorado,
pudiéndose conservar los galones de oro que se habían desprendido y que se mantenían en mejor estado, así como
el bastón de mando, que parecía nuevo. Estos objetos y las piezas del sepulcro, así como la lápida que lo
cubría, fueron trasladados a San Fernando.
En el Carmen quedaron dos cajas, una de plomo, que contenía el cuerpo, con la inscripción en latín: «Huesos de
Federico Gravina en espera de la resurrección. Muerto en 9 de marzo de 1806. Enterrado el 11 de marzo de 1806»,
y otra más pequeña, también de plomo, que contenía sus entrañas.
El sepulcro fue levantado en el Panteón de Marinos Ilustres. En cuanto a las dos cajas con los restos de
Gravina, aunque los comisionados dijeron que volverían, lo cierto es que, por circunstancias que desconocemos,
no fueron reclamadas y permanecieron en la iglesia del Carmen. Este hecho motivó por aquellos años en la
opinión pública fundadas dudas acerca del lugar donde se hallaban los restos de Gravina.
En 1869, los restos vuelven a tener un nuevo emplazamiento. El gobierno establecido en España con ocasión de la
revolución de 28 de septiembre de 1868 dispone su traslado al Panteón Nacional de Hombres Ilustres, recién
inaugurado en el templo de San Francisco el Grande de Madrid. Son exhumadas en el Carmen de Cádiz las dos cajas
que los contenían.
A las cinco y cuarto de la tarde del día 10 de junio de 1869 se inicia el cortejo del traslado de los restos,
tributándoseles honores de capitán general con mando en plaza y que lleva el siguiente orden: Escolta del
gobernador militar de la plaza; cruz parroquial castrense; clero presidido por el párroco castrense; el carro
fúnebre, tirado por seis caballos perfectamente enjaezados y cuyas bridas eran llevadas por palafreneros; las
cintas del féretro, que eran de varias condecoraciones, las llevaban un brigadier de la Armada; el comandante
del Tercio Naval, Sánchez Barcáiztegui; un comisario ordenador y el brigadier de Infantería Pazos. Alrededor
del carruaje iba una guardia de honor de Infantería de Marina. Seguía una sección de marinería de las diferente
unidades fondeadas en bahía. Jefes y oficiales de los distintos buques y dependencias, comisiones civiles y
militares de la plaza. El duelo lo presidían los gobernadores civil y militar, vicario general castrense y
capitán general del Departamento. Cerraba la comitiva un piquete de Albuera con bandera. Las tropas formadas en
la carrera que llevaba el cortejo se iban colocando a retaguardia del piquete después de haber rendido los
honores.
Al llegar al muelle, el clero entonó las preces de rigor y la caja fue sacada del carruaje que la conducía y
colocada en la falúa de la Capitanía General del Departamento, que se hallaba atracada en una de las
escalinatas próximas a la capitanía del puerto. Cuatro guardias marinas con sable se colocaron junto a los
ángulos de la caja. El piquete y los barcos de guerra surtos en bahía dispararon las salvas de ordenanza. Una
lancha de vapor remolcó la falúa hacia el buque de ruedas Vulcano, seguida de otra en la que iban las
autoridades de Marina, y de cinco canoas pertenecientes al vapor San Antonio, fragata blindada Victoria, goleta
de hélice Ceres, fragata de hélice Navas de Tolosa y Vulcano, así como la canoa de la capitanía del puerto.
Al embarcar el ataúd en el Vulcano, esta unidad hizo el saludo de ordenanza, poniendo a continuación rumbo a La
Carraca donde los restos se desembarcaron y fueron trasladados provisionalmente al Panteón de Marinos Ilustres,
para de allí ser conducidos en tren a Madrid en unión de los restos de otros hombres insignes, solicitados por
el Ministerio de Fomento para su emplazamiento en el Panteón de San Francisco el Grande.
Las calles gaditanas por donde pasaba la comitiva estaban totalmente llenas de público, en particular el puerto
y las murallas.
En Madrid permanecieron los restos de Gravina hasta el 28 de abril de 1883, durante el reinado de Alfonso XII,
desde cuya fecha reposan definitivamente en el Panteón de Marinos Ilustres.
Cuando la caja fue abierta, los presentes quedaron asombrados al comprobar que el cuerpo de Gravina se hallaba
casi intacto por estar sumergido en alcohol.
Veamos ahora brevemente las vicisitudes por las que pasó la morada de Gravina desde su muerte.
Terminada la guerra de la Independencia, ausente de Cádiz su hermano Pedro por razón de su ministerio, la casa
pasó a otros propietarios, que la dividieron para arrendarla a varios inquilinos.
Algunas habitaciones estaban todavía tapizadas con lienzos representando combates navales en que Gravina había
intervenido, desconociéndose si fueron colocados durante su vida o cuando su hermano Pedro residió en Cádiz en
calidad de nuncio, allá por los años de la guerra contra el invasor francés.
En distintas épocas la finca fue habitada por familias modestas y artesanos y también ocupada por varias
industrias. Durante una quincena de años, a principios del siglo actual, existió un colegio de primera
enseñanza denominado San Gonzalo.
En octubre de 1927, la finca fue comprada a su propietario y donada a los padres jesuitas para que la
utilizasen como residencia. La donación la efectuó la conocida dama gaditana doña Josefa Martínez de Pinillos,
que adquirió el inmueble a don Manuel Varela Redondo, actuando como agente intermediario don Mateo
Rodríguez-Sánchez Romero.
En la madrugada del 11 de mayo de 1931, grupos revolucionarios al grito de ¡abajo los curas! intentaron quemar
la residencia, pero, al ser advertidos de que el fuego podría propagarse a las casas inmediatas, desistieron.
Sin embargo, fue imposible evitar el asalto y saqueo. Muebles y enseres fueron arrojados a la plaza, donde se
formaron grandes hogueras. El padre superior resultó con graves heridas. Los asaltos se multiplicaron ese día
en Madrid y varias capitales españolas. En Cádiz fueron asaltados, entre otros templos, el del Carmen y el
convento de Santo Domingo, donde se venera la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad. A las cuatro de la
madrugada salió una compañía de artillería y en la misma plaza de la catedral se da lectura al bando que
declara el estado de guerra. Unos meses después, un decreto de 24 de enero de 1932 disuelve la Compañía de
Jesús y los religiosos abandonan Cádiz, donde se habían establecido el 8 de abril de 1564.
La casa de los Gravina pasó a ser casa de asistencia pública, instalándose en la habitación en que se supone
falleció el capitán general un quirófano, siendo la estancia dividida en dos. Durante el Movimiento Nacional,
los jesuitas recuperaron el hogar-residencia.
El Ayuntamiento de 1895 puso una lápida en la casa, que aún se conserva y dice así: «El 9 de marzo de 1806
falleció en esta casa, a los 49 años de edad, el Excmo. Sr. D. Federico Gravina y Nápoli, Capitán General de la
Real Armada, de resultas de la herida que recibió a bordo del navío Príncipe de Asturias, en el memorable
combate de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805».
BIBLIOGRAFIA
El Almirante sin tacha y sin miedo. Carmen Fernández de Castro.
Guía oficial de Cádiz y su provincia. Años de 1870 y 1927.
Diario de Cádiz. 11 de junio de 1869 y 12 de mayo de 1931.
Índice de acuerdos de actas capitulares de Cádiz. 1717-1807. Julio Guillén.
Escaño, en Cádiz. José M. Blanca. REVISTA General DE MARINA número 196, de enero de 1979.
Oración fúnebre al Excmo. Sr. D. Federico Gravina. José Ruiz Román.