En general, el término raza lo usamos para definir y clasificar a los individuos ateniéndonos a sus
características y rasgos físicos. De hecho, algo así es lo que encontraríamos en nuestra consulta a un
Diccionario. Sin embargo, en la actualidad, y aún cuando quedan algunos antropólogos que defienden la
existencia de «razas», la mayoría no lo aceptan y hablan de ellas como de un mito.
Antropólogos y biólogos nos señalan que, de acuerdo a las diferencias reales que se encuentran en los
organismos vivos, la clasificación más pequeña en la que se pueden agrupar a estos es la de especie. Y son de
la misma especie -aunque bien difícil de definir y delimitar por la variabilidad y relatividad de criterios-
todos los organismos que son capaces de cruzarse unos con otros bajo condiciones naturales y tener
descendencia. No se cruzan con miembros de otras especies, pero, de hacerlo -y ello revela el límite de la
especie-, los descendientes híbridos no son fértiles o tienen alguna deficiencia, caso de los equinos, especies
caballar y asnal: burro y yegua tienen el mulo -el más común-, o caballo y burra el llamado burdégano, ambos
estériles.
Hablando de la especie humana, podemos decir que las «razas», atendiendo a sus particulares características, no
serían tales razas, sino subespecies.
Claro que, para ello, para poder clasificar a las distintas razas como subespecies tendríamos que partir de la
existencia de una especie, o lo que es lo mismo, de una raza humana pura.
Y como (a diferencia del aquel loco germano-prusiano) podemos afirmar rotundamente que no existe en el mundo ni
una sola raza pura, pues también podemos decir que la clasificación en subespecies sería falsa y confusa, y más
que una clasificación sería un agrupamiento arbitrario.
Actualmente se atiende a los caracteres fisiológicos, psicológicos y patológicos -además de los más antiguos,
como el color de la piel, rasgos de la cara, estatura, etc.- para asignar una categoría racial. Sin embargo,
ninguno de los posibles caracteres es exclusivo de un solo tipo humano ni se produce en magnitudes constantes;
así pues, el establecimiento de las diferencias raciales basándose en los dichos datos, es solamente cuestión
de estadística, ya que en modo alguno pueden ser considerados como datos absolutos.
Pero, siguiendo con la palabreja, observemos la serie de errores que se producen por la confusión entre el
concepto «raza» y los de nación, etnia, grupo lingüístico o pueblo. Frecuente es la utilización de expresiones
como la «raza española» o la «raza etíope» al referirse a la población de naciones compuestas por un intrincado
mestizaje de pueblos.
Se confunde en este caso una entidad puramente biológica como es la «raza», con una entidad histórica como es
la nación.
También es frecuente la confusión entre «raza» y etnia (agrupación de seres humanos que poseen una
unidad de cultura, lengua y religión); así, al hablar de «raza judía» se hace referencia a un pueblo que
pertenece a dos «razas» distintas (la anatolia y la semita) y que, debido a los avatares de su historia, ha
sufrido innumerables mestizajes con los pueblos más diversos.
Otro error consiste en calificar de «raza» a agrupaciones humanas de tipo lingüístico: «raza bantú», «raza
semita, «raza aria», etc.
Y todavía es más evidente el error de confundir la «raza» con agrupaciones de tipo exclusivamente cultural
(«raza latina», «raza anglosajona», etc.).
Así, pues, podemos afirmar que el término "raza" no existe para señalar al Homo sapiens. En la actualidad,
parece que hay opinión mayoritaria entre los especialistas en que el uso del término "raza" para referirse a
cada uno de los diversos grupos humanos es inadecuado. Y, como no existe consenso entre los antropólogos,
genetistas y demás científicos para encontrar nombre adecuado, no nos queda más remedio que seguir
utilizando los términos coloquiales y populares para definirnos.