Muchos y de la más variada índole son los timos que se practican y se han practicado a lo largo de los siglos.
Como nunca se insiste demasiado en poner en conocimiento de la gente estas, a veces sutiles, maneras de que un
artista del mangoneo le deje sin las perras, entresacamos un timo que, por la genialidad de su ejecución y por
las dificultades que entrañaría evadirse de él, es conveniente que sea conocido por todos.
El timador, en colaboración con un «compi», habrá preparado dos billetes de diez mil pesetas (cuando escribí
esto, hace diez años, hoy serían de 50 ó 100 euros), nuevos y seguidos en su número de serie (generalmente,
recién sacados de un cajero), escribiendo en uno de ellos un número de teléfono.
Uno de los timadores -que puede ser una mujer u hombre de buena presencia- llegará con este billete a un
establecimiento (¡ojo, que puede ser el suyo!), comprará cualquier menudencia y pagará con el dicho billete
marcado.
Tras recibir su correspondiente cambio, se irá. Pocos minutos más tarde, hará su aparición el otro timador, el
cual, tras comprar cualquier otra menudencia, pagar con un billete de mil pesetas y recibir su cambio, se hará
un poco el tonto observando alguna cosa o preguntando algún precio. Aún sin haber guardado la vuelta recibida,
comenzará a mirarla para, de inmediato, poniendo cara de extrañeza, decirle: «Oiga, ¿me termina de dar la
vuelta o qué? que yo le he dado un billete de diez mil pesetas... Naturalmente, y aunque Vd. esté más o menos
seguro de que lo recibido fueron sólo mil, el otro proseguirá su bien estudiado plan con unos argumentos que no
podrá rebatir. «Mire usted, vengo del cajero y acabo de sacar veinte mil pesetas, dos billetes, éste y el otro
que le he dado. Mire usted la caja, verá como tiene que tenerlo ahí... Además, como me encontré con mi cuñado y
no tenía donde apuntar su teléfono, creo que lo apunté en el billete... Mírelo usted, verá, que me parece que
era el número tal....
Cuando usted mire que, efectivamente, en su caja tiene un billete de diez mil pesetas con número de serie
continuación del que le enseña el otro, con un teléfono apuntado que se corresponde con el que le están
diciendo, con los clientes de su establecimiento mirándole... Usted no tendrá el menor argumento que anteponer
a los muchos que le ofrece su timador. Usted le dará la vuelta de las diez mil y su «estimado cliente» se irá
con viento fresco a decirle al «compi»: «Otro gilipoyas que ha caído. Y van...»
Tenga cuidado, hombre, no deje nunca en la caja los billetes grandes que vayan entrando. Guárdelos de inmediato
bajo el mostrador, en una caja disimulada y aparte o tras el santo ese del perejil.
«Que no hombre, que en la caja no hay ningún billete de diez mil... Pasen, pasen, pueden mirarla...»
Es su único argumento.