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PREÁMBULO
La vejez, la ancianidad, la tercera edad son términos más o menos afortunados para designar el último periodo
en la vida del ser humano. No obstante esa seguridad no tiene por qué conllevar aspectos negativos de tristeza
o desazón ya que, hoy en día, con el avance espectacular de la medicina, tras la jubilación la expectativa de
vida es amplia y quedan muchas cosas qué hacer y muchas ilusiones por llevar a cabo.
La vejez ha de ser una época vivida con dignidad y plenitud y la sociedad tiene mucho que decir al respecto
porque parece que nos olvidemos de nuestros mayores y los releguemos al olvido, instalándolos fuera de casa,
abandonándolos a la soledad y a la tristeza y, en definitiva, rechazando la realidad de que todos llegaremos a
viejos y pobre del que no llegue.
Sin embargo, no siempre ha sido así y en la antigüedad el consejo de los ancianos era apreciado; es más, los
ancianos podían regir los destinos políticos de una ciudad porque eran los que más habían vivido, los que
tenían más experiencia de la vida. Hoy, en ciertas tribus o culturas primitivas, se observa que el anciano
sigue teniendo gran importancia. Y aquí viene la pregunta: ¿son de verdad culturas primitivas?
El objetivo de esta breve aportación es evidenciar que en literatura el anciano ha tenido desde siempre un
papel y nos gustaría repasarlo para reflexionar sobre ello. En su día trabajamos en un artículo similar la
figura del adolescente y nos ha parecido que, como contraste, sería revelador ver cómo aparecía ese otro
personaje, el del anciano. Evidentemente, obvio es advertirlo, no tratamos de ser exhaustivos, sino sólo
ofrecer algunos títulos y obras con el ánimo de despertar la curiosidad y animar a los futuros lectores a
investigar por su cuenta. Nos seguimos centrando en autores que ya analizamos porque así, pensamos, damos más
continuidad al análisis.
II. EL ANCIANO EN LA LITERATURA ESPAÑOLA
Si hacemos un repaso a la evolución de la literatura española, y olvidando buenos e importantes títulos y
grandes autores, podríamos mencionar, entre otros, los siguientes nombres:
-Cervantes escoge, precisamente a un anciano, Don Alonso de Quijano para llevar a cabo la aventura más hermosa
e ideal que nunca ser humano ha realizado, que no es otra que Don Quijote de la Mancha.
-Leandro Fernández de Moratín no deja en muy buen lugar a los ancianos, aunque lo hace con intención social.
Así en El viejo y la niña critica los matrimonios de conveniencia, desiguales.
-José de Espronceda rechaza la vejez y en El Diablo Mundo escribe acerca de un anciano que se convierte en
joven enérgico y fuerte.
-Benito Pérez Galdós en Tristana nos habla del viejo cínico don Lope que quiere seducir a Tristana; y en El
abuelo se centra en un personaje generoso.
-Ramón del Valle-Inclán en una de las sonatas, La sonata de invierno, sitúa el declinar biológico de su alter
ego, el marqués de Bradomín. En Luces de bohemia recrea el final desgraciado y triste de Max Estrella, el ciego
clarividente.
-Carmen Laforet, ya cerca de nosotros, escoge a la abuela en Nada como el personaje que intenta recomponer los
pedazos destrozados de su casa.
-Miguel Delibes en La hoja roja, por poner un ejemplo, critica la penosa situación de un jubilado.
-José Luis Sampedro en La sonrisa etrusca realiza un homenaje tierno y brillante a la ancianidad. Recordemos
que él mismo empezó a publicar con una edad bastante avanzada y que es una mente privilegiada y siempre
sorprendente como ha ocurrido con su última novela, El amante lesbiano.
III. EL ANCIANO EN LA LITERATURA JUVENIL
La literatura infantil y juvenil puede y debe ofrecer a sus lectores personajes distintos, ricos y variados
para situarlos en su mundo, en un entorno real. Así, la figura del anciano, no siempre favorecida, sí aparece
en algunos de nuestros mejores autores actuales que le dedican tiempo y esfuerzo, en ese intento de colocarlos
en el lugar que merecen. A menudo, muestran que ancianos y jóvenes están más unidos de lo que pudiera parecer a
simple vista porque ambos, por distintas causas, se sienten, de alguna manera relegados y olvidados. Por eso no
es infrecuente que se den alianzas entre niños y ancianos, entre jóvenes y ancianos.
III. A. EL ABUELO
A menudo, en la actualidad, se acude a los abuelos para que cuiden de sus nietos porque los padres trabajan o
por cualquier otro motivo. En El cuento interrumpido , de Pilar Mateos, Virilo, un viejo pastor analfabeto de
más de 70 años, deja su pueblo para ir a casa de su hija y ayudarla en la crianza de su hijo, Nicolás. La hija
acaba de enviudar y la situación es bastante complicada. Pues bien, la alianza que parecía imposible, acaba
dándose. Entre Virilo y Nicolás va, día a día, fraguándose una relación afectiva basada en el cariño y el
respeto.
Concha López Narváez en El amigo oculto y los espíritus de la tarde habla de Miguel y su abuelo. Ambos viven en
un pueblo abandonado y el abuelo muere un mal día; pues bien, Miguel, con la fuerza que le dio su abuelo, el
amor que le dio y sus buenos consejos consigue salir adelante en una historia llena de magia y ternura.
En La tierra del sol y la luna de la misma autora, novela histórica bellísima, es el abuelo el que ejerce su
papel de cronista, él es la memoria de los hechos pasados y del dolor, de lo que fue y que, por desgracia,
volverá a ser, ya que se centra en la persecución de los moriscos.
Jordi Sierra i Fabra también habla de abuelos especiales, Godar , el abuelo que aparece en Aydin o el abuelo de
Óscar en Temps de gebre que es el único que le enseña que, casi siempre, en las cosas más pequeñas, está lo
verdaderamente importante.
La abuela Jacinta en Con los ojos cerrados, de Alfredo Gómez Cerdá, también influye en su nieta, Ana, y pese a
que muere al principio de la novela, ha sembrado en ella su espíritu enérgico y valiente.
III. B. VIEJOS SABIOS
Jordi Sierra i Fabra suele acudir al anciano como punto de referencia en sus novelas. Suele ser un hombre
sabio, que ha vivido mucho y que ve más allá de las limitaciones de nuestros pobres ojos. En El último verano
miwok , Tortuga Veloz es el viejo indio que no ha olvidado sus orígenes y que los atesora con mimo y auténtica
devoción y que ejerce como voz potente para advertir sobre peligros, aunque no siempre le hagan caso. Hari, en
Los tigres del valle es el único que se da cuenta de lo terrible que será exterminar a todos los tigres y las
consecuencias que ello traerá para el pueblo y su equilibrio ecológico.
En La música del viento, un "sadhu", un santón hindú, aporta el equilibrio necesario en el personaje para que
actúe y haga lo que tiene que hacer, sin dudas.
Concha López Narváez escoge a Guillaume de Gaurin en Endrina y el secreto del peregrino como el eje central, el
anciano peregrino que da continuidad a la historia. También son unos ancianos, los médicos judíos que en El
tiempo y la promesa deciden quedarse en Vitoria para cuidar de los enfermos, pese a que acaban de ser
expulsados del país; pero para ellos es más importante su misión, que su propia vida.
III. C. OTRAS CULTURAS
Encontramos también figuras de personajes mayores ambientadas en culturas dispares a la nuestra. El anciano
Wakawe, en Tinka, de Concha López Narváez, que es el encargado de contar las historias a los niños y de hacer
que sientan curiosidad por su entorno . El abuelo de Kaopi de Jordi Sierra i Fabra, que no quiere que su nieto
pierda las esperanzas al ser uno de los últimos supervivientes de una etnia desaparecida o Ammed en Noche de
luna en el estrecho que ayuda a Habib que quiere dejar el poblado y buscar una nueva vida, señalándole, con
equidad, los peligros que corre.
III. D. DISTINTOS ANCIANOS
Aparte de los abuelos y abuelas, de los sabios, de los consejeros, encontramos otros ancianos que también
importan por su estímulo y por sus ideas. Por ejemplo, en El fuego de los pastores, de Concha López Narváez es
un viejo rabadán el que ejerce el oficio de cuenta-cuentos, el que impide que se pierda la memoria y todo caiga
en el olvido.
Un viejo mendigo, Tobías, en Concierto en Sol Mayor , de Jordi Sierra i Fabra ayuda a un niño, un superdotado
del violín, y encauza su vida, puesto que él ya ha pasado por lo mismo y sabe cómo actuar.
IV. LA REIVINDICACIÓN DE LA VEJEZ
Dejamos para el final dos títulos representativos de Alfredo Gómez Cerdá, el primero Sin billete de vuelta es
un título metafórico que alude al último viaje de sus personajes, unos ancianos que, en una estación, desgranan
sus historias, cómo fueron, qué ilusiones tenían y cómo son ahora. Ante la mirada emocionada del autor desfilan
Darío, Martín, Rafael, Tiquio, Damián y Matías. Ancianos que en su día fueron jóvenes, que tuvieron ganas de
hacer cosas, de llevar a cabo empresas, ancianos que han renunciado a muchas cosas por los demás, ancianos que
son el reflejo de lo que seremos también nosotros.
La última campanada es el último título del autor madrileño que queremos tratar y lo hemos dejado para el final
porque en esta novela se hermanan, precisamente, como dijimos antes, la juventud y la vejez. Hugo es un joven
con notas muy malas que decide ponerse a trabajar, en contra de la opinión de todos, en el taller de un viejo
relojero, Enrique Ginestal, y ésa será su salvación porque aprende, y con él los lectores, a conocer a un
anciano, a valorarlo, a saber de sus afectos y necesidades y a quererlo; hasta tal punto que se implica en una
aventura quimérica y apasionada. Un grupo de ancianos, hartos de que no se los tenga en cuenta para nada en
esta época nuestra, deciden boicotear las campanadas de fin de año y lo hacen con absoluta maestría y
empecinamiento, sin fallos ni errores. En esta última campanada simbólica está, precisamente, la edad y la
experiencia de los ancianos que, como una campana potente, no dejarán de sonar.
V. MÁS POSIBILIDADES
Sin duda, éste no es un tema cerrado ya que sólo hemos hecho una aproximación basándonos en cuatro autores
representativos, pero, por supuesto, hay otras muchas obras y otros muchos autores que, por suerte, escogen
como personajes a ancianos y ancianas para situarlos en el lugar que les corresponde, porque ellos tienen un
sitio en esta sociedad y bueno es que la literatura juvenil lo recuerde.
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