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Es frecuente, incluso en el ámbito cotidiano, hablar de “estilo”. Puede ser estilo en el vestir, estilo en el
saber estar, estilo de vida y un buen número de posibilidades. Pues bien, aplicado a la escritura, que es lo
que nos ocupa ahora, podemos decir que, simplificando mucho, el estilo es la manera que tiene el escritor de
emplear la lengua.
Ni más ni menos. Desde luego, el idioma tiene unas convenciones ortográficas, sintácticas y morfológicas que el
escritor o escritora -más si son aprendices- no pueden obviar. No obstante, los idiomas son muy ricos y
facilitan mucho campo de acción; así cada escritor tiene su propia voz, y que, por ejemplo, después de leer
varias obras de un mismo autor podemos reconocer su especial manera de escribir.
Evidentemente es mucho más fácil precisar el género al que pertenece cada obra, no es lo mismo una novela negra
que un poema.
PARTICULARIDADES DEL ESTILO:
El vocabulario
El vocabulario es la materia prima del escritor y la del hablante en general, por supuesto. No es lo mismo
decir, pongamos un caso, “burro” que “pollino” o “jumento”. Todo dependerá del contexto en el que nos movamos.
Conviene tener en cuenta los sinónimos y emplearlos con propiedad, porque, a menudo, se repite un mismo
término, lo cual empobrece la composición. Así, solemos emplear las llamadas palabras comodín como “cosa”,
“tener”, “hacer”, “poner” “haber”, etc. Estos términos son muy imprecisos, y por eso, muy cómodos de emplear, y
en último término están vacíos de significado. Hay un ejercicio de estilo que puede encontrarse en libros de
gramática o textos escolares de bachillerato que propone la sustitución de un verbo o de una palabra de las
llamadas comodines por otra más precisa, y por lo tanto, más enriquecedora. No es lo mismo “Hay un arroyo” que
“Fluye un arroyo” y no es lo mismo “Hay una bandera” que “Ondea una bandera”. Pues si no es lo mismo, seamos
más rigurosos con las palabras y empleemos los diccionarios de sinónimos en caso de duda.
La escritura
Escribir, lo que se dice escribir, todos podemos hacerlo. No tiene más dificultad que la de engarzar unas ideas
con otras; pero, alto ahí, si se quiere conseguir una escritura correcta, pulida, pensada, hay que meditar bien
y ponerse manos a la obra con ciertas herramientas. Vamos a tratar de enumerar, de manera subjetiva y
posiblemente incompleta, algunos requisitos previos que no debemos olvidar antes de ponernos a escribir:
1. En primer lugar, y es casi de Perogrullo, conviene pensar bien qué queremos escribir, ordenar previamente
nuestras premisas. Hay que centrarse en la idea que tenemos y tratar de buscar la mejor manera de expresarla,
de forma amena, correcta y literaria.
2. Antes de agarrar el bolígrafo como si estuviéramos iluminados por no sé qué gracia, hay que tranquilizarse,
sobre todo si uno no tiene mucha práctica y organizar en la mente lo que luego llevaremos al papel. Esto evita
el desorden y la inclusión de elementos innecesarios, por lo menos, al principio.
3. Organizar un guión antes de escribir resulta básico en cualquier redacción, y como profesora de lengua y
literatura, insisto mucho en que mis alumnos antes de lanzarse alegremente a escribir, elaboren un guión. Yo
misma lo hago.
El guión previo
En el guión anotaremos las ideas que pretendamos desarrollar, por lo tanto, ha de ser breve y claro. No debemos
confundir el guión con el borrador de la redacción, que es, en sí, ya escritura. Un guión sólo contiene,
ordenadamente, las ideas. Por ejemplo, pensemos en el tema “Mi ciudad”. Un posible guión sería:
1. Origen e historia
2. Casco antiguo
3. Zona moderna
4. Alrededores
5. Curiosidades
6. Aspectos típicos
La carta
Parece que últimamente está desapareciendo la correspondencia personal, aunque eso no es del todo cierto porque
con los “emilios” se retoma de nuevo el gusto por el texto escrito, aunque con diferencias, claro está. Alguna
vez todos nos hemos encontrado o encontraremos con la necesidad de acudir a la fórmula epistolar, ya sea con un
familiar, amigo, asuntos laborales, cuestiones sociales... Vamos a dar unos cuentos consejos para escribir una
carta correctamente:
1. Una carta es un texto distinto en cada ocasión porque el mensaje siempre es distinto. Por lo tanto, hay que
desechar las fórmulas ya manidas tipo “espero que estéis bien, gracias a Dios” o similares.
2. Hay que adoptar un tono cordial, alejado de esas fórmulas que encorsetan el escrito. Una carta llega a un
receptor, pues debemos dirigirnos a él.
3. Una carta ha de ser fluida, por lo tanto hay que engarzar un tema con otro, pero como si fuera un fluido,
sin cambiar bruscamente.
4. Si conocemos al receptor -que es lo lógico en una carta familiar y amistosa- hay que añadir rasgos de
nuestro carácter, de humor, de ironía, todo lo que iría en una conversación, aunque con las pautas de la
escritura.
Entre los autores literarios se conservan epistolarios que son verdaderas joyas de la literatura, por ejemplo:
-las cartas de Unamuno a Machado
-las cartas de Machado a Pilar Valderrama, Guiomar, y viceversa.
-las cartas de Juan Valera.
-las cartas de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí.
-las cartas que Federico García Lorca escribió a sus padres desde Nueva York y un largo etcétera.
En cuanto a las cartas sociales, las trataremos muy por encima porque en ellas pocas florituras literarias
podemos hacer, sin embargo conviene saber redactarlas porque no conocemos al receptor, a menudo, y la carta es
nuestra tarjeta de presentación.
Formalmente las cartas comerciales contienen:
-Encabezamiento
-Saludo
-Exposición del asunto
-Despedida
-Firma
La lectura
Una lengua contiene un caudal impresionante de vocabulario que ninguno de nosotros conoce en su totalidad. El
“Diccionario” de María Moliner, obra magnífica e impresionante, es el ejemplo que podemos citar para la lengua
española, aparte del diccionario de la RAE, pero preferimos el de María Moliner porque fue una obra en
solitaria y quizás aún poco reconocida.
Pero, ¿Cómo ampliaremos el vocabulario? Pues no hay fórmulas establecidas, no podemos llegar y aprender de
memoria 100 o 200 términos diarios, eso no tendría más mérito que si lo hiciese un loro. El vocabulario se
adquiere desde que nacemos, y para que una palabra sea ya nuestra, tenemos que haberla empleado varias veces, y
una de las mejores maneras de lograrlo es la lectura. Si alguien nos dice: “A mí no me gusta leer”, pues,
sintiéndolo mucho, que no siga en el intento de escribir porque todo buen escritor ha sido y es un buen lector.
¿Cómo vamos a pretender que los demás nos lean ni nosotros no lo hacemos? Sería una pescadilla que se muerte la
cola, un sinsentido.
La biblioteca es un asunto muy personal, cuestión de gustos y de afinidades; pero no podemos rechazar a los
clásicos ni a los autores contemporáneos. Poco a poco, encontraremos el estilo que más nos gusta y
aprenderemos, de paso, a valorar a los escritores y a estimarlos en sus obras.
Y ya podemos empezar por la lectura. No se trata de ir deprisa, de correr para llegar al final, sino de
entender las frases, las palabras y el sentido, y, bien, no seamos perezosos y acudamos al diccionario cuando
nos haga falta. Es más, si uno no está muy familiarizado con cierta palabra, no supondrá ningún desatino
copiarla con su significado para ir componiendo nuestro propio diccionario. Muchos escritores llevan una
libretita consigo para apuntar ideas, pues ¿Por qué no llevar una con palabras que nos choquen, que no sepamos?
No me atrevo a dar una nómina de libros y autores, pero sí a enumerar algunos nombres que no deben faltar entre
nuestras lecturas: Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca, Cervantes, Garcilaso, Fernando de Rojas... y,
más cercanos, Antonio Machado, Federico García Lorca, Pío Baroja ... y contemporáneos: Camilo José Cela, Miguel
Delibes, Ana Mª Matute, Carmen Martín Gaite, Gabriel García Márquez, Isabel Allende, y un sinfín de autores y
obras realmente estimulantes. Entremos en una biblioteca y dejemos que nos seduzcan los títulos o, si lo
preferimos, entremos en una librería y hojeemos y pidamos consejo a los libreros y, buena lectura, por
supuesto.
Orden gramatical
A menudo se habla del hipérbaton latino; esto es, el desorden de la frase; ese hipérbaton es relativo porque en
latín, ése, era el orden habitual; por lo tanto, hay un orden en cada idioma para las palabras y los elementos
de la oración. Generalmente, una frase consta de Sujeto y Predicado. El sujeto puede estar eludido o,
simplemente, no estar, si es una oración impersonal; pero lo habitual es que exista. El predicado es nominal,
si sólo añade cualidad -ser, estar, parecer- y verbal cuando atribuye una acción al predicado.
Las partes de la oración llevan sus complementos:
-complemento del nombre
-complemento del adjetivo
-complemento del verbo.
Estos últimos son los más importantes, aunque no entraremos en cuestiones sintácticas, que escapan del objetivo
de estas colaboraciones. No obstante, los complementos son: complemento directo, complemento indirecto,
complemento circunstancial, predicativo, complemento de régimen, agente...
Tenemos también un buen número de variantes a la hora de escoger la oración, según su verbo, ya sea transitiva,
intransitiva, reflexiva, recíproca, impersonal, pasiva y otras, según la modalidad del verbo, enunciativas,
exhortativas, exclamativas, interrogativas, desiderativas, imperativas... No es lo mismo, sin ir más lejos,
decir “Ha venido Javier” que “¡Viene Javier!” o “¿Ha venido Javier?” o “¿Vendrá Javier?”. Pues si no es lo
mismo, ni menos bien las frases para lograr el efecto deseado.
Uso del adjetivo
Los adjetivos calificativos van al lado del nombre y lo califican. Podemos hablar de adjetivos especificativos,
que son los que añaden alguna cualidad al nombre al que se refieren: “Jersey rojo”. Los adjetivos epítetos son
los que no añaden nada, aunque sí tienen finalidad estilística: “Piedra inerte” o “Sangre roja”.
Bien, no nos dejemos llevar por el uso desmedido del adjetivo, conviene sopesarlo y emplearlo en su justeza
porque es un elemento que puede embellecer, pero también cargar nuestros escritos de palabrería. Hay que
detenerse en el nombre que calificamos para aplicarle un adjetivo o una serie gradativa. Eso sí, insisto, no
seamos repetitivos ni pedantes y no queramos hacer gala de nuestra sabiduría. No queramos ser, sin saberlo,
“Eruditos a la violeta”, que diría Cadalso.
FORMAS DE EXPRESIÓN
-Descripción
La descripción, en líneas generales, consiste en presentar las características o detalles físicos o
espirituales de un ser, sea animado o no: persona, cuadro, paisaje... Generalmente el modo verbal más apto para
la descripción es el pretérito imperfecto. Pero, ¿Cómo elaboramos una descripción?:
1. Hay que describir aquello que uno ha visto, no por oídas. No tendría la misma plasticidad.
2. Siguiendo con lo anterior, hay que observar bien lo que se describe.
3. Por lo tanto, hay que aprender a mirar, a contemplar, a ver.
4. Cuanto más sepamos del asunto, mejor describiremos.
5. No enumeremos continuamente, eso no es una descripción.
6. Conviene elaborar un guión previo.
7. Podemos leer descripciones de otros autores, pero no desdeñemos la componente nuestra, puramente subjetiva.
8. Podemos utilizar figuras retóricas como la comparación.
Aparte, tenemos varios tipos de descripción, llámese pictórica, topográfica, cinematográfica, etc.
Si queremos leer a autores maestros en la descripción, sin excluir a nadie, podemos optar por los realistas. Un
buen título sería Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós que es un retrato admirable del Madrid
finisecular.
-Narración
Narrar consiste en presentar acontecimientos, acciones, aventuras e historias. Generalmente el modo verbal más
empleado es el pretérito perfecto simple o compuesto. Una buena narración ha de ser:
-clara
-breve (adecuada a lo que contemos)
-verosímil.
Ésas son las tres claves, hay que añadir los elementos propios de una narración, esto es: personajes, ambiente
y acción.
-Personajes
Aquí entramos ya en honduras difíciles de asumir. Cuando nos situamos ante un personaje, ya hay que sentirlo.
No se trata de crear un ser inmóvil, sin evolución posible, sino un ser real, es decir, de carne y hueso, con
su psicología y sus propias directrices, un ser independiente. Por lo tanto, interesa su físico y también su
pensamiento.
Una postura, la típica del realismo, es la de situarse frente al personaje como un narrador omnisciente, aunque
hay otras posturas igualmente válidas e interesantes como la del narrador objetivo o cómplice o meramente
observador. No obstante, de las técnicas literarias ya hablaremos otro día.
El escritor debe atrapar al lector con sus personajes, una manera de hacerlos vivir es el diálogo. El diálogo
no ha de ser forzado, sino real y verosímil. No hay que incluir el diálogo en una narración, a manera de
relleno, para ampliar, sino porque de verdad sea necesario. Los personajes, por otra parte, deben hablar según
su procedencia, su formación, sus gustos, su diversidad. Por ejemplo, podemos leer los diálogos de “Don Quijote
de la Mancha” y veremos que Sancho, al principio, se muestra como un rústico, pero, poco a poco, va entrando en
el mundo de Don Quijote, el mundo de los sueños y de la ilusión, el de los ideales; y lo mismo le ocurre a Don
Quijote que se sanchifica progresivamente.-
Ambiente
Los personajes no operan en el vacío, sino que se sitúan en un ambiente, en un tiempo, dentro de unas
coordenadas sociales y, por lo tanto, hay que tenerlo en cuenta para trazar un personajes. El ambiente puede
ser decisivo para el desarrollo de la acción. Un buen ejemplo lo tenemos en “La familia de Pascual Duarte”, de
Camilo José Cela.-
La acción
Los personajes hablan y viven, pero también actúan. Ha de ocurrir algo, si no no es narración. El lector debe
quedar enganchado desde el principio, si no hemos fracasado. Para lograrlo ha de haber un buen inicio. Podemos
empezar una narración in media res, desde el principio, con un suceso, etc. El desarrollo debe ser coherente y
el final es también importante. Aquí juegan aspectos como la sorpresa, si no decae el relato y el lector se
aburre.
Evidentemente, como ya dijimos, hay una serie de técnicas literarias que se pueden aprender y de las que
hablaremos en otra ocasión.
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