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Hace
pocos días, regresaba de la consulta del médico y al pasar junto a la plaza Font de Mora, o del Bacalao -en el
decir de algunos-, me di de cara con mi amiga Manuela, conocedora y defensora de las cosas de nuestra Isla, que
con cara radiante me espetó sin dudar: «¿Sabes que el Castillo ya es nuestro?»
Ante mi estupefacción me aclaró. “Sí, ya el alcalde ha firmado la orden de compra y, aunque cuesta un riñón,
dentro de pocos días pasará a formar parte del patrimonio municipal”.
Tomando la noticia como un regalo de Navidad y aprovechando que estábamos junto a él, nos fuimos a visitarlo
antes de que fuera demasiado tarde.
Siguiendo a Cristelly y Clavijo, parece que las primeras referencias documentadas referentes al llamado Logar
de la Puente no se alejan mucho de 1268, en tiempos de Alfonso X el Sabio, cuando se repueblan los alrededores
de la Bahía con 300 familias procedentes de Santander, Castro Urdiales, Laredo y San Vicente de la Barquera.
Más tarde, en 1328, Alfonso XI dona a su criado Gonzalo Díaz de Sevilla la llamada Almunia de Rayhana, uno de
los nombres árabes con que se conocía a la Isla. Hacia 1377 Enrique III «El doliente» dona a su criado Alfonso
García de Vera el Castillo de la Puente de Cádiz. Al morir este caballero sin sucesión el Castillo vuelve a la
Corona, la cual en un privilegio real, dado el 14 de noviembre de 1408, el rey Juan II cede al doctor Juan
Sánchez de Zuazo el señorío sobre el castillo. El 17 de febrero de 1490, Juan de Zuazo, uno de sus nietos, lo
permuta con su cuñado Rodrigo Ponce de León (marqués de Cádiz desde 1470) por varias casas y tierras por valor
de 240 cahíces de trigo de renta al año en la ciudad de Jerez, ya que el tal Zuazo se había procurado del Rey
una Veinticuatría de Xerez por cédula de 19 de febrero de 1489. Es a partir de entonces cuando se cambia el
nombre y del Logar de la Puente pasamos a la Villa de la Isla de León, como se conocerá hasta su denominación
de Ciudad de San Fernando, dado por Fernando VII el 27 de noviembre de 1813.
Aunque
el duque vendió sus posesiones en la Isla, nunca cedió el castillo ni su jurisdicción civil y criminal sobre
ella, pues eran una fuente segura de ingresos. La fortaleza estuvo muy vinculada a las defensas del puente
Zuazo debido a su proximidad, así en 1534 el gobernador, a instancias del Consejo de la Ciudad de Cádiz, le
ordena al Duque de Arcos que “la pusiese en estado de defensa por los perjuicios que ocasionaría si el enemigo
se arrimase a ella”. La orden se cumpliría, pues, en 1577, al revisarla Luis Bravo de Laguna, la define como un
castillo de ocho torres con Alcaide; su material de defensa lo componían 5 piezas de artillería, 4 barriles de
pólvora, seis arcabuces y algunas picas; por ello, cuando el ataque de los ingleses a Cádiz, en 1596, mandados
por el conde de Essex, su alcaide Martín de Chaide puede resistir el asedio durante 13 días. Demandados
auxilios al Duque, este, ante la imposibilidad de ayudarle, le ordena rendir el castillo. En la sesión
municipal del 7 de abril de 1905 se acordó que en sus muros se perpetuase la memoria de quien tan bien defendió
la Isla.
La posesión del castillo continuó bajo la dirección de los Ponce de León hasta finales del siglo XVIII que pasa
a la casa de los Duques de Osuna, los cuales lo vendieron el 8 de mayo de 1924 a D. Fidel Pérez Diego. Es con
los herederos de este último con quienes el municipio ha mantenido conversaciones desde 1988 para su
incorporación a la ciudad, gestiones que, por fin, han concluido con su adquisición.
El
estudio más importante sobre el Castillo se debe a D. Leopoldo Torres Balbás (Madrid, 1888-1960), catedrático
de la escuela de arquitectura de Madrid, conservador de la Alhambra y director del Instituto Valencia de don
Juan, en Madrid. Fue investigador hispano musulmán y colaborador con Menéndez Pidal para su Historia de España
en su tomo V (“Arte del Emirato y Califato de Córdoba”) y autor de numerosas publicaciones sobre el arte
musulmán. Define al castillo como un ribat (convento árabe fortificado), y que su estructura actual debió
construirse sobre otras ruinas usando alarifes musulmanes.
Es
una construcción de muros de argamasa y ladrillo de forma de rectángulo de 51 por 34 metros, con un patio
central empedrado y rodeado por cuatro naves; actualmente dispone de siete torreones, aunque no se descarta la
existencia de un octavo en el lienzo de muralla donde estaba la iglesia de Santa María. Las naves están
divididas en pequeñas habitaciones de bóveda de cañón o bóveda vaída. Una única puerta da acceso al interior de
un edificio de una arquitectura insólita de la España cristiana.
Pocos elementos decorativos tiene el Castillo, como no sean los relojes de sol y los guardapolvos sobre los
dinteles de las puertas que dan al patio, todos de diferentes tamaños, altura de colocación o diseño, siendo
parecidos a los de algunas viviendas de la isla, por lo que se puede suponer que, o son elementos añadidos o
fueron modelos para nuestras casas. Respecto a sus funciones ha pasado por ser ribat, fortaleza, casa feudal,
castillo, capilla, cuartel, presidio, casa de vecinos, restaurante, taller de cristalería, almacén, reñidero de
gallos, criadero de gallos y vivienda, por contar algunos de los usos que tiene o ha tenido hasta la
actualidad, a pesar de ostentar la nominación de Monumento Arquitectural-Histórico (Madrid, 4-5-1931) y
Monumento de Interés Nacional, catalogado con el nº 276.
Respecto a su denominación, en la historia ha pasado sucesivamente por estos nombres: Castillo de la Puente,
Castillo de Zuazo y Castillo de León hasta su denominación actual como Castillo de San Romualdo. Este cambio de
nombre, que pudo ocurrir con el paso del dominio de la propiedad a la Casa de Osuna, tuvo que ocurrir después
de 1800 y sin que se sepa la posible relación o causa con tal nombre, pues igual puede ser por el fundador de
la orden de los camaldulenses que con el San Romualdo que tenemos más cerca, las reliquias de un mártir del
siglo III que se encuentran en la iglesia de Santa María de la Asunción de Arcos de la Frontera.
Una vez pase el Castillo a posesión municipal, comprendemos que se necesitará un tiempo extra para su
adecentamiento y presentación en sociedad, y sobre todo para tomar una decisión acertada sobre su futuro uso
(quizás fuera bueno proponer un concurso de ideas), sin olvidar relaciones con la Universidad para su
investigación y estudio. Desde el comienzo de las conversaciones para su adquisición han pasado once años, que
son pocos comparado con la vida del Castillo, aunque es cierto que ese nuevo proyecto a mí me gustaría verlo.
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