En China se creía que cuando había de ocurrir algo extraordinario solía aparecer un kilín, animal sagrado que
muy pocas personas han podido contemplar. A la madre de Confucio se le apareció un kilín y nueve meses más
tarde tuvo un niño a quien los hombres conocerían con el apelativo de K'ung-Fu-Tsé, es decir, el filósofo.
Confucio, a los 22 años, estableció una escuela donde enseñaba a quienes querían ser sus discípulos, y se
cuenta que tuvo más de 3.000. No escribió libro alguno, pero sus seguidores compilaron sus enseñanzas en los
Discursos y Diálogos. Más tarde entró en la administración del Estado.
En China era tenido por gran honor pertenecer al cuerpo de funcionarios públicos y los muchachos inteligentes
se preparaban concienzudamente a fin de superar los exámenes que daban entrada a este núcleo de hombres de
letras, mitad servidores del emperador, mitad pensadores. A los 52 años era ministro. Cuando contaba 72 años
murió y el emperador Ts'in destruyó todo recuerdo del filósofo y persiguió a sus seguidores, pero al subir al
trono imperial la dinastía Han, año 206 a. de J.C., la doctrina de Confucio fue declarada religión oficial.
La doctrina de Confucio, sintetizada en una serie de máximas morales, tendía a volver al pueblo a las viejas y
ancestrales costumbres, algo rígidas, pero nobles y dignas. Confucio pensaba que si un hombre honesto y moral
tuviese a su cargo el gobierno de la nación, se rodearía de hombres igualmente dignos y, por tanto, concibió la
idea de educar a los príncipes que un día llegarían a ser emperadores, para que éstos, a su vez, influyesen en
una corriente educativa que iría de los soberanos hacia los súbditos, y de este modo lento, pero a su juicio
notablemente eficaz, se reformaría la nación.
Por esto, cuando obtuvo el cargo de ministro, quiso transformar el país y estableció un minucioso reglamento
que abarcaba hasta los menores detalles de la vida corriente. Nada quedaba al azar y los vasallos de Lu sabían,
en todo momento, lo que podían y no podían hacer. Confucio no pensó en lo triste y aburrida que sería una
existencia tan esclavizada, aunque lo fuese para el bien, y llegó un momento en que dicho reino, a pesar de la
buena fe de Confucio y sus sabias leyes, cayó otra vez en la inmoralidad y el filósofo se alejó apesadumbrado
de aquella provincia.
Refugiado en el reino de Wei, ordenó que sus discípulos recopilaran los libros de la sabiduría ancestral china:
el I-King o "libro de los cambios de los seres", el Chi-King o "libro de los hechos pasados", el Li-King o
"libro de las ceremonias", etc.
Un día en que se celebraba una fiesta en el palacio de Wei penetró en los jardines un animal extraño y hermoso
a la vez. Nadie sabía cuál era su nombre ni lo habían visto nunca antes. Decidieron preguntarle a Confucio y
éste, al verlo, exclamó "Es un kilín; no tardaré en morir."
En efecto, el kilín que había anunciado su nacimiento se presentó de nuevo para comunicarle el fin de su
existencia.
En las cercanías de K'ufou se levanta la tumba de Confucio, en cuya lápida hay grabada esta sentencia: "Todo se
le perdona a quien nada se perdonó a sí mismo".
La religión de Confucio resultó poco clara ya que no estructuró un cuerpo de doctrina definido y rígido. La
idea del príncipe bueno, paternal y providente para con sus súbditos, impregna su credo. Los conceptos de
bondad, belleza, tolerancia, paz, etc., tan parecidos al cristianismo, son la base de su conducta y de su
moral.
Durante dos mil años fue la religión oficial del Celeste Imperio.