Unos 1500 años antes de nuestra era un pueblo de raza aria invadió la península del Indostán y creó una
civilización cuya religión se denomina védica por el nombre de sus libros de himnos, los Rig-Veda, los Atharva-Veda,
etc. Según éstos, el número de dioses era grande, Agni, el dios del fuego, Prithivi, la Tierra, Dyaus, el
cielo, Indra, la naturaleza, Soma, el que da la inmortalidad, los gemelos Azvins, el Crepúsculo y la aurora,
etc. Pero el principal de todos era Siva, el creador y destructor, genio maléfico, implacable y cruel, a quien
era preciso contentar con sacrificios y ofrendas.
Esta idea fundamental del sacrificio impetratorio dio origen a una poderosa casta sacerdotal, los brahmanes.
Estos adoptaron el color amarillo en sus vestiduras para distinguirse de los guerreros, de los hombres libres y
de los parias. De ahí nació una diferenciación de castas que ha ocasionado a la India un retraso secular.
Los innumerables dioses védicos no pudieron impedir el deseo de conocer a un ser más poderoso, un dios único
capaz de dominarlos a todos y que, en última instancia, regiría el mundo. Este dios o principio fue Brahma. Sin
embargo, las tendencias politeístas eran tan fuertes que de Brahma empezaron a surgir, por sucesivas
emanaciones, multitud de dioses, porque en la India todo es Dios y todo procede de Dios. Un sacerdote hindú
afirmaba que existen unos 333 millones de dioses.
En la nueva reforma religiosa existía un principio universal todopoderoso, «Brahma», y un principio particular
de cada uno de nosotros, el «atman», el ser Concreto. La filosofía desarrollada a raíz de estos principios
llegó a conclusiones verdaderamente curiosas. En los libros sagrados o Upanishads, así como en los poemas
épicos, el Mahabharata y el Ramayana, se esbozan las líneas de este pensamiento.
Todo ha de volver al espíritu del dios, todo ha de pasar y suceder. Nuestra vida actual no es sino el premio o
castigo de otras vidas anteriores. El «karma» es la reencarnación indefinida. El ladrón, al morir, deja su
cuerpo en la sepultura, pero su espíritu va a encamarse en el cuerpo de un cuervo o de un gato. Por sucesivas
depuraciones irá ascendiendo en la escala de perfección hasta que un día el alma consigue el nirvana eterno, la
aniquilación total.
Una trilogía de dioses preside el desarrollo de la vida en el mundo, cada uno de los cuales tiene una esposa:
Brahma y Saravastí, Siva y Kali, Visnú y Laksmi.
También en la India encontramos vestigios de mitos o hechos reales señalados en otras religiones. Así, se habla
de cómo Visnú se convirtió en pez cuando ocurrió el gran diluvio que inundó la tierra, y salvó con esta
transformación los Libros de Manú, código supremo del hinduismo.
El hinduismo fue siempre una religión eminentemente sacerdotal. Los monjes, santones, brahmanes y fakires eran,
y son, muy respetados por el pueblo. La reverencia, por ejemplo, hacia las vacas, consideradas animales
sagrados, es uno de los factores del hambre endémica de la India, el país que consume menos leche del mundo
porque no es lícito extraerla de las innumerables vacas que gozan de consideración superior a la de un ser
humano.
Sin embargo, el hinduismo sufrió una transformación profunda al surgir un hombre extraordinario: Siddharta
Gautama, llamado el Buda, palabra que significa «el Iluminado».