• Alfonso Estudillo Calderón

    RELIGIÓN

    Los dioses de Hesíodo

    por Alfonso Estudillo Calderón


Después de Homero los poetas épicos se habían dedicado a fijar y ordenar las leyendas heroicas para presentar a los helenos el ciclo completo de tan maravillosas historias. La Teogonía responde precisamente a estos deseos y es un ensayo de síntesis de las leyendas divinas. Puede datarse hacia el año 700 a. de J.C. En ella, el autor clasifica las genealogías de los dioses, desde el principio hasta el actual reinado de Zeus.

En los orígenes, cuenta, aparecen cuatro seres: El Caos, probablemente el espacio vacío; Gaia o la Tierra; el Tártaro, las profundidades de la Tierra, y finalmente Eros, el amor. Del Caos salen Erebo (las tinieblas) y Nyx (la noche); de Nyx y Erebo, Emera (el día) y Ether (el aire luminoso) Gaia engendra a Urano (el cielo), las montañas y Ponto (el mar). De su unión con Urano, nacen multitud de dioses, los titanes, los cíclopes y los gigantes de cien brazos, hasta que tiene lugar una primera revolución: Urano es destronado por Kronos, por mostrarse cruel con sus hijos, a los cuales sepultaba en las profundidades de la Tierra.

Después de este episodio, el poeta devana de nuevo el ciclo de las generaciones divinas. Aparecen las Parcas, la Muerte, el Sueño, la Vejez y mil otras abstracciones, cuyo número amplía el campo de la mitología griega.

A las graciosas ninfas suceden los monstruos, arpías, quimeras, gorgonas y la esfinge. En medio de esta muchedumbre abigarrada, dos familias destacan entre las demás: los titanes y los krónidas, nacidos de Rea y de Kronos, que por un momento se disputan el reino del Olimpo.

Zeus, después de derribar a su padre Kronos, ve su reino amenazado por los titanes. Con la ayuda de los gigantes de cien brazos, precipita a sus enemigos en el Tártaro. Una posterior victoria sobre el monstruo Tifeo asegura su triunfo, y al poeta no le resta sino dar cuenta del nacimiento de los últimos olímpicos.

Esta Teogonía es un primer ensayo de especulaciones cosmogónicas muy rudimentarias, en las que tiene mayor importancia la imaginación que el razonamiento filosófico. Sin embargo, a través del desarrollo de las genealogías, parece entreverse la idea de un progreso hacia la armonía y la claridad. La Teogonía tuvo, además, el mérito de ramificar a los ojos de los griegos el árbol genealógico de sus múltiples divinidades, y constituyó para ellos un repertorio muy consultado.

Aun en el seno de un mismo pueblo, los individuos no se creían obligados a una interpretación uniforme de la mitología. Se alteraban las leyendas para satisfacer el orgullo de un aristócrata o para acomodarlas a la fantasía de los artistas o a las elucubraciones de los filósofos. En una cosa, no obstante, los griegos se mostraban intransigentes, y era en la observancia de los ritos tradicionales. El que practicaban según la costumbre de los antepasados, era religioso; el que los quería modificar era tachado de impío.

En líneas generales y en forma muy simplificada los aspectos más salientes de las principales divinidades de la Grecia histórica eran:

Zeus, el dios por excelencia del helenismo, señor del cielo, habitaba en el éter y desde allí dirigía los fenómenos celestes, la nieve y la lluvia. Armada su diestra con el rayo que forjaron los cíclopes, desencadenaba las tempestades. Protegía los nacimientos, el hogar, la familia y las ciudades; era el dios de la amistad, de la hospitalidad y de los triunfos, el dios purificador y vengador, el dios amable, omnipotente y sabio que conocía el porvenir por medio de los oráculos. Tanta majestad, de la cual era magnífico símbolo a los ojos de los atenienses la estatua de Zeus esculpida por Fidias, estaba, sin embargo, velada por no pocas sombras, pues había llegado al poder por medio de la violencia y las leyendas populares antiguas le atribuían un gran número de aventuras amorosas.

Atenea fue la hija favorita de Zeus. Brotó, revestida de armadura, de la cabeza del padre de los dioses. Protectora de las ciudades y acrópolis, virgen guerrera, a ella era ofrecido el botín de las empresas victoriosas. En el interior de la ciudad, velaba por los negocios públicos, el comercio, la industria y las artes. En Atica, protegía el cultivo del olivo, principal riqueza del país. Pero en Atenas es donde la personalidad de Atenea recibió todo su magnifico desarrollo. Los marineros, al entrar en el Pireo, al regreso de sus expediciones, podían divisar su colosal estatua dominando la Acrópolis y la saludaban como personificación ideal de su sabia e industriosa ciudad.

Apolo, hijo de Zeus y de Latona, era una de las divinidades más poderosas del mundo griego y reunió en sí multitud de atributos. En las campiñas solitarias, en Arcadia y Laconia era el dios de los pastores y de los prados. Los jonios de Delos saludaban en él al dios de la poesía y de las artes, porque presidía el coro de las Musas y de las Gracias. Aparecía, a veces, como Helios, el dios del Sol y en Delfos era el profeta que comunicaba a los hombres los oráculos dictados por Zeus en persona.

Como Apolo, Artemisa era hija de Latona, recorría los bosques y las montañas vestida de cazadora, y, por ser virgen, protegía la castidad y los amores legítimos.

La influencia del Oriente se manifiesta claramente con ocasión del culto de Afrodita, equiparada muchas veces a Astarté.

Lo mismo sucede con el mito de Adonis (el Talmuz -o Tammuz en árabe- de los babilónicos), el hermoso adolescente amado por Afrodita, que muere y renace cada año como la vegetación en él personificada.







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