Plumas selectas
- TEXTOS 1
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¿SEGUIRÁS CANTANDO?
¿Has dormido en estas noches oscuras?
Verás: una horda de enanos sigilosos iban persiguiendo sueños, y mujeres sin brazos y sin piernas atrapaban las palabras que luchaban en mis labios sin atreverse a volar con el aire.
Sí, no me lo recuerdes... El amor estable no sangraba ni hacía aguas, ni siquiera se confundía en la historia de pasiones decididas o solemnes, no laceraba de dolores el viaje necesario hacia la nada, no tributaba débitos ni delirios asesinos, no estrangulaba posesiones..., pero los enanos daban gritos con el acento violeta del insumiso atormentado, y no encontraba las palabras para intentar devolver los brazos y las piernas a la legión de voces que se hacían de papel "cuché" entre el rojo de la ira.
Todos tenían nombre, y muchos iban marcados en la frente con estigmas de siglos. Los he reconocido sin moverme y sin turbarme: sólo me he atrevido a potenciar el grito solitario y solidario, más por vergüenza que por justicia.
Al fin, llevas el sol acariciante bien oculto en tus bolsillos de mago confeso en múltiples batallas ficticias. Al fin, sabes más de dolores por relatos que por heridas abiertas. Al fin, conoces la distancia necesaria entre vivir las lágrimas y tomar prestadas azucenas para hacer ramilletes con tu pluma. Es sólo cuestión de andar bien resguardado tras el muro victorioso para que no te salpique la sangre, ni el hedor nauseabundo de la miseria.
Tu impermeable impenetrable soporta bien las lluvias de azufre.
Y tu paraguas siempre te sirvió como arma arrojadiza.
¿Seguirás cantando todavía?
* * * * *
ENÉSIMOS...
Era tu enésima pregunta, y fue mi enésimo silencio...
Las olas avanzaban edades que nunca más recorreríamos, y espacios que se llenarían de nostalgias apetecibles y de largas estelas perdidas en la niebla.
Me miraste dejando que ese mohín de tus labios se hiciera el dueño del momento, y que tus ojos soñaran aventuras imposibles.
Yo seguía desterrando amores dolorosos para intentar dejar huecos soberanos en mi baúl de las sorpresas.
Volvió la estela, y la barca, y todas las dudas se encendieron como luminarias esperadas para jugar al ping-pong de las caricias, que sufrían ahogos para no ser engullidas por las olas.
Yo continuaba rumiando besos que se quedaron ácidos en la garganta, y lágrimas que oculté solícito entre las rocas para hacerlas, algún día, recuerdos.
Tu mano buscó mi piel, muy por debajo de la dermis.
Acarició mis soledades y mis dudas.
Disparó las risas perdidas desde siempre.
Me prometió panes y quesos curados en tus cuevas.
Yo andaba esperando aún caminos verdes y selvas vírgenes donde sentirme descubridor de aquellos universos que aprendí jugando con la vida, en los tiempos en que vivir era sólo una promesa.
Me dijiste: ¿vamos?
Yo no dije nada: era tu enésima pregunta, y fue mi enésimo silencio...
"PERDONEN QUE NO ME LEVANTE"
(*)
En homenaje a Groucho
Marx,
en el 25 aniversario de su muerte.
Para Merche Baeza, mi mujer.
- ¿Una copa de vitriolo?
- Bueno, pero no me la cargue mucho.
- A estas horas tampoco importaría en exceso.
- No, si lo digo por la resaca...
- Pues parece que no hay demasiada: apenas se mueven las olas.
- Claro, porque la resaca va por dentro...
- Si yo fuera resaca denunciaría al vitriolo por secar alternativas.
- Y si yo fuera su mujer le pondría "los cuernos"...
- Exacto, yo también.
- ¿Usted también, qué?
- Que sería su mujer si no fuera su resaca...
- ¡Ah, ya...! Pero avíseme con tiempo. No me gustaría confundir a mi resaca con mi mujer. Sobre todo a estas horas.
- Son horas mágicas... Lo mismo aparece un conejo que una paloma.
- Oiga, ¿está usted confundiéndome?
- No, por cierto...
- ¿Entonces por qué mezcla los conejos con mi señora, y mi resaca con las palomas?
- Sólo le apuntaba que no es lo mismo un conejo que una paloma...
- Por supuesto, aunque ambos tienen rabo.
- ¿Ve usted?: en eso no hay discusión posible. También mi mujer tiene rabo y resaca...
- Ande, ande, tómese el vitriolo que se lo he puesto "en las rocas".
- ¿Y por qué me lo ha dejado tan lejos? Tampoco hay que enfadarse tanto por el rabo de su señora.
- No, si ya me lo imaginaba... Ayer pude comprobar que no era abstemia.
- ¿Por la resaca?
- No, por los cuernos.
- ¿Del conejo o de la paloma?
- Pero, hombre, no sea usted diletante: de mi señora.
- Ya, si no hay que fiarse nunca de las apariencias profundas. Al fin y al cabo los cuernos y los rabos son casi lo mismo...
- ¡Pues quién lo diría! Aunque, pensándolo bien, no va usted muy descaminado: algo intuía yo de rabos y de cuernos.
- Intuya, intuya, buen hombre, porque para el buen intuidor será el reino del vitriolo...
- Por cierto: ¿podría acercármelo desde las rocas? La verdad es que estoy sediento...
- Bueno, pero no se acostumbre, que engancha.
- Tranquilo: vuelvo a intuir que será la primera y la última.
- En eso nos diferenciamos, amigo. Como le dijo mi señora a mi resaca, o al conejo, o quizás a la paloma, meneando el rabo: "Te perdono que no te levantes, querido, pero no que no te rías..."
- Por supuesto.
(*) Epitafio en la tumba de Groucho Marx
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