Plumas selectas
  • TEXTOS 2
  • CARTA DESDE UNA RESIDENCIA DE LA TERCERA EDAD

    Querido Luis: hoy me he atrevido a escribirte unas líneas ya que han llegado a mis oídos noticias de que andas enredando intentando analizar qué se puede hacer con nosotros, con los que ya hemos sobrepasado la edad de la comodidad y de la efectividad y nos encuadran en ese grupo tan curioso que han dado en llamar “tercera edad”, que, dicho sea de paso y vistos los progresos en longevidad, habrá que ir pensando en cambiar el nombre a, por lo menos, “cuarta edad”.

    Ya ves que te escribo desde una Residencia de Mayores, que, a la postre, no es otra cosa que un negocio dedicado a los viejos, o mejor dicho, fundamentalmente a sacar dinero de los viejos o de sus familias so pretexto de atendernos o de recluirnos al pairo de la vida desquiciante actual y las molestias que nuestros años suelen ocasionar a casi todos.

    Y eso que mi caso es bastante atípico, porque fui yo, voluntariamente, quien decidió, hace ya 2 años cuando murió mi mujer, buscar un lugar donde pudieran atenderme, y, de alguna forma, ocultar mis miserias que en ningún caso deseaba fueran atendidas por mis hijos.

    Para esto soy yo muy mío, Luis. Yo no creo que los hijos tengan la obligación, ni moral ni sentimental, de cuidar y atender mis indignidades. Ni mucho menos. Aunque la verdad es que tampoco han hecho, ninguno de los tres, especiales esfuerzos para que yo cambiara de opinión. Más bien al contrario: cuando decidí que no estaba en condiciones de asumir, ni física ni síquicamente, mi soledad y les comuniqué que pretendía irme a una Residencia, no encontré más que facilidades por parte de los tres, y especialmente por parte por parte de una de mis hijas prestadas (¿se llaman nueras, no?), la economista, que enseguida elaboró un plan dinámico para hipotecar mi casa y con el dinero que me rentara poder pagar la Residencia. ¡Ágil que es la muchacha!

    En estos dos años que llevo aquí me he deteriorado intensa e íntimamente. Y quizá pueda asumir que me equivoqué al tomar la decisión, porque yo creía que en la Residencia me encontraría al menos con un grupo de personas en parecidas condiciones mentales y culturales que las mías con las que podría relacionarme y comunicarme desde los mismos presupuestos intelectuales y sociales. Pero no, aquí me he encontrado con la enfermedad, el deterioro y la tristeza, básicamente. Y con un olor, Luis, con un olor que se me ha pegado en el alma y que ya no me abandona y me produce náuseas constantes: es el olor de la vejez, el olor de la muerte.

    Entiendo que los trabajadores sociales de la Residencia están cumpliendo un trabajo rutinario, Luis, casi nunca vocacional y casi siempre no elegido voluntariamente, pero me duelen las falsas sonrisas y las falsas caricias que percibo en la mayoría de ellos, y no puedo soportar, los días de las visitas, las caras de circunstancias y de agobio de gran parte de los familiares que, como en un rito obligatorio, se acercan cada semana a visitar a sus viejos. ¡Es muy duro para mi sentido crítico y analítico!

    Lo malo, mi amigo, es que no le veo la solución al tema por ningún lado. Por más que lo analizo, al menos yo, no encuentro ninguna salida coherente. Desde luego no estaría dispuesto, bajo ningún concepto, a volver con mi familia y a convertirme en la rémora de sus vidas y de sus afectos. ¡Eso sí que no!

    Y aún me queda lo peor con un poco de mala suerte: aún me queda, si no aparece antes algo que lo remedie, el deterioro físico o síquico previsible, la enfermedad discapacitante o la idiocia irreversible, que aún me aterra más, aunque a lo mejor, amigo Luis, como no seré muy consciente de la historia, a lo mejor me es menos bochornosa personalmente.

    Quizá estarás pensando que no te dejo ninguna salida, que te cierro todas las puertas, y probablemente tengas razón, pero esta es la tesitura en que me encuentro: no con ellos, pero no sin ellos, no con ellos, pero tampoco en este espantoso mamotreto donde todo huele a viejo, a decrépito, a muerte...

    Se me ocurren otras salidas, desde luego, pero para unas me faltan los medios económicos suficientes, y para otras me falta el valor y me sobran los conceptos morales que durante 82 años de mi vida he ido mamando involuntariamente.

    A lo mejor tu que andas analizando y estudiando el tema, y, por lo que sé, estás ya en “la segunda edad y media” eufemística de la vida, se te ocurre alguna solución para cuando te toque la subasta. A mi me encantaría que pudieras encontrar alguna salida lógica y poco traumática para todos, aunque yo ya no la pudiera disfrutar.

    Bueno, mi desconocido y sin embargo amigo, espero no haberte cansado demasiado con esta carta y estas tristes letras de un viejo que tiene el olor de la muerte pegado a sus espaldas.

    Afectuosamente
    Moisés.

    * * * * *


    HOMENAJE A LENNON DESDE MIS 58

    Una bala se clavó en el corazón escondido de Lennon mientras “Imagine” hacía aguas en los corazones de los nuevos yuppies, que habían aprendido, de las guerras perdidas a medias, el valor del movimiento continuo y de las esperanzas invertidas en acciones.

    Era el tiempo del vaivén inverso, de los halcones que resurgían del incendio y del napalm, de los corsarios arrinconando a las flores, de las promesas rotas, de las esquinas donde hacinar el hambre y los júbilos antiguos.

    (Schumman, antes de la perversión y certeza de su locura, había compuesto el Opus 9 del Arlequín porque intuyó que los payasos serían siempre los amos reconocibles del espectáculo, por encima, aún, del dolor y la inconsciencia de perseguir a la soledad de los proscritos).

    Dakota se cubrió de flores amargas para compensar el miedo, a la par que se erigían templos de arcilla en donde llorar a los muertos del optimismo.

    Cabezas rapadas con botas marciales salieron a desfilar por los bulevares para redimir las alucinaciones de una generación de débiles palomas que lanzaban besos al aire sin percibir la perdición de la raza suprema, amenazada de lamentos igualitarios.

    Fue el tiempo heredado del contraataque y de la revancha, el espacio negro en el que se engulleron las caricias del amor abierto, el rompeolas derrumbado por donde se filtraban los vengadores de la lucha contra el mal supremo y a favor del negocio permanente.

    (Hoy, al menos, he visto a Harold Pinter –escribidor premio Nobel-, desde la tremenda lucidez de un cáncer terminal, poner en la picota pública a los asesinos poderosos de Estados Unidos e Inglaterra, y he sentido que Lennon no había muerto en balde).

    Hoy, por un instante, he vuelto a pintar en mi piel cuarteada una margarita florecida, y he podido tatuarme un “haz el amor, pero no la guerra” que no me avergonzara...
     

    * * * * *


    LOS IDUS DE SEMANA SANTA
    (o de cómo las cabalgatas impías se imponen a las trascendentes)

    El análisis de las tradiciones populares y su valoración como fiel reflejo de las raíces culturales de un pueblo, es un análisis que se debate entre lo conservacionista y lo renovador, entre la adaptación de los mitos arcaicos al presente social, y el estudio de las razones de la aparición de dichos mitos.

    El hecho de que una tradición, solo por serlo, deba ser respetada y mantenida es, en mi opinión, una falacia y un sin sentido en aras al conservadurismo más recalcitrante. Existen tradiciones de raíz acultural íntimamente enraizadas en las fiestas populares de muchísimos pueblos españoles, tradiciones que mayoritariamente corresponden a una forma bien distinta de entender los comportamientos sociales y las relaciones del hombre con su entorno, especialmente con su entorno animal, tradiciones que, en mi opinión, no solo no deben ser respetables, sino que por el contrario deberían desaparecer de forma radical y absoluta.

    Si trasladamos estos conceptos al tema religioso y de la Semana Santa y sus procesiones, e intentamos hacer un análisis desapasionado del ritual tradicional y de su carga escénica, nos encontramos en una primera valoración que, poco a poco, lo que pudo ser expresión de un sentido religioso profundo se ha ido convirtiendo, en un mundo más aconfesional y más descreído, en algo así como una tradición turística que elaboran las concejalías de cultura de los distintos ayuntamientos con el beneplácito de la Iglesia católica que, una vez al año, ve al menos proliferar entre su posible clientela expresiones más o menos folclóricas de devoción religiosas.

    Y todo esto sin referirnos ni analizar lo que de negocio económico, favoritismos y manipulación de imagen por los medios de comunicación de masas, tienen estos rituales de Semana Santa.

    Por supuesto sin eliminar para nada a aquellos sectores que comulgan con el verdadero sentido de las procesiones y la escenificación veraz de la Pasión, y con la representación en forma de tótenes de unas creencias que en cualquier caso son absolutamente respetables en el sentido profundo.

    Pero me sigue dando la impresión de que estos sectores son minoritarios y que, al menos en mi opinión, no deberían sentirse muy satisfechos con la escenificación, tal y como se ha ido estableciendo con el tiempo, de este ritual trascendente.

    Y para qué hablar de los llamados ritos tradicionales que, con enorme orgullo y nulo análisis, pasan de padres a hijos con la aquiescencia, o al menos la inhibición, de la iglesia católica: me refiero a los “empalados” de Valverde de los Arroyos, a los “crucificados” de Filipinas, a los “niños penitentes” con enormes cruces a cuestas de tantos sitios, a los “flagelados” con las espaldas cubiertas de sangre de tantos otros, a los “penitentes” descalzos o de rodillas, a tantas y tantas aberraciones que en el nombre de Dios o de las tradiciones se cometen todos los años.

    Es hora ya de hacer un análisis elemental de ciertas fiestas populares, máxime cuando dichas fiestas tienen un componente de religiosidad y de trascendencia. Y recordar a los jerifaltes políticos de nuestra piel de toro que España es un “estado constitucionalmente aconfesional”.

    Y si de lo que se trata es de conservar las procesiones como si de cabalgatas lúdicas se tratase, permítaseme al menos que pueda elegir cabalgatas menos tétricas y sombrías, y me decante por fiestas como las de carnaval o las de moros y cristianos.

    Por mi parte un NO rotundo a unas tradiciones que van perdiendo todo su origen religioso para convertirse en una escenificación pagana, cruenta en muchos casos, y con un marcado matiz mercantilista.






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