(De "Poemas Cotidianos")
1-
Arrancar
cuando las goteras y los huesos
reclaman su atención casi continua,
cuando empiezas a hacer chantajes
a las arrugas y a las grasas,
cuando te apuras
en raspar el óxido y en disipar
las telarañas que te agobian,
arrancar ahora
es un amanecer imprescindible y temerario...
Ahora que el galeno
desde la altura o desde el coloquio
te ha confesado que el TAC es consecuente
y los tubos no han encendido su bombillita
de alarma o de peligro,
que te han firmado el documento de válido
para la lucha,
te rompes consciente y voluntario
en proyectos difíciles, en nuevas
y temerosas quimeras disociadas
a pesar de que no hay galenos
que curen los fracasos
ni maestros que entiendan los conceptos.
Saltas en el vacío
de la Red sin red o del mundo
sin seguros vitalicios: pero saltas
porque te quema morirte en el silencio,
porque tuviste siempre la certeza
de que no debías callarte y vegetar
adorando más o menos al becerro,
ni al dinero,
ni siquiera tan solo a tus cosas
y a tus gentes.
Esa vocación irreverente
que nunca supiste de dónde provenía
y que te ha marcado mil veces el rostro
y otros cientos los costados
y te ha hecho llorar el alma
y te ha bajado a las tinieblas
y te ha desolado,
esa también ha limpiado los rincones
del amor y de la entrega
y te ha elevado a cotas indecibles.
Arrancar de nuevo, hoy, ahora,
cuando el galeno ha firmado su dictamen
con un informe de lucha transitorio
parece inevitable y necesario.
5-
Me está arrullando la noche
como a un lactante satisfecho
después de su mamada.
Las estrellas me hacen guiños
y el horizonte azul y negro
susurra a mis oídos promesas
de lunas compartidas y olvidadas.
Hoy es mía la noche
y son míos hasta los ladridos
de los perros y las quejas de las vacas
que van pariendo conmigo sus secretos.
Y es también mi confidente
y mi compañera silenciosa y altruista:
juega con mis lágrimas y mis risas
al escondite entre las sombras
que bordean los rincones de mi vida
mientras su silencio, rasgado por el viento,
por un grito lejano y persistente
o por una estrella que se derrumba
entre las copas de los árboles,
espolea el suave y lento devenir quejumbroso
de mis pensamientos.
¡Ay, noche-noche!:
noche parapeto, noche excusa,
noche silencio,
noche conciliadora y noche olvido,
noche
confidente y princesa putativa...
11-
Estoy ahogando los ensueños
en fracasos de tiempo, en vacíos
de ilusiones que no llegan
o que van cerrando el portón tranquilo
de las promesas venideras.
Me van ahogando las sonrisas
ahora que todo es trasparente
en la penúltima recta de la vida,
cuando todo es suave y debería
ser confortable y consecuente.
Estoy penando confesiones,
dolores y penumbras, olvidos
que nunca adornaron mis futuros,
fracasos que nunca me acosaron,
horas huecas y grises,
tiempos varados que duelen
como una lanza entre las piernas.
Me están penando nubarrones
de hastío y de impotencia,
coletazos hirientes de la vida
que juega al escondite pesaroso
de autoestimas necesarias,
zarpazos a destiempo del presente
que provocan soledades.
¡Oh, mano negra y decisiva!:
¿será tu existencia inadmisible
como un candomblé desdibujado
de maldiciones perpetuas?
Mano negra:
sé que no existes,
pero sé también que dueles
como una lanza entre las piernas...
15-
(Para Marisa, que vivió en la distancia
la historia de este fracaso)
Despechos
de palabras no entendidas,
de conceptos transformados
no porque sí,
no por aleatorias coincidencias,
no,
no por casualidades destempladas,
si no por el miedo y la defensa
de ser violado en la distancia.
Defensas,
escudos protectores y corazas
que se tornan ofensivos y procaces
ante el miedo que vas mamando
inevitablemente con el tiempo,
que te hacen enemigo potencial
de todo aquello que se acerca
levemente hacia tu mundo.
Mundos
que se van alejando sin remedio
haciendo barricadas insalvables
para salvar trocitos de soledad
y de miedo compartido y no aceptado
porque es más simple la huida,
el meter el amor en un agujero
de alambres y de tierras corrompidas
que dar la cara y afilar el alma
al socaire de las trincheras.
Luego queda el fracaso,
el no haber sabido cortar alambres
a través de las palabras dulces,
los reproches consecuentes
hacia tu destemplada certidumbre
de humano, de ser real, de
hombre tributario de miles de golpes
a veces asimilados con paciencia
pero siempre picantes, hirientes, desquiciantes.
La historia de un fracaso cotidiano,
uno más,
apenas imperceptible,
pero que marcan mis sueños esperados
de nuevos mundos, de nuevas gentes y caricias.
La historia de un fracaso,
uno más,
apenas imperceptible...