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  • Alfonso Estudillo

    Alimentación - Generales

    POR QUÉ ENFERMAMOS

    por Alfonso Estudillo

POR QUÉ ENFERMAMOS

A lo largo de las diversas secciones explicamos y comentamos las propiedades, composición y métodos de elaboración de diversos alimentos de los más consumidos. Obviamente, todos los productos examinados son contemplados con diversos criterios en el régimen propuesto por el profesor Seignalet. Muchos de ellos, como la leche, los derivados lácteos, los cereales, la bollería industrial, los aceites refinados, margarinas y grasas de cocinar y ciertos embutidos y fiambres cárnicas, los tenemos en el régimen como prohibidos total o parcialmente, en tanto que otros, como frutas y verduras, el arroz, legumbres, el jamón y embutidos no cocidos, frutos secos, la miel, pescados y carnes crudos o muy poco hechos, etc., etc., son recomendados como saludables.
 
Pero... ¿qué tiene que ver lo que comemos con que se produzca una enfermedad como la artritis, la cirrosis, eccemas en la piel, etc.? Esta pregunta es la que, con cierta lógica, se harán muchos de nuestros lectores. La respuesta nos la da el profesor Seignalet, que afirma -y muy documentadamente- que el "ensuciamiento de las células" es la principal causa de la mayoría de las enfermedades reumatológicas, neurológicas y autoinmunes, además de ser origen de más del 65 % de los cánceres y otras patologías. Ensuciamiento que provoca daños en el ADN que lleva a las células a cancerizarse y que está causado principalmente por las macromoléculas bacterianas procedentes de la alimentación moderna que traspasan las finas paredes del intestino delgado y terminan acumulándose en el organismo.
 
Esta respuesta es posible que sea un tanto difícil de entender para algunos, por ello, quizás sea conveniente insistir un poco más para que el lector, no sólo la entienda sino que llegue al total convencimiento de que es la única y verdadera causa de esa multitud de enfermedades que nos acosan y para las que, como es bien sabido, ni los médicos ni los investigadores encuentran curación. Tratemos de entenderlo por medio de una breve explicación y algún ejemplo.
 
El ser humano, como la inmensa mayoría de los seres vivos, nace completamente sano y con una capacidad fisiológica que le permite vivir de manera autónoma y sin ningún problema desde el mismo momento en que ve la luz. Esto es así porque, ya desde la misma concepción y desarrollo embrionario, la propia naturaleza se encarga (aunque suene duro) de detener la gestación si el embrión presenta deformidades, lesiones o cualquier proceso patológico que pueda afectarle en sus condiciones vitales. En todos estos casos el proceso se detiene y sobreviene el aborto. Por el contrario, si no hay causas que interfiera en la salud y normalidad del feto, la gestación continúa hasta llegar a término. El recién nacido ha superado con éxito la más dura de las pruebas a que pueda ser sometido para recibir con plenitud la ofrenda de la vida.
 
El pequeño ser recién nacido ha llegado a la vida -salvo muy contadas excepciones- con un cuerpo apto y en un estado de salud óptimo para continuar su desarrollo. Cuenta con una poderosa herramienta, el sistema inmunológico, que le permitirá defenderse de la multitud de agresiones que le sobrevendrán a lo largo de toda su vida. En esta etapa de su vida es importantísima -más que nunca- la alimentación. La mejor que puede recibir es, sin la menor duda, la leche materna. A través de ella su incipiente sistema de defensa se irá complementando y fortaleciendo con elementos del historial inmunitario de la madre y adquiriendo la capacidad propia que le acompañará a lo largo de su existencia.
 
Y aquí, con uno o dos años (en estos tiempos, desgraciadamente, menos), dejada la lactancia materna, es cuando comienza este largo camino en el que al organismo del futuro hombre comenzará a llegarle tóxicos de todo tipo: que si el biberón de ayuda, que si el puré de patatitas o de tarros para bebés, que si el dulcecito o el caramelo, y más tarde, el huevo y las patatas fritas, el filete y el cocido, la pizza y las hamburguesas, la cola y los zumos de cualquier cosa... Todos estos alimentos, además de ser muchos de ellos nuevos y desconocidos para nuestro metabolismo (nuestras enzimas no pueden reconocer muchos de ellos porque nunca formaron parte de la alimentación del hombre), llevan aditivos, conservantes, colorantes, potenciadores del sabor, etc., productos químicos que les han sido añadidos para su presentación y puesta en el mercado, además de otros muchos, abonos, fertilizantes, maduradores..., que les incorporaron durante la siembra, la recolección o su almacenamiento. Estos productos químicos, ajenos, desconocidos y tóxicos o nocivos para el organismo, se irán acumulando en sus células a lo largo de los años hasta convertir al niño sano en un hombre enfermo.
 
Naturalmente, todos estos productos son aprobados por diferentes autoridades y organismos sanitarios tras pruebas efectuadas en períodos de tiempo que, forzosamente, hemos de considerar cortos e insuficientes. Aparentemente, y en las proporciones que señalan las normas para su uso, no producen toxicidad ni se les conocen efectos secundarios. Pero... ¿qué ocurre cuando consumimos estos productos durante años y años?, ¿se conocen las reacciones de un organismo sometido a estas cantidades mínimas -e interacción entre ellas- de los diversos productos químicos durante 40 ó 50 años? La respuesta es no.
 
Como decía Paracelso: "Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno". O sea, que si el agua, las vitaminas o el propio oxígeno que respiramos -como observa el propio Paracelso- serían venenos que acabarían con nuestras vidas si los tomamos en dosis mayores a lo normal, ¿qué no será la cantidad de sustancias químicas que ingerimos cada día? Pongamos por ejemplo el añadido de sustancias antioxidantes como los nitratos y nitritos a los alimentos enlatados, que permiten que en las latas no se desarrolle una bacteria muy peligrosa para la salud humana, el Clostridium botulinum. Naturalmente, no enfermaremos de botulismo, pero, ¿qué ocurre al paso de los años?, porque se sabe y está perfectamente comprobado que estos compuestos antioxidantes son cancerígenos.
 
A todo esto hay que añadir que no todos los fabricantes de productos alimenticios siguen estrictas normas en la elaboración de sus productos. Para muchos el negocio es el negocio y pasan de toda ética a la hora de ofrecer lo más barato y competitivo. Las autoridades sanitarias no pueden controlar todos y cada uno de los productos que salen cada día al mercado. Las toxiinfecciones alimentarias se producen cada día en todas las latitudes en número que escapa a nuestro conocimiento. Estafilococias, colibacilosis, botulismo, perfringens y otras muchas intoxicaciones la sufren continuamente millones de personas en el mundo, en nuestro país, en nuestra ciudad, sin que nos enteremos de nada. Si acaso la salmonelosis -frecuente por la ingesta de pollos infectados o las mahonesas- tiene reflejo en la prensa cuando, por asistencias a banquetes de bodas y otros, son muchos los afectados.
 
Por último, otra circunstancia muy a tener en cuenta es nuestro, generalmente, escaso o nulo conocimiento sobre el tratamiento que les damos a los alimentos a la hora de cocinarlos. Nadie nos ha explicado que los alimentos, las proteínas, vitaminas, carbohidratos y demás nutrientes, sufren una gran transformación al ser sometidos a la acción del calor, sean fritos, guisados, a la plancha o de cualquier otra forma. Como cuento en el artículo dedicado a ello, La cocción de los alimentos, la llamada reacción de Maillard nos demuestra que los pigmentos marrones y los polímeros que aparecen durante la pirolisis (la degradación química producida por calor) son moléculas cíclicas y policíclicas que aportan sabor y aroma a los alimentos, pero que también pueden ser cancerígenas. Digamos que el color oscuro que toma la carne al ser cocinada, el color del pan tostado o el caramelizado de las chuletas a la plancha, son algunos de los cambios químicos visibles que se producen por esta reacción. Se sabe, además, de propiedades mutagénicas y cancerígenas (caso de las acrilamidas, que se originan al cocinar alimentos que contienen féculas -como los cereales y las patatas- a temperaturas superiores a 120º C.), y que los productos originados por estas reacciones están asociados, entre otras muchas enfermedades, con el Alzheimer.
 
Nuestro metabolismo no está preparado para procesar todo ese cúmulo de sustancias tóxicas o nocivas contenidas en los alimentos, ni para reconocer todo ese otro montón de elementos nuevos y desconocidos que se produce en los procesos de elaboración o cocinado. El resultado es que nuestro cuerpo, las células que componen nuestro organismo, vayan acumulando elementos tóxicos que, a la larga, el día menos pensado, digan que ya no pueden más, que hasta aquí llegó la cosa... Y comenzará a hacerse más notable aquel dolorcito sordo en la zona derecha del abdomen, que resulta ser una cirrosis hepática, o esos pequeños eccemas y granos de las manos y la espalda, que termina por ser una psoriasis, o aquellos dolores de las manos y de los pies, que acabaron en una Artritis Reumatoide severa... Todas estas condiciones patológicas, aunque la alimentación es el factor medioambiental que actúa como gatillante o desencadenante de la enfermedad, dependen o están muy relacionadas con un segundo factor, el genético, que es el que nos predispone -por estar escrito en nuestros genes- a unas u otras.
 
Ya sé que nadie, o casi nadie, se va a preocupar de lo que come hasta que no se vea postrado en una cama o en una silla de ruedas. No será hasta entonces cuando busque desesperadamente un remedio, un milagro, para su enfermedad. Pero, más que como investigador y divulgador, como enfermo que ha permanecido durante doce años (desde 1994 hasta 2006) sufriendo el martirio de la Artritis Reumatoide, y que ha conseguido regresar a la vida desde aquel infierno (a fecha de hoy, octubre de 2011, casi cinco años ya sin crisis ni dolores de ningún tipo), entiendo que es mi obligación hablar del tema, aprovechar mis conocimientos, investigaciones y experiencias para divulgarlos y hacerlos llegar a cuanta más gente mejor. Ojalá sean muchos los que lean esto y entiendan que con todas esas pequeñas dosis de venenos que nos "regalan" con los alimentos nos están matando. Y que podemos evitarlo sabiendo qué es lo que comemos y cómo lo comemos.



1ª publicación: Mayo 2008
Actualizado: Octubre 2011



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