Envejecimiento prematuro
Hay una enfermedad genética, que se
caracteriza por un envejecimiento brusco y
prematuro en niños de uno o dos años,
llamada Progeria (Síndrome de
Hutchinson-Gilford). Se manifiesta en el
tejido conectivo por alteraciones
estructurales en el núcleo de las células
y defectos en la reparación del ADN.
También puede presentarse en la segunda
década de la vida -Síndrome de Cockayne- y
en épocas más tardías, como el Síndrome de
Werner, conocido también como Progeria del
adulto. Hay muchos científicos e
instituciones (entre ellos la Progeria
Research Foundation) dedicados a la
investigación de su etiopatogenia, pero,
al día de hoy, no existe nada que pueda
curarla.
Pero no es de esta severa enfermedad,
extremadamente rara y de tan mal
pronóstico, la que nos ocupará en esta
página, sino el de las vicisitudes que nos
afectan a todos los seres humanos a medida
que nuestro reloj biológico prosigue en su
imparable tarea de marcarnos las horas.
Porque, indefectiblemente, nos hacemos
viejos. Y, si bien es verdad que
-enamorados de la vida- llegar a viejo es
lo peor que puede pasarnos, hay otra cosa
aún peor ...que es no llegar.
El envejecimiento o senescencia es el
conjunto de modificaciones en el aspecto
del cuerpo, las capacidades físicas y, a
menudo, intelectuales que aparecen como
consecuencia de la acción del tiempo sobre
los seres vivos, todo lo cual supone una
progresiva disminución de la capacidad de
adaptación en cada uno de los órganos,
aparatos y sistemas, así como de la
capacidad de respuesta a los agentes
lesivos que inciden en el individuo.
Los signos externos del envejecimiento son
evidentes y componen una larga lista:
Pérdida progresiva de la capacidad visual,
presbicia, miopía, cataratas, etc.
Pérdida progresiva de los sentidos del
gusto y de la audición.
Pérdida progresiva de tejidos musculares y
elasticidad muscular.
Pérdida progresiva de la agilidad y
capacidad de reacción refleja.
Pérdida progresiva de fuerza y vitalidad.
Pérdida progresiva de capacidad
inmunitaria frente a agentes patógenos.
Pérdida progresiva de la libido,
disminución de la espermatogénesis y
menopausia en la mujer.
Disminución del colágeno de la piel y
aparición de arrugas, manchas, etc.
Degeneración de estructuras óseas y
aparición de deformaciones, osteoporosis,
artrosis, etc.
Aparición de demencias seniles y déficits
y trastornos neurológicos, Alzheimer,
Parkinson, etc.
Alteración de la próstata y riesgo de
cáncer en varones.
Aumento de la hipertensión arterial (HTA).
Alteraciones del sueño.
Algunos autores han buscado los deterioros
internos que expliquen todos estos signos
externos. Estos deterioros o anomalías son
múltiples. Entre ellos:
Síntesis de algunas proteínas de
estructura anormal, con sustitución de un
aminoácido por otro.
Glicosilación excesiva de las proteínas,
con híper producción de interferón gamma,
importante mediador en la génesis de las
alteraciones autoinmunes.
Alteración del ADN mitocondrial, que no
está protegido por las histonas como el
ADN nuclear.
Aumento de radicales libres, favorecido
por peor funcionamiento de las enzimas
antioxidantes.
Transformaciones en la matriz
extracelular; más colágenos y menos
proteoglicanos, glicoproteínas y elastina.
Aumento de la apoptosis (autodestrucción
de las células).
Ausencia, descontrol o exceso de actividad
de los anti-oncogenes con relación a los
oncogenes
Senescencia replicativa celular por
acortamiento de los telómeros.
Y, sin duda, existen otras muchas
anomalías que todavía no han sido
descubiertas.
Hay diversas teorías históricas acerca de
la vejez, pero la síntesis actual sobre la
fisiología del envejecimiento nos dice que
envejecemos porque las macromoléculas que
componen nuestro organismo (ácidos
nucleicos, proteínas y lípidos) van
acumulando daños que provocan pérdida de
sus funciones. Por estas alteraciones, el
funcionamiento normal de las células se
modifica originando un mal funcionamiento
de los diferentes órganos y tejidos. Es lógico,
puesto que nuestro organismo es un sistema
dinámico en continuo estado de degradación
y reparación. El envejecimiento
corresponde a una ruptura de ese
equilibrio, y se va originando cuando la
acumulación de daños sobrepasa la
capacidad de reparación. En esta ruptura
intervienen factores muy variados:
influencias genéticas, comportamentales y
ambientales, que pueden y suelen afectar
de manera positiva o negativa.
La longevidad del hombre se estima entre
los 90 y los 100 años. Pero algunos
autores consideran que nuestro reloj
biológico se sitúa entre los 120 y 150
años. Esto es muy posible si tenemos en
cuenta el notable progreso del desarrollo
socioeconómico y los continuados avances
en medicina, cirugía, medicamentos y
políticas de salud pública. Esta
progresión la podemos confirmar con los
datos de la esperanza de vida, que para
Europa era de poco más de 40 años a
principios del siglo pasado con la actual
de casi 80 años. En España (puesto 16 de
210 países) la esperanza de vida media
actual es de 81,17 años (casi 80 años los
hombres y 84 las mujeres).
En resumen, más gente vive más tiempo.
Pero hay que reconocer que muy a menudo
esta vejez se desarrolla en condiciones
que no siempre son óptimas. Enfermedades
cardiovasculares, afecciones autoinmunes y
neurológicas, cánceres, etc., afectan a
muchos sujetos de edad avanzada. Y, según
datos estadísticos, con bastante más
frecuencia que antes.
Las causas, sin duda, son múltiples, pero
destaca sobremanera la alimentación
moderna. Estoy de acuerdo con el profesor
Jean Seignalet en la enorme importancia de
este tipo de alimentación en los
deterioros que sufrimos la especie humana.
Las instituciones responsables de nuestra
salud señalan como causantes del mal
estado de salud y del envejecimiento
prematuro al nivel socio-económico,
ciertas profesiones, el tabaco, el
alcohol, el estrés, la vida sedentaria,
falta de ejercicio, etc. No cabe duda de
que todas ellas -o algunas- pueden tener
su parte de culpa, pero ¿y todos los
tóxicos que nos entran cada día por el
pico? Trazas de abonos químicos y
plaguicidas que acompañan a los fresones,
los tomates o las patatas; hormonas,
antibióticos y componentes de una
nutrición con piensos no naturales que nos
vienen con las carnes de ternera, de
cerdo, de pollo, etc.; trazas de mercurio
y otros metales pesados que acompañan al
salmón, al pez espada, al atún y hasta a
la humilde sardina; la multitud de
aditivos químicos que se nos sirven con
toda clase de alimentos procesados, etc.,
etc., etc. Esta alimentación "moderna"
-sin olvidar la enorme contaminación del
aire, del agua, del suelo, de plásticos,
pinturas, cacharros de cocina y de todo
cuanto nos rodea- es el factor
preponderante y determinante en el
deterioro de nuestra salud y, en
consecuencia, de las escasas posibilidades
de lograr mayor longevidad y una vida
desprovista de los estigmas que nos
imponen tantas enfermedades.
Un seguimiento correcto del Régimen
Ancestral -cuanto antes lo iniciemos,
mejor- por cuanto excluye un altísimo porcentaje de agentes nocivos, puede, no sólo aportarnos una
clara, completa y duradera remisión de la
mayoría de enfermedades reumatológicas,
neurológicas y autoinmunes en general,
sino también unas extraordinarias medidas
de prevención contra otras posibles
condiciones patológicas y un organismo más
saludable y capaz de responder con más
eficacia -disminuyéndolos y
ralentizándolos- a todos los procesos de
deterioro a que inevitablemente nos
conducen los años.
Con su seguimiento estaremos participando
de manera activa en el denominado
Envejecimiento Activo,
requerimiento de la Organización Mundial
de la Salud (OMS), definido en 1999 como
"el proceso de optimización de las
oportunidades de salud, participación y
seguridad con el fin de mejorar la calidad
de vida a medida que las personas
envejecen". Dicho concepto también fue
adoptado por la segunda Asamblea Mundial
del Envejecimiento, celebrada en 2002 en
Madrid, España.
Poco más puedo añadir a lo ya dicho como
no sea que tomen verdadera conciencia de
la cantidad de alimentos poco saludables
que componen nuestras actuales dietas. Y
recomendar a todos muy encarecidamente,
incluso a chavales jóvenes y personas que
gozan -aparentemente- un envidiable estado
de salud, que consideren la importancia de
una alimentación saludable y carente de
tóxicos para poder gozar de una vida larga
y sin los incordios de achaques y
enfermedades.
En las páginas del Régimen
Ancestral tienen lo que, de no
ser producto de la investigación y de la
Ciencia, habría que llamar milagro.
Síganlo y vivan una vida larga y plena.